EL DON DE LA FE

Sic transit gloria mundi

Jesús ingresó al templo. Recorrió los espacios sagrados y miró los sacrificios contemplando la decadencia que se había abatido sobre el lugar santo. Antes de la caída del sol se retiró a Betania, a casa de su amigo Lázaro

OPINIÓN

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Roberto O'Farrill Corona / El don de la fe / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Jesús entró a Jerusalén montado en un pollino, un burrito bebé, aclamado por una multitud que cinco días después pedía a gritos su muerte en cruz, clavado de pies y manos; así se lo exigieron al Pretor romano aunque él dictaminó que no encontraba culpa en él que le mereciera una condena de muerte.

¿Qué sucedió durante esos cinco días? ¿Qué hizo que aquel gentío se volviese tan violento entre el Domingo de Ramos y el Viernes Santo?

La gloria, la gloria del mundo que un día aclama y al otro odia; la condición de la humanidad que no ha cambiado ni con el paso de los siglos ni con el cambio de generaciones.

La entrada mesiánica de Jesús a Jerusalén la documenta el Evangelio: “Muchos extendieron sus mantos por el camino; otros, follaje cortado de los campos. Los que iban delante y los que le seguían, gritaban: ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el reino que viene, de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!” (Mc 11,8-10).

Ese mismo día Jesús ingresó al templo, donde estuvo el resto de la tarde. Recorrió los espacios sagrados y miró los sacrificios contemplando la decadencia que se había abatido sobre el lugar santo. Antes de la caída del sol se retiró a Betania, a casa de su amigo Lázaro.

Al día siguiente regresó a Jerusalén, y entrando de nuevo al templo “volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas y no permitía que nadie transportase cosas por el templo” (Mc 11,15-16), y al enterarse de esto “los sumos sacerdotes y los escribas y buscaban cómo podrían matarle; porque le tenían miedo, pues toda la gente estaba asombrada de su doctrina” (Mc 11,15-18).

Así fue como las autoridades judía decidieron matarlo, y ya sólo les faltaba concretarlo, así que al jueves siguiente lo apresaron, montaron un escenario de juicio en el Sanedrín y lo culparon de blasfemia. El resto de la noche se tradujo en golpes y torturas.

Al amanecer, “le entregaron a Pilato” (Mc 15,1) mientras el gentío gritaba: “¡Crucifícale! Pilato les decía: -Pero ¿qué mal ha hecho? Pero ellos gritaron con más fuerza: ¡Crucifícale! Pilato, entonces, queriendo complacer a la gente, les soltó a Barrabás y entregó a Jesús, después de azotarle, para que fuera crucificado” (Mc 15, 13-15).

Así se sucedieron los acontecimientos de la Pasión y Muerte del Señor que celebramos cada Semana Santa, entre el Domingo de Ramos y el Viernes Santo, acontecimientos que en el transcurso de cinco días muestran que la gloria que el mundo ofrece es una gloria transitoria, falsa y efímera, en tanto que la gloria de Dios es verdadera y eterna.

POR ROBERTO O'FARRILL CORONA

MAAZ