FUERA DE TONO

El ridículo de Ricardo Anaya

Las palabras con las que Ricardo Anaya ha buscado victimizarse suenan tan ridículas como resultó en su momento oírlo anunciar su retorno a la política nacional.

OPINIÓN

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Hernán Gómez Bruera / Fuera de Tono / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Difícil tomar en serio al ex candidato presidencial, Ricardo Anaya, diciéndose víctima de una persecución política en tono melodramático y telenovelesco.

En la sola mención de un personaje que se denomina como posible perseguido político --en un país donde verdaderamente los ha habido--, y que para evitarlo se marcha a vivir a su casa en Atlanta, hay una dosis de humor involuntario que el propio Anaya seguramente es incapaz de advertir.

Difícil creerle al ex candidato cuando afirma que el presidente busca meterlo a la cárcel, cuando él mismo sabe que eso no va a ocurrir. Porque en este país de impunidades casi nunca un político termina preso.

En realidad, sobrarían razones para hacerlo. Desde las esgrimidas por sus propios compañeros o ex compañeros de partido --Ernesto Cordero y Javier Lozano— en 2018, recordadas ayer mismo en la mañanera, hasta las que salieron a la palestra el año pasado, cuando en agosto de 2020 Emilio Lozoya reveló haberlo sobornado con más de 6 millones de pesos para votar a favor de que se aprobara la reforma energética.

Esta vez, los panistas han cerrado filas alrededor de Anaya –incluso sus adversarios internos— porque los delitos que se le imputan son los mismos por los que fue procesado el exsenador panista Jorge Luis Lavalle. Y porque, además de Anaya y Lavalle, en el caso están implicados otros exlegisladores, como Ernesto Cordero y Salvador Vega Casillas, además de los actuales gobernadores de Querétaro, Francisco Domínguez y de Tamaulipas, Francisco Javier García Cabeza de Vaca.

En esas condiciones, a panistas y calderonistas por igual les conviene cerrar filas con Anaya y denunciar “motivaciones políticas” en el proceso, porque muchos de ellos saben que también están manchados.

Es evidente que el Anaya que hoy vemos está en campaña electoral de cuerpo entero. Todo en él así lo indica: desde su tinte de pelo oscuro hasta su discurso y manera de hablar, pasando por sus modismos pretendidamente populares y la apelación a figuras históricas en su discurso.

En esa lógica, las palabras con las que Ricardo Anaya ha buscado victimizarse (en una chafa imitación de Juan Guaidó) suenan tan ridículas como resultó en su momento oírlo anunciar su retorno a la política nacional.

Porque más que cualquier otra cosa, frente al poco interés que han despertado sus videos, sus recorridos por el país y sus pretendidos baños de pueblo, lo que el ex presidente del PAN parece estar haciendo es buscar de forma desesperada una manera de llamar la atención. Porque su figura no levanta más que para hacer reír.

Para añadirle gracia al asunto, Anaya ha jugado con parecerse a AMLO en sus recorridos por el país y al hacerse el perseguido político. En realidad, no deja de ser el mismo personaje impostado, de frases estudiadas y gestos calculados a quien resulta imposible creerle. Un personaje que sigue un guion y no pasa de ser un gran meme.

POR HERNÁN GÓMEZ BRUERA
HERNANFGB@GMAIL.COM 
@HERNANGOMEZB

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