ITZIAR GÓMEZ

Del síndrome de impostora y otras suertes

Este síndrome se presenta más en mujeres. Me parece, además, que las emprendedoras solemos sentirlo con más frecuencia derivado de ciertos estereotipos de género

OPINIÓN

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Itziar Gómez Jiménez / Hannover / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

A Helen, mi compañera de aventuras.

Mi esposa y yo fundamos nuestra compañía en 2004, cuando yo tenía escasos 23 años y ella 20. Yo acababa de terminar la Maestría en Edición de Libros y Revistas y estaba ávida de aplicar los conocimientos adquiridos; mi esposa cursaba apenas sus primeros semestres en la Licenciatura en Comunicación. Justo un marzo de hace 18 años pusimos manos a la obra y comenzamos a dar los primeros pasos de lo que sería nuestro primer proyecto: una revista de autos antiguos, clásicos y de colección.

Comenzamos consultando a diversos gurús en el tema para validar nuestro plan de negocios, desde mi papá hasta catedráticos, mentores, amigos y especialistas en el tema. Casi todos coincidían en que era una tarea prácticamente imposible para dos mujeres así de jóvenes; solo mi papá nos tuvo confianza desde el principio. En varias ocasiones nos dijeron: “muchos han tratado de fundar una revista y no lograron pasar de la primera edición". Nos preguntaban de todo: ¿de dónde sacarán el dinero? ¿Cómo le harán para distribuir la revista? ¿Saben algo de ventas? ¿Tienen conocimientos de contabilidad y finanzas? ¿Ya se dieron cuenta de que serán una editorial independiente que se enfrentará a verdaderos titanes?

Cualquiera con un poco menos de obstinación hubiera desistido a la segunda pregunta. A nosotras —tal vez por la edad— esos cuestionamientos nos generaban curiosidad, más que miedo. Los sentíamos como uno de esos juegos de mesa donde hay que superar retos para pasar a la siguiente casilla.

En los siguientes meses nos enfrentamos a todo tipo de desafíos: desde trámites burocráticos para registrar la marca de la revista hasta importantes aprendizajes sobre cómo lidiar con monopolios. Sin embargo, hay un momento que tengo muy presente: el día en el que nos confirmaron que distribuirían nuestra revista en locales cerrados, que por entonces era el punto de venta más importante para la industria editorial y el verdadero talón de Aquiles para el sector.

Esa mañana llegamos mi esposa y yo —vestidas con nuestro mejor traje sastre— a la oficina del alto ejecutivo de la empresa que distribuía las publicaciones. Tratamos de vernos no solo más serias, sino más confiables y de mayor edad con nuestro atuendo. Llevábamos bajo el brazo una presentación que detallaba todo el concepto de la revista: desde nuestro mercado objetivo, perfil de lectores, resultados de un focus group que hicimos previamente de manera artesanal y ventas esperadas, entre otros datos.

El alto ejecutivo nos pareció aún más alto cuando abrió la puerta de su imponente oficina. Mi esposa y yo recordamos una frase de Lincoln antes de entrar que dice: "Ten siempre en mente que tu propia voluntad de tener éxito es mucho más importante que cualquier otra cosa”. Entramos a la reunión sintiéndonos ya con el “sí” en la mano. Presentamos nuestras láminas ese día con la pasión con la que habíamos creado el proyecto y con la tranquilidad que da la juventud. El alto ejecutivo nos escuchó al principio con escepticismo, luego empezó a mostrar interés y salimos esa mañana con un contrato firmado para distribuir nuestra publicación a nivel nacional entre las manos.

El éxito es grandioso y más cuando se comparte. Mi esposa y yo ese día nos sentimos invencibles y celebramos nuestro gran logro toda la tarde. Sin embargo, en los siguientes días me empezó a rondar por la cabeza una idea que ha estado presente en varios momentos de mi vida: ¿estaré lo suficientemente calificada para este importante voto de confianza que nos acaban de dar? Empecé a imaginar que tal vez este alto ejecutivo no se había percatado de que no teníamos realmente mucha experiencia, que tal vez se confundió y pensó que éramos parte de alguna editorial grande, que tal vez no se había dado cuenta de que éramos dos niñas jugando a ser editoras... Dudé que el logro hubiera sido realmente nuestro. En pocas palabras, pensé que había sido un golpe de suerte.

Esa misma sensación la sentí en julio de 2004 cuando nos empezaron a escribir los lectores felicitándonos por el lanzamiento de la revista: tal vez no se han dado cuenta de lo jóvenes que somos, pensé. Y la he sentido después muchas veces más en mi vida. De hecho, en 2020 me gané un premio global y, lejos de pensar que había trabajado mucho para alcanzarlo y que mis resultados eran realmente destacados, pensé que nuevamente había tenido un golpe de suerte.

Hace relativamente poco tiempo descubrí que lo que yo sentía era “el síndrome de la impostora”. De acuerdo a la UNAM, el término fue acuñado por dos psicólogas clínicas en 1978, Pauline Clance y Suzanne Imes, después de llevar años trabajando con mujeres que llevaban historial de gran éxito académico y laboral que, paradójicamente, no se describían a sí mismas como exitosas y vivían constantemente con una sensación de falsedad.

Resulta que este síndrome se presenta más en mujeres, aún cuando el 70 por ciento de las personas hemos experimentado al menos una vez en la vida aquello que sugiere el síndrome del impostor o impostora. Me parece, además, que las emprendedoras solemos sentirlo con más frecuencia derivado de ciertos estereotipos sociales de género.

Después de leer sobre el tema, encontré que la mejor manera de superarlo es reconocer nuestros logros, sentirnos satisfechas por lo alcanzado y celebrar nuestros éxitos. La poeta Emily Dickinson decía: “La buena suerte no es casual, es producto del trabajo”. Por eso, la próxima vez que tenga un momento de éxito diré “me lo merezco” y saldré con mi esposa a celebrar con una sonrisa en la boca.

POR ITZIAR GÓMEZ JIMÉNEZ 
DIRECTORA DE PLASMAR COMUNICACIÓN

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