Según datos de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) hay 11.8 millones de mexicanos viviendo en el extranjero. El 97% de ellos, en Estados Unidos.
La condición de indocumentación de muchos migrantes hace difícil tener información precisa sobre detalles demográficos de este grupo, pero es posible asumir que las propias condiciones de la migración hacen que la población en el extranjero tenga más adultos y menos niños que el promedio de mexicanos que residen en territorio nacional. Siendo así, los votantes potenciales en el exterior representan, al menos, el 10% del total de personas que podrían votar en el país.
Viendo estos números en bruto, parecería que el voto en el extranjero es un gigante capaz de determinar cualquier elección. Es con estos cálculos que desde el 2006, elección tras elección, escuchamos a analistas y políticos hablar del voto de la diáspora como el tesoro que un día será descubierto y cambiará drásticamente la dinámica política mexicana.
Sin embargo, la evidencia demuestra una realidad muy distinta. En el 2006, fueron solo 33 mil personas las que votaron desde el extranjero, en el 2012 fueron 41 mil y en el 2018 fueron 99 mil. Es decir, en el mejor año y con una elección presidencial de por medio, el nivel de participación rondó el 1% dentro de los potenciales electores.
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En algún momento se pensó que la falta de participación estaba vinculada con que únicamente era posible obtener la credencial para votar en módulos del INE en México, así que se abrió la posibilidad de que hiciera el trámite a través de los consulados. El resultado de los esfuerzos de credencialización ha sido relativamente exitoso. Se han procesado 1.2 millones de credenciales por esta vía. Pero esto no significa que la motivación para votar haya mejorado sustancialmente. Las personas están obteniendo la credencial del INE como medio de identificación, aunque no necesariamente estén interesados en votar.
Después se pensó que tal vez el trámite para votar por correo era demasiado complejo, así que se habilitó la opción del voto por internet. Pero tampoco esto parece estar resolviendo el problema.
El ejemplo más claro lo tenemos en los números de registro de votantes para las elecciones locales de este año. Como no hay elección de presidente ni de senador y no existe voto en el extranjero para diputados federales, los votantes en el exterior solo podrán participar en las elecciones locales de los 11 estados cuyas normas así lo permiten: Baja California Sur, Colima, Chihuahua, Ciudad de México, Guerrero, Jalisco, Michoacán, Nayarit, Querétaro, San Luis Potosí y Zacatecas. 9 de estos tienen elección a Gobernador.
El total de credenciales procesadas en el extranjero para personas adscritas a estos estados es de 589 mil 556. Sin embargo, el número de personas que han solicitado votar desde el exterior para este proceso es de solamente 14 mil 617. De esos, el 40 por ciento sigue prefiriendo votar por correo que por Internet.
Aunque falta todavía un mes para que se cierren los registros, los números que se aprecian son ya devastadores. El INE ha dispuesto a más de 100 personas para hablar por teléfono y motivar la inscripción de quienes ya tienen credencial. Además, ha hecho una enorme campaña publicitaria y ha promovido la participación en medios y redes sociales… Claramente, el problema no está en la autoridad electoral. El problema es la desilusión que sienten aquellos mexicanos con los procesos democráticos nacionales.
Es comprensible. Un gran porcentaje de esas personas son migrantes o hijos de migrantes que tuvieron que irse de México expulsados por la violencia, la pobreza y la falta de oportunidades. El primer reto no es convencerlos de votar, sino de que es posible restaurar el país del que ellos fueron expulsados y que su participación es indispensable para lograrlo.
POR FERNANDA CASO
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