EL DON DE LA FE

La Virgen de Jerusalén

En Getsemaní, Jerusalén, se encuentra un bellísimo icono que presenta a María con su divino hijo en brazos sosteniendo el orbe en su manita izquierda

OPINIÓN

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Roberto O'Farrill Corona / El don de la fe / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Una antigua tradición sostiene que el sepulcro de la Virgen María se encuentra en Jerusalén, como lo confirma la edificación, en el siglo IV, de la basílica de la Asunción. Allí donde se localiza el sepulcro de la Virgen Madre de Dios, en Getsemaní, Jerusalén, se encuentra un bellísimo ícono que presenta a María con su divino hijo en brazos sosteniendo el orbe en su manita izquierda. Tan bello como el ícono es su milagroso origen celestial que lo hace ser una imagen acheropyta o no hecha por mano humana.

Conocido como La Virgen hierosolymitana o Virgen de Jerusalén, este ícono mariano fue escrito milagrosamente en 1870 en el monasterio ruso de santa María Magdalena, frente al Monte de los Olivos, en Jerusalén, donde residía la monja Tatjana, una notable iconógrafa que en una de sus noches soñó con una monja que la visitaba en su monasterio para pedirle que le hiciera un retrato.

En su sueño le hizo ver a la visitante que no hacía retratos ni pinturas, pues no era artista ni pintora, sino que escribía íconos sagrados. En respuesta, le dijo: -En tal caso, hágame un ícono. La hermana Tatjana le respondió que no disponía de alguna tabla de madera, pero la extraña mujer le entregó una. Algo incómoda, aunque con el deseo de atender la solicitud, Tatjana comenzó la tarea, y mientras lo desarrollaba fue viendo que el hábito de la monja visitante se tornaba dorado y su rostro adquiría un resplandor creciente mientras le revelaba: -Bendita eres, Tatjana, tal como lo ha hecho el apóstol y evangelista Lucas, tú me vas a hacer un nuevo icono. Entonces la iconógrafa se sorprendió al percatarse de que no estaba pintando el retrato de otra monja,

sino que escribía un ícono sagrado de la Virgen María.

Al despertar, sorprendida, Tatjana se lo narró inmediatamente a la Madre abadesa, quien le respondió que regresara a dormir y que al día siguiente escribiera un icono de la Virgen Madre de Dios como el que había soñado. De vuelta a su celda advirtió que estaba inundada de luz y de un exquisito aroma perfumado, cosa que le hizo volver a la abadesa, y cuando juntas acudieron a la celda de Tatjana ambas fueron testigos del milagro, pues ante sus miradas estaba el ícono del sueño pero totalmente materializado, la imagen sagrada de la Virgen, no hecha por mano humana.

Transcurrieron unos días de alegría en el monasterio y Tatjana tuvo una visión de la Virgen María en la que le pidió que llevara el icono a la basílica de la Asunción en Getsemaní, donde desde entonces se venera en el sitio del sepulcro vacío de la Virgen

Madre de Dios.

Por Roberto O’Farrill Corona

MAAZ