Dos asuntos graves han puesto en alerta a la nueva ola rosa latinoamericana: primero la vicepresidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, fue sentenciada e inhabilitada para cargos públicos y, al siguiente día, el presidente de Perú, Pedro Castillo, fue destituido del cargo por el Congreso argumentando “incapacidad moral”.
Haciendo honor a la verdad, ambos casos estaban más que cocinados: el poder judicial en Argentina nunca se amedrentó ante el poder popular de Fernández, ni siquiera hizo mella aquel “supuesto” intento de asesinato perpetrado contra ella. La también senadora fue condenada a seis años de prisión por el delito de administración fraudulenta durante los 12 años que gobernaron ella y su difunto marido Néstor Kirchner, además de una inhabilitación permanente para cargos públicos.
¡Pero sus procesos legales no han terminado! Aunque por el momento, la expectativa en Argentina es ver si Leonel Messi se retira como campeón de la Copa Mundial.
En donde la cosa está que arde es en Perú. El Congreso, fiel a su costumbre, no paró hasta arrinconar a Pedro Castillo, hacerlo equivocarse y después destituirlo, para colocar provisionalmente a su propia vicepresidenta Dina Boluarte, que para cuando se publique este texto, posiblemente ya no esté o se encuentre en sus últimas horas en el cargo.
Es casi una tradición en Perú destituir por “incapacidad moral” a los presidentes, un recurso legal del siglo XIX que se justificaba por locura, pero que hoy se toma como referente de corrupción, la herramienta se ha utilizado desde 2017 en ocho ocasiones,
tanto en mandatarios de derecha como de izquierda.
En octubre pasado, Castillo fue acusado por la Fiscalía peruana de ser el cabecilla de una red responsable de los delitos de organización criminal, tráfico de influencias y colusión, con una de sus hermanas entre las principales operadoras.
En mayo se emitió una orden de búsqueda y captura contra los sobrinos del entonces mandatario, Fray Vásquez Castillo y Gian Marco Castillo Gómez, que desde entonces continúan huidos de la justicia, y su cuñada, Yenifer Paredes.
Así es que Castillo no es ningún mártir o víctima de la política volátil de Perú, más bien lo que pasa es que si el ¡río suena es que agua lleva! Incluso gente de su gobierno ya había advertido al hoy expresidente que hacer participar a su familia en el gobierno le acarrearía muchos problemas, pero él no hizo caso, prefirió hacerse la víctima por su condición de indígena.
Durante el efímero gobierno de Castillo involucró a su homólogo mexicano para solicitarle asesoramiento económico y apoyo social, hace exactamente un año, desde entonces nuestro país no quitó sus ojos de Perú.
Al grado de que el gobierno mexicano se olvidó de la no injerencia en asuntos de otras naciones e inició una campaña para tratar de restituir a su aliado y amigo, al grado de pausar la relación con las nuevas autoridades.
A lo mejor valdría la pena esperar un poco e ir a fondo para saber a quién se está apoyando, porque si no, pareciera que sólo se está tomando una bandera de lucha, oposición y rechazo a la ligera.
POR ISRAEL LÓPEZ
COLABORADOR
ISRAEL.LOPEZ@ELHERALDODEMEXICO.COM
MAAZ