Cuando un entrañable amigo se va, ruge un gran vacío. Se forma un agujero que no volverá a llenarse. Dentro de nosotros, se trunca una veta florida. Su partida se lleva sin compasión una parte de nosotros.
Querido Chabat, ya te habrás dado cuenta que el sábado pasado tuviste el último parto de tu vida. Renacerás en otra parte.
Conocí a Jorge Chabat, uno de los internacionalistas mexicanos más destacados, en septiembre de 1974. Con otras veinte almas, nos habían admitido en esa gran institución pública, el Colegio de México, para enseñarnos a leer y escribir, y barnizarnos con un toque mundialista.
Chabat tenía una personalidad diferente, única, como su apellido. Inteligente, estudioso, poeta, ingenioso, sensible, no creyente pero religioso, dicharachero, creativo, punzante, incisivo, cáustico y alegre. Maestro de la ironía y el buen humor.
A Mario Arriola, Crespo, Macouzet, Tomás y a mí nos bautizó como “el Club de la hora 25” porque según él estudiábamos cuando ya no era hora. Inolvidables vivencias cargadas de dominó, lecturas, visitas a Gandhi, discusiones y confrontaciones pacíficas en la benévola guarida de la República Socialista de Chimalistac.
Pero Chabat era, sobre todo, un hombre bueno, que no un buen hombre. Solidario con las deficiencias y limitaciones de sus amigos. Aprobé muchas materias por su apoyo urgente con la Olivetti.
Chabat se convirtió en el compañero más querido de la clase, el amigo entrañable de la sexta generación de internacionalistas colmecas. Poseedor de desbordante pero disciplinada imaginación, fue un conversador fuera de serie. Durante cuatro años, platicamos todos los días, con frecuencia todo el día, como se debe hacer en los años y recintos universitarios.
Chabat heredó de su padre el amor a los libros, a la literatura universal e hispanoamericana. Comprador frecuente de los libros menos vendidos en la librería del Colmex, de autores poco conocidos.
Auténtico hijo de la cultura del esfuerzo, sin privilegios, fue un luchador incansable toda su vida. Sin recursos económicos, vivió de la beca que nos proporcionaba el Colmex. En un verano, dejé la casa paterna. Chabat me salvó. Me permitió ocupar durante dos meses el humilde cuarto en que vivía.
Nuestra generación estudió con el recuerdo aún fresco del 68 y del jueves de corpus, del 71. Los debates eran si debíamos ser reformistas o revolucionarios. Algunos veían con desconfianza a los que no abrazábamos acríticamente el credo marxista, muy popular en aquella época.
Pero tú no, querido Chabat. Tú te comprometiste con los ideales democráticos, la dignidad humana, y los derechos humanos de todas y todos. Por eso fuiste un infatigable denunciador de las dictaduras y cualquier autoritarismo.
Qué poderosa fue, toda tu vida, tu vena anti solemne y socarrona. Alcanzabas con facilidad una de las más difíciles virtudes humanas: saber reír de uno mismo. Con ironía, en 1978, año de cónclave, y de la conclusión de nuestros estudios e incierta incorporación al mercado de trabajo, nos comunicaste tu candidatura al palio de San Pedro. Si fueras electo, te convertirías en “Chabato primero”. Nuestras carcajadas me siguen haciendo sonreír. Con seguridad, continúan resonando en la cafetería del Colmex.
Por supuesto que también fuiste un aspiracionista ejemplar. Enemigo de la mediocridad y la hipocresía. Pecaste incansablemente de creer que México sería mejor a través de la educación, mejores instituciones educativas, investigaciones más rigurosas, estudiantes más capacitados. Por eso te convertiste en un profesor legendario del ahora acosado CIDE y de la Universidad de Guadalajara, tu ciudad natal.
Crecimos marcados por las canciones de los Beatles, Alberto Cortés, Frank Sinatra y Joan Manuel Serrat. Millones de conciertos inolvidables, en aparatos electrónicos de alta fidelidad, en las salas de tus sucesivos departamentos, acompañados sólo de café y refrescos. Hoy me parece que te transfiguras, querido Chabat, en el protagonista de “Elegía”, el gran poema de Miguel Hernández, a la que el canta autor catalán arropó con notas indómitas.
Pero seguirás presente porque tus docenas de amigos te recordaremos, hasta el día en que cada uno de nosotros te alcancemos.
Seguirás reproduciendo tu obra a través de tus estudiantes y colegas.
Seguirás siendo un referente de rectitud, ética, calidad y honradez profesional. Dentro y fuera de las aulas.
Seguirás presente porque a México le urgen más profesores e investigadores de calidad internacional, rigurosos, sin concesiones a la superficialidad y a la doctrina ideológica.
Seguirás presente con tus dichos, personajes imaginarios, agudas observaciones e ideales democráticos.
Seguirás presente porque tu obra inspirará muchas vidas.
Querido Chabat: fue una honra, y un placer irreemplazable, haberte conocido, y ser tu amigo.
POR MIGUEL RUIZ CABAÑAS ES PROFESOR E DIRECTOR DE LA INICIATIVA DE LOS OBJETIVOS DE DESARROLLO SOSTENIBLE EN EL TEC DE MONTERREY
@MIGUELRCABANAS
MIGUEL.RUIZCABANAS@TEC.MX
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