Desfile de corcholatas. En la plenaria de Morena que tuvo lugar el jueves y el viernes, los posibles candidatos de dicho movimiento para las elecciones de los años 23 y 24 se placearon y recibieron tanto ovaciones como descortesías. De las primeras hubo algunas acaloradas, otras más bien desangeladas; en todos los casos asomando, ya, los brotes de la semilla de la discordia.
Cualquier plenaria sirve para que los legisladores de una fracción parlamentaria conozcan, preparen y procuren las necesidades de su partido, ojalá fueran las de sus representados…
Pero me salgo del tema. El paseíllo de los suspirantes a la candidatura presidencial usualmente se da en el penúltimo año del sexenio, pero ahora el mismo presidente ha adelantado los tiempos.
Las primicias y preparativos para la plenaria fueron vistos por algunos como el permiso que daba López Obrador para un enfrentamiento civilizado (tanto o menos del que ocurrió durante los elecciones internas de Morena), así como para iniciar el largo ritual de cortejar a posibles candidatos. Unos más avezados en esto leen el inicio de la ruptura al interior del partido oficial, a medida que las tribus se fortalecen (las divisiones ya existían). Diferencias que más se notaron cuando vitoreaban a algunos aspirantes a gobernar entidades que se disputarán en los dos años venideros. En ciertos casos hubo quien mostró desconocer cuál es la verdadera percepción ciudadana en torno a los precandidatos…
Antes de la plenaria, cabe recordar el evento donde AMLO puso a sus preferidos bajo el ‘Ojo de Dios’; llamó la atención la manera abierta en que dejó fuera del evento a Ricardo Monreal. Teniendo como telón de fondo la reinauguración de la antigua Cámara de Diputados en Palacio Nacional, los tres aspirantes presidenciales de Morena tuvieron lugares preponderantes, si bien ninguno habló. Dicho espacio fue construido como un templo masón que incluía el águila mexicana y, sí, también elementos ajenos como una Virgen de Guadalupe. Plagado de símbolos masónicos como son las cornucopias, el semicírculo en el cual está construido tiene exactamente en el centro de su diámetro el pódium y, arriba de todo, el ojo que todo lo ve desde donde emana un resplandor de luz. Debajo de ese “ojo” se reunieron López Obrador y sus tres aspirantes a sucederlo.
Es importante señalar que cuando antes se usaba dicho recinto, estaba prohibido el ingreso de las mujeres, pues para ser masón se requería ser varón. Tiempos pasados y para el presidente “historiador” seguramente tuvo un simbolismo especial que la única oradora fuera Olga Sánchez Cordero, y que además estuvieran en el presídium su esposa Beatriz.
Oportunidad para que las tribus, los grupos, amigos y enemigos que se iban a reunir en días subsecuentes, pudieran constatar que “su” corcholata se viera beneficiada y que hay que ir contra las otras dos, las cuales también estuvieron sentadas —así sea por un momento— junto a “la buena”.
Parecía que López Obrador estaba arropado por sus tres predilectos. Y digo ‘parecía’, pues en realidad estas son las que arropan al tabasqueño, al menos hasta que él decida quién será la corcholata por destapar; si acaso…
Valen muchas lecturas y más comentarios, pero lo cierto es que la historia debería enseñar a los suspirantes una lección: el edificio original lo quemaron unos días después de la muerte de Juárez. No quedó nada, entre otras cosas porque los descendientes (familiares y políticos) de Juárez nunca se pusieron de acuerdo como reconstruirlo y se la pasaron arrebatándose el “capital político” del benemérito.
Me pregunto si lo mismo pasará con la popularidad de López Obrador cuando finalmente deje el poder. Si los integrantes de la 4T —así sea hagan la “tarea” de ayudar a que AMLO alcance el 85% de popularidad para septiembre de 2024– se la van a pasar entre grillas, pleitos y traiciones en lugar de cumplir con sus responsabilidades de gobierno.
POR VERÓNICA MALO GUZMÁN
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MAAZ