El tac tac tac del sonido de la máquina de escribir mecánica se escuchaba en las oficinas, empresas, sucursales bancarias, establecimientos comerciales, juzgados penales, periódicos, en los portales de Santo Domingo donde los escribanos o Evangelistas redactaban cartas, escritos a petición de los ciudadanos, hoy son motivo de museo.
Eran de la marca Corona, Remington, Olivetti, Underwood, Smith & Corona, Oliver, prevalecían las de color negro brillantes, aunque también de color verde, algunas de carro grande se usaban en los despachos contables, más aún, en el escritorio se guardaba celosamente las cintas de repuesto y los correctores marca kores, por aquello de un error.
Era usual que al llegar a las redacciones del periódico los reporteros después de perseguir la nota, cubrir la fuente expresaban, le voy a pegar a la tecla y el tecleo se escuchaba en él área, la Olimpia, recibía catorrazos, la hoja de papel revolución se deslizaba por el rodillo, con el infaltable papel carbón para las copias, la cuartilla iba surgiendo con la nota que al otro día se publicaba en el diario.
Entre algunas referencias de las máquinas de escribir encontramos el siguiente en Los de debajo de Mariano Azuela, “ahí “La “Oliver”, en una sola mañana había tenido cinco propietarios, comenzando por valer diez pesos, despreciándose uno a dos a cada cambio de dueño…La Codorniz, por veinticinco centavos, tuvo el gusto de tomarla en sus manos y de arrojarla luego contra las piedras, donde se rompió ruidosamente”.
El novelista Enrique Serna en su libro El vendedor del silencio, biografía de Carlos Denegri, refiere lo siguiente, “…colocó la silla giratoria frente a la mesita lateral, donde la Remington ya tenía enrolladas dos cuartillas con un papel carbón en medio y se puso a escribir la columna Buenos Días, que publicaba …en Excelsior”.
El Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, rememora en El olor a la guayaba, “…estoy tan compenetrado con ella, que yo no podría escribir sino en máquina eléctrica”, por su parte, Truman Capote, autor de A sangre fría, decía, “puedo mecanografiar sesenta palabras al minuto”.
El escritor Juan José Arreola, señala en Sara más amarás. Cartas a Sara, lo siguiente, “La carta anterior iba escrita en la Olivetti. Casi me he vuelto un agente de máquinas de escribir…”, en otra misiva escribe, “He pensado vender mi máquina de escribir. No me conviene, porque actualmente es mi instrumento de trabajo”.
Por su parte, José Emilio Pacheco, en su Inventario 98 publicado en Proceso bajo el título La máquina de escribir (1878-1978), detalla “…es la herramienta que hace visible lo invisible, que da materialidad a las ideas al encarnarlas en palabras. Es la casa de las palabras y todo su poder se encierra en un mínimo teclado…tendremos que habituarnos a que el rumor de las redacciones ya no sean nunca más el de las máquinas de escribir…
La revista México al Día de noviembre de 1932, publicita la Remington Portátil… “Para el viajero, para el estudiante, para el profesionista…por su tamaño, cabe en cualquier rincón, y por su peso, puede llevarse fácilmente en el equipaje”.
POR RUBÉN MARTÍNEZ CISNEROS
COLABORADOR
MAAZ