En 2003, el presidente de Rusia, Vladimir Putin, se opuso fervientemente a la invasión estadounidense de Irak y desde 2011 defendió el principio de soberanía en Libia, donde la OTAN violó los objetivos iniciales acordados cuando derrocó al régimen de Gaddafi. La actual invasión a Ucrania, opuesta a la línea anterior, evidencia su pragmatismo y el modelo de imposición de intereses. Entre reticencias y acciones, la constante del más audaz (o ingenuo) es adelantarse al ritmo de las negociaciones e iniciar la incursión. Suele afirmar encontrarse en una situación sin salida y por ende obligado a reaccionar ante un “peligro apremiante e inmediato”.
Desde luego, la guerra actual deja en claro que Ucrania e Irak no valen lo mismo para los intereses de seguridad del Estado y el régimen rusos. Más allá de la suspicacia explicable de que países occidentales se sirvan de países como Ucrania como plataforma contra Moscú, la concepción de la identidad nacional del liderazgo ruso niega la autenticidad de la nación y del nacionalismo ucraniano.
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Dos aspectos de la guerra actual sí son sorprendentes. Uno concierne a la unidad de los europeos y el rearme de Alemania, que además detuvo la certificación del proyecto del gasoducto germano-ruso Nord Stream 2. Mañana conoceremos si podrán aceptar las consecuencias de la lluvia de sanciones a Rusia, y de la ayuda armamentista a los ucranianos, especialmente a menos de dos meses de las elecciones presidenciales francesas y a ocho de las intermedias en Estados Unidos.
Otro aspecto sorprendente en esta guerra es que estadounidenses y europeos se lamenten del “regreso de la guerra 80 años después”. No son 80, sino 30; no debe perderse de vista el asedio a Sarajevo durante la guerra de Bosnia, uno de los más largos de la historia moderna, en el flanco sur del continente europeo. Y pasaron apenas seis años desde que Putin tantea los límites del campo occidental al otro lado del Mediterráneo, en Siria.
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En la invasión de Irak y en la de Ucrania –como de hecho también en la ocupación y violencia de Israel en Palestina– se constatan reinterpretaciones o lecturas sesgadas del pasado. En esos casos se pasa por alto que para contener amenazas se requiere considerar parámetros históricos, ecológicos, económicos, institucionales y sociales. La guerra la inician ellos, pero no son quienes la terminan. Hoy toca a los rusos constatar que su seguridad nacional se entabla con la seguridad global. Habrá o no algún aprendizaje, pero el costo humano será doloroso.
POR MARTA TAWIL
INVESTIGADORA DE EL COLMEX
MAAZ
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Medio Oriente, entre Ucrania y Rusia