México vive una polarización inédita. El Supremo Poder Polarizador ejerce su estridencia con visiones entre buenos y malos, fifís y pobres, liberales y conservadores, aliados y enemigos. Si algo ha sabido hacer nuestro Presidente es montar un falso debate en donde todo lo que está de su lado es lo correcto, y lo demás tiene como destino el basurero de la historia.
Sí: somos un país plural, y es natural tener divergencias sobre qué deseamos y cómo alcanzarlo. Ese no es el problema.
Lo peligroso es cuando el grupo gobernante se asume como escribano de la historia y salvación única de la patria, presumiendo una falsa superioridad moral que divide y lastima.
Ya hemos vivido episodios de división que han costado millones de vidas y décadas perdidas, como la Guerra de Reforma (1857-1861), la segunda intervención francesa (1862-1867), la Guerra de los Religioneros (1873-1876), la Revolución (1910-1921), o la Guerra Cristera (1926-1929).
Pero, a diferencia de éstos, en donde la religión, la amenaza extranjera o la injusticia motivaban el desencuentro, la polarización de hoy está basada en la mentira, el oportunismo político y la destrucción institucional.
Para muestra está el recital mañanero desde donde se alienta la polarización para adquirir adeptos desinformados y molestos, o los programas sociales secuestrados por la manipulación electorera.
También están las alianzas a conveniencia, la ruptura institucional, y los arreglos con el crimen organizado.
La buena noticia es que, todavía, permanecen mecanismos para superar las visiones de un solo hombre.
Los sistemas democráticos están diseñados para que las diferencias puedan resolverse mediante deliberación, debate, participación electoral y representación en el Poder Legislativo.
Lo que propongo es el reencuentro con la democracia y sus valores, sabiendo que para alcanzar los acuerdos sociales, hay que partir de reconocer lo común, para atender lo que es divergente.
Cuando se anula la disposición de identificar y construir en torno a lo común, la posibilidad de acuerdos es inexistente.
Por ello planteo una guía mínima para el reencuentro con los valores democráticos:
- Asumir nuestra responsabilidad como ciudadanos libres y pensantes.
- Reflexionar sobre lo que nos es común; menos mañaneras, más lectura y crítica.
- Perder el miedo al debate, desde las mesas de los hogares hasta los medios y las redes.
- Participar dentro y fuera de los partidos, para exigirles congruencia con alternativas políticas viables, competitivas y ganadoras.
- Alzar la voz para que el Supremo Poder Polarizador nos escuche claro y fuerte.
Si empezamos por algo pequeño hoy, la suma del mañana será un alud imparable.
De esta manera dejaremos atrás la mentira, manipulación y destrucción, para reencontrarnos nuevamente.
CUMULONIMBOS. “El último grado de perversidad es hacer servir las leyes para la injusticia”, Voltaire.
BOSCO DE LA VEGA
COLABORADOR
@BOSCODELAV
MBL