En 1519, con el arribo de los conquistadores españoles y de la Iglesia católica al Nuevo Mundo, inició un sincretismo y una fusión de distintas culturas que desembocaron, después de medio milenio, en el México de hoy. Esa relación se marcó por un sinnúmero de luces y sombras. Por un lado, destacaron la construcción de comunidades de naturales con perfil de utopía, propiedad y trabajo común impulsadas por Vasco Vázquez de Quiroga y la defensa férrea e infatigable de las poblaciones originales realizada por figuras como fray Bartolomé de las Casas, fray Bernardino de Sahagún y Toribio de Benavente “Motolinía”. Por el otro, marcaron la historia nacional las expulsiones o renuncias de nuncios y delegados apostólicos, las dos guerras civiles con perfil religioso y los abusos cometidos contra las poblaciones indígenas.
Sin embargo, y a partir de la llegada de los primeros misioneros franciscanos a las tierras que se convertirían en la Nueva España, la Iglesia siempre ha estado presente en el devenir de la incipiente nación mexicana, desde los 155 sacerdotes que se unieron a las aspiraciones independentistas de Miguel Hidalgo hasta los curas que repicaron las campanas de las parroquias del país cuando Benito Juárez restauró la República, derribado el segundo Imperio mexicano. Si bien el modus vivendi que empezó en el porfiriato sosegó rivalidades, nunca mermó el fervor católico mexicano, cobijado siempre por la Virgen de Guadalupe.
En la década de 1990, los tristes episodios del pasado aparentarían estar quedando en el retrovisor, pero las heridas permanecían vivas. No obstante, en 1979 el cantar de “Juan Pablo, hermano, ya eres mexicano”, que retumbó en todo México durante su primera visita apostólica a tierras guadalupanas, abrió la puerta a un acercamiento continuo, formal y profundo. Así –tras modificarse cinco artículos de la Constitución mexicana y expedirse la Ley de asociaciones religiosas y culto público–, el 21 de septiembre de 1992 México y la Santa Sede reanudarían formalmente relaciones diplomáticas.
Desde 1979 México ha recibido un total de siete visitas pontificias, completando cinco de san Juan Pablo II, a la par de las posteriores de los papas Benedicto XVI y Francisco, a cuyo paso se elevarían, en ceremonias solemnes, más mexicanos a los altares.
Asimismo, el pueblo mexicano ha tenido ante sus ojos la grandiosidad del entorno de la Santa Sede, por medio de sus obras de arte, ornamentos litúrgicos, vasos sagrados, custodias y crucifijos que han visitado tierras mexicanas en dos magnas exposiciones concurridas por millones de personas. También, millones han conocido la grandeza, solemnidad, belleza y espiritualidad de la Capilla Sixtina mediante una réplica digital en tránsito continuo por toda la república mexicana. El año pasado, en el marco de la conmemoración de dos siglos de la consumación de la Independencia, la Santa Sede estuvo representada en un magno recorrido por el pasado de México donde se exhibieron documentos y objetos inherentes a nuestra cultura facilitados por la biblioteca y los museos pontificios.
México, a su vez, está presente en el corazón de la Santa Sede con grandes letras. Los tradicionales eventos conocidos como Manos del Mundo y Navidad Mexicana en el Vaticano engalanan con belleza, cultura y gastronomía de México los pasillos de la Sede Apostólica y de la emblemática vía de la Conciliación.
Hoy México integra su voz a la del Vaticano en un unísono canto por la paz con justicia; de oposición al armamentismo y a las guerras como negocio; de defensa de los derechos de libertad y democracia de personas y pueblos; de promoción del trabajo digno; de abolición de la pena de muerte y de la esclavitud moderna.
Hace 30 años no hubo reconciliación, al no haber inquina, fue simplemente un reencuentro de voluntades frente al anhelo común de un mundo de paz cimentado en la justicia.
Dos afluentes integran un río.
POR ALBERTO BARRANCO CHAVARRÍA
EMBAJADOR DE MÉXICO ANTE LA SANTA SEDE
@ALBERTO19279815
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