De Leyenda

Lo que construimos

La historia es un ejemplo acabado de épica moderna, que sólo podía continuar de una manera… No nos engañemos, Messi no podía jugar gratis en el Barcelona

Lo que construimos
Gustavo Meouchi / De Leyenda / Opinión El Heraldo de México Foto: Especial

Lo más básico es un acuerdo de voluntades; un grupo coincide en lo que es importante, en este caso la maestría con el balón, o la capacidad de defender. Ponen reglas que permitan medir, en algún grado, esa habilidad. ¿Alguien que verifique el cumplimiento? Claro, un árbitro. Hay gente que no puede jugar y mira, ánima. El juego llama la atención y tenemos espectadores. Luego resulta que hay jugadores particularmente buenos que, con dedicación y práctica, podrían ser mejores, el dinero se pone sobre la mesa.

Las cosas se hacen más grandes cada vez. Y así estamos aquí, con ligas, clubes profesionales, contratos por derechos televisivos y promocionales y un complejo sistema de relaciones deportivas, económicas, legales y afectivas.

Toda una industria, miles de empleos, una enorme cantidad de empresas e instituciones, tradiciones, y muchísimo dinero en intereses, todo girando alrededor de lo mismo, dos equipos de 11, una cancha y un balón.

Es lo que construimos para asegurarnos de que los mejores puedan llegar a serlo y que podamos verlo. Como ese niño, muy talentoso, pero pequeño, con algunos problemas de crecimiento, nacido en Latinoamérica. Uno que fue rechazado dos veces por clubes de su país, que tenía una familia que creía en él y se arriesgó a emigrar para conseguirle una oportunidad. Como aquel club que contrata personas especializadas en buscar talento, que pueden negociar sobre habilidades incipientes, apenas promesas y que pueden prometer dinero, oportunidades y apoyo, firmando el acuerdo en una servilleta de un restaurante.

La historia es un ejemplo acabado de épica moderna, que sólo podía continuar de una manera. El jovencito y el club establecieron una relación que los convirtió, a ambos, en los mejores del mundo (de momento no nos detengamos a discutirlo). Él se hizo rico y famoso, y acuñó una leyenda. Verlo jugar ha sido un privilegio y un disfrute que ha atraído la atención de millones de personas, a lo largo de sus 17 años de carrera profesional.

Lionel Messi es un pararrayos; él está ahí, caminando por la cancha, cuando el rayo cae y ve algo, siente algo o huele algo, nadie sabe, entonces una solución, un camino se le muestra y se convierte en un conductor, su cuerpo entero reacciona dominando la pelota. Él la toca de la forma correcta y el balón va a donde tiene que ir, sin sobresaltos, con agilidad y suavidad, en movimientos tan fluidos y rápidos que apenas nadie ve los toques que le da. Así, avanza con ella, entre los rivales, o sobre ellos, qué más da; nada ni nadie puede pararlo y pueden pasar dos cosas, la jugada acaba en un gol bellísimo e imposible, o en una asistencia que no podría haber existido de otra forma.

El Barcelona obtuvo 35 títulos en ese tiempo, el tiempo de Messi, además de enorme popularidad, por haber construido un equipo ganador, millones de fans en todo el mundo y un sinnúmero de contratos de todo tipo.

Ambos estaban en lo más alto de la cresta, así que, lo que quedaba era bajar. No sabemos exactamente cuándo empezó el descenso, pero tiene un tiempo ya. Sí, era inevitable, el tiempo no va a perdonar a Messi y se necesitaba una renovación generacional. Pero él quiere seguir jugando y ganando y el club quería lo mismo. Es cierto que desde hace tiempo hay indicios, sutiles, de que no podrían hacerlo juntos, aunque quisieran, aunque hubiera un acuerdo de voluntades.

El jueves 5 de agosto estalló la bomba; todos hemos seguido el drama, todos nos hemos involucrado en discusiones, desahogando teorías, comparando información, buscando pistas, tratando de explicarnos algo que la lógica nos dice que tiene que ser sencillo. Él quiere quedarse, ellos quieren que se quede, ¿cuál podría ser el problema?

Las señales que recibimos tampoco ayudan. Llevamos meses pensando que todo tendría una solución al final del camino y luego, un día, de pronto no. Así, el presidente del club tiene que salir a decir que no puede hacer lo que dijo que podía. Todos vimos su seguridad y profesionalismo, lo vimos ser categórico y por ello tuvimos que aferrarnos a esperanzas vanas, no tuvimos opción.

La conversación subió de tono y el jugador tuvo que salir a cámara, a decir que se iba, que hizo lo mejor posible y que se irá a hacer lo mejor que pueda a otro lado. Era lo que tenía que decir, de la forma en la que tenía que decirse, sólo cambió una cosa: las lágrimas. Sí, es verdad que también deberían estar en el guion y si fuera un espectáculo común en él, no nos hubiéramos asustado, ni conmovido, no habríamos llorado con él.

Y ahí están, en el centro de la cuestión, club y jugador, con deseos de jugar juntos, de seguir juntos. Pero en este mundo que construimos, que nos permite ayudar a sacar a jóvenes de la pobreza, hacerlos multimillonarios y astros inalcanzables, donde no solo pueden curarse sino convertirse en los mejores del mundo, no podemos hacer que dos partes que quieren ponerse de acuerdo lo consigan.

No nos engañemos, Messi no podía jugar gratis, el Barcelona no podía aceptar la propuesta de CVC y La Liga no podía flexibilizar el tope salarial, porque, cualquiera de esas acciones hubiera dinamitado el sistema que construimos, que sirve para tantas cosas, pero no puede resolver un conflicto que nos parece tan sencillo. 

Está confirmado que Lio jugará con el PSG; no sé qué sentir al verlo aterrizar en París, y vestir el uniforme azul en su nuevo estadio, uno que es igual al otro en cuanto a la cancha y diferente, por completo, en muchos sentidos que importan. 

El Barcelona tiene que seguir trabajando en resolver sus problemas, los fans tenemos que aceptar la nueva realidad y seguir; y todos tenemos que aceptar las cosas malas de un sistema que trata de ser justo en varios sentidos y que ahora nos ha puesto en un mundo un poco más triste del que vivíamos hace una semana.

POR GUSTAVO MEOUCHI
COLABORADOR
@GMOSHY67

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