ANÁLISIS

Aspiracionistas

Fustigar a las clases medias es una estrategia enferma en un país que requiere reconciliarse urgentemente

OPINIÓN

·
Rodrigo Guerra López / Colaborador/ Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

La historia ha demostrado que esta estrategia sólo tiene como efecto enfermar a las sociedades.

“Aspirar” es una bella palabra. Se aspira a un buen puesto de trabajo, a un oficio respetable, a uno de los primeros lugares en una competencia deportiva. 

“Aspirar” hace relación con aquellos deseos dignos que eventualmente encontramos en el fondo de la conciencia y del corazón. No se utiliza esta palabra para significar deseos perversos o torcidos. “Aspira” quien tiene deseos de algo noble.

En tiempos de tuits, hashtags y memes, existen conceptos que se instalan en el debate público a gran velocidad. Este es el caso de aspiracionista. 

El vocablo no existe de acuerdo con la Real Academia. Sin embargo, las meditaciones postelectorales del primer mandatario de la nación, el viernes 11 de junio, lo hicieron surgir vinculado a una caracterización de las “clases medias”, en la que también concurrieron ideas como ser “egoístas”, “clasistas”, “tener maestría o doctorado”, leer el periódico Reforma, y confesarse y comulgar al momento de ir a la iglesia los domingos.

Sería ocioso mostrar que el perfil de las “clases medias” mexicanas —y en particular capitalinas— es plural, diverso en sus lecturas y no siempre afecto a la misa dominical. 

Lo que puede ser más útil es concentrarnos en el papel psicológico y sociológico que tienen las “aspiraciones” del pueblo mexicano. 

Un autor tan poco sospechoso de conservadurismo como Erich Fromm explicó que las aspiraciones son fundamentales, ya que son índice de capacidad de diagnóstico y de anhelos legítimos de un pueblo.

Aspirar, en el fondo, es una manifestación de la condición humana inconforme, es un signo de resistencia, es responder con la imaginación y, eventualmente, con la acción, a los anhelos constitutivos de la persona humana, que trascienden la pasividad y el conformismo. 

Más aún, “aspirar” suele ser causa frecuente del “inspirar”, es decir, de motivar a otros a la superación personal y comunitaria.

Algunos deseos son miméticos, como enseña René Girard, y este es uno de ellos.

Así las cosas, ¿por qué asociar el aspiracionismo con el “egoísmo” o el “clasismo”? ¿Por qué mirar a las clases medias con repugnancia y situarlas como enemigas de la ideología en el poder? 

Me parece que una explicación posible es el intento de activar al “lumpen-proletariado”, a quienes no poseen conciencia de clase, a quienes, a causa de su marginación y pasividad extremas, se vuelven “cómplices” de los “perversos clasemedieros”. 

Este enfoque es el propio de la cultura del mural —como decía Carlos Castillo Peraza–: presentar a la sociedad dividida entre buenos y malos, entre liberales y conservadores, entre clases sociales irreductibles que deben de luchar las unas contra las otras, enemistando al país. 

La historia ha demostrado que esta estrategia sólo tiene como efecto enfermar a las sociedades. 

Es aún peor cuando nuestra nación requiere recomponer su tejido social y lograr una nueva unidad para impulsar desarrollo verdaderamente inclusivo. 

México tiene futuro como nación reconciliada. Nada nos espera si el discurso divisivo busca imponerse como narrativa oficial.

POR RODRIGO GUERRA
PROFESOR-INVESTIGADOR DEL CENTRO DE INVESTIGACIÓN SOCIAL AVANZADA (CISAV)

dza