Malos modos

La diagonal Alekhine: Retrato de una mala persona

Desde luego que hay excepciones, no pocas, pero las novelas históricas en general, y las novelas biográficas específicamente

La diagonal Alekhine: Retrato de una mala persona
Julio Patán / Malos Modos / Opinión El Heraldo de México Foto: Especial

Desde luego que hay excepciones, no pocas, pero las novelas históricas en general, y las novelas biográficas específicamente, suelen contar cosas que invitaban a ser contadas como eso: como historia, como ensayo biográfico o divulgación histórica, y a los que les sobran, por artificiosos, por forzados, los diálogos y las concesiones a la ficción. El de Alexander Alekhine (Moscú, 1892), en mi opinión, debería ser un buen ejemplo. 

Crecido en una familia con dinero víctima de la pesadilla bolchevique, exiliado, convertido en francés, Alekhine tal vez no fue propiamente un genio ajedrecístico, pero fue sin duda un monstruo de eficacia. Un ganador, pues. Vivió poco. Murió en Portugal a los 53 años, en 1946, tal vez atragantado con un pedazo de carne, tal vez porque el corazón no dio más de sí, o quién sabe, incluso porque la KGB decidió liquidarlo.

En todo caso, vivió con el acelerador a fondo. Permanentemente borracho, tragón sin autocensuras, se casó cuatro veces, siempre con mujeres ricas y mucho mayores, fue infiel hasta que el cuerpo se lo permitió y defendió el titulo que le arrebató al cubano Capablanca, él sí un talento exuberante, con un estilo igualmente vertiginoso: atacaba sin cesar, con furia, implacable, algunos dirían que con sadismo. Sobre todo, fue una muy mala persona. Arrogante, despótico, mezquino, manipulador, antisemita, terminó por servir de monigote propagandístico a los nazis, probablemente con algo de convicción y sin duda con mucho de interés. 

Lo dicho: la historia daba para un ejercicio biográfico en forma, con escalas interesantes en la última Rusia zarista, la revolución del 17, el exilio blanco y la Segunda Guerra, sin olvidar a los tremendos ajedrecistas que se disputaban la fama en aquellos días, varios de ellos, los maestros judíos, asesinados por el nazismo.

Arthur Larrue, sin embargo, prefirió hacer una novela, y atinó. La diagonal Alekhine (Alfaguara), que es el nombre del libro, rompe con todos los tics de la novela histórica y se convierte en un relato a ratitos casi granguiñolesco, buen contrapunto para una historia llevada siempre con un humor ácido pero amortiguado, con silenciador, sutil, y con un ojo terrible, agudo, para retratar el horror totalitario en instantáneas que de veras ponen los pelos de punta.

Sobre todo, es la construcción notable de un personaje abominable, patético y cruel, ese Alekhine ya en decadencia, que nos lleva de paseo por toda la Europa en guerra, la que va del año 39 al final de la pesadilla hitleriana. 

Buena libro, pues, que, vaya la aclaración por delante, no exige estar familiarizado con los mil matices del ajedrez. Se los dice alguien que entiende tanto de ese juego como de física nuclear o, si prefieren, como entienden en ciertos ambientes de los usos de la ivermectina. 

POR JULIO PATÁN

COLUMNISTA

@JULIOPATAN09 

MAAZ

 

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