MALOS MODOS

Librazos, no balazos

El Che leía mucho, poesía para empezar, y se dedicó a dar tiros de gracia con un placer perfectamente reconocido. Vaya: lo puso por escrito

OPINIÓN

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Julio Patán / Malos Modos / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

El Che leía mucho, poesía para empezar, y se dedicó a dar tiros de gracia con un placer perfectamente reconocido. Vaya: lo puso por escrito. Ya que estamos, Stalin tampoco le hacía asco a los libros. Lejos de ello. Donald Rayfield, uno de sus biógrafos, cuenta que cuando joven se recetaba hasta 500 páginas en una sentada.

De hecho, el Padrecito tuvo relaciones obsesivas, complicadas y en general crueles con muchos de los grandes escritores de la era soviética, a los que, a menudo, refundió en el Gulag, casos de Alexander Solyenitzin o Varlam Shalamov. Dejó 20 millones de muertes. Mao escribía una poesía malísima, pese a que leía como loco. Le ganó a Stalin: 60 millones de muertos. Qué decir de Mussolini, director de un periódico y muy cercano a Gabriele D’Anunzio, el ampuloso poeta que ya de paso fue padre fundador del fascismo. O de Hitler, que empezó, de niño, con las novelas de Karl May, un muy popular autor alemán de libros de cowboys, y nunca dejó de leer.

Pero no son sólo los revolucionarios y los tiranos. Norman Mailer apuñaló a su esposa, Neruda confesó haber violado a una mujer, Hemingway era un conocido malacopa, Quevedo se dedicó a batirse a duelo, Valle-Inclán perdió el brazo en una pelea de borrachos. Todos leían. Pero en realidad los ejemplos son innecesarios. Sabemos los que tenemos un tío machín que recita poesía en la peda, o un amigo agresor sexual aficionado a los libros, que no hay una relación directa entre el hábito de leer y desarrollar un espíritu pacífico, como no la hay entre no leer y convertirse en un matón. La frase de Beatriz Gutiérrez Muller, pues, no se sostiene por ningún lado. No es cierto que “Ningún lector es agresor”.

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Otra cosa, claro, es apostarle a proyectos culturales de fondo como antídotos para la violencia. Hay experimentos exitosos de esa naturaleza en Colombia o Brasil. Sí: crear infraestructura cultural en zonas marginadas e involucrar a la población en su gestión no es una cura milagrosa, pero ayuda, y no poco, a la paz. Lo mismo puede decirse, por ejemplo, de los talleres de lectura y escritura en las cárceles, algo que en México hicimos alguna vez, no sé si todavía, con buenos resultados.

El problema, claro, es que los proyectos de esa naturaleza requieren una inversión fuerte por parte del Estado y, sobre todo, de la participación de especialistas, como esos a los que la 4T ha despachado de las oficinas culturales a mayor gloria de sujetos como Marx Arriaga. Se agradece, pues, la preocupación de Beatriz Gutiérrez Muller, pero, por ejemplo, incidir en la política cultural del sexenio para que se frenen los recortes despiadados que le han aplicado al sector y se abandonen los elefantes blancos, como ese de Chapultepec, puede ser de más utilidad.

Lo de “Librazos, no balazos”, la verdad, no va funcionar.

POR JULIO PATÁN
COLUMNISTA
@JULIOPATAN09

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