El 2 de octubre de 1968 el Batallón Olimpia ejecutó la operación Galeana en la Plaza de las Tres Culturas de la Ciudad de México. Militares y policías vestidos de civiles infiltraron los contingentes de estudiantes que se manifestaban.
El final de la historia es de todos conocido: se creó un escenario para que pareciera que los manifestantes se enfrentaban violentamente con el Ejército mexicano y así “legitimar” un acto de represión monumental. Hubieron numerosos muertos, actos de tortura y detenciones ilegales.
Se pueden discutir horas y horas sobre las causas y motivaciones de los estudiantes y sobre los temores gubernamentales. Eran épocas crispadas, en las que los bandos no hacían matices. Sólo con el tiempo, se pueden descubrir con más precisión los excesos de todas las facciones, los arrebatos del poder, y el horror de los crímenes cometidos.
Mi padre decía que la inteligencia no le tiene miedo a la inteligencia. Que la violencia, la censura, o la minimización de las voces, era el recurso de los cobardes. Que las ideas habían nacido para discutirse, no para imponerse por vía de la represión, el mayoriteo o la descalificación grosera. Pasados los años, los batallones Olimpia tal vez hayan desaparecido. Sin embargo, aún existen personas y grupos que temen a las ideas. No dialogan, no discuten, no argumentan.
Simplemente, apabullan desde el poder. Expertos en hacer bullying neutralizan las opiniones disidentes, diferentes, contrastantes. Lo mismo sucede en redes sociales, en congresos locales, en la Cámara de Diputados o en la Suprema Corte.
En momentos en que una maquinaria irracional aplasta la protección normativa de la dignidad de la vida humana naciente en varias partes del país, en momentos en que no se escucha a la razón sino sólo a la pasión, es tiempo de reflexionar sobre las causas por las que no logramos salir del miedo al diálogo racional y sobre las causas que explican el fácil recurso, a la amenaza abierta o encubierta para imponer la voluntad de poder aún a costa de las evidencias en contra.
El 2 de octubre de 1968 “no se olvida”: quienes alzaron la voz delante del poder en aquella época fueron aplastados. Al momento de escribir estas líneas, desde la Ciudad de Roma, aún no llega el 3 de octubre de 2021.
Me pregunto si esta fecha, gracias a las movilizaciones anunciadas, será el inicio de una reconsideración que permita que quienes estamos ciertos de las razones biológicas, filosóficas y jurídicas que amparan que el embrión humano, desde su estadio unicelular, posee dignidad y es auténtico sujeto de derechos, podamos ser escuchados.
Me pregunto si jueces y legisladores, se atreverán a decir: in dubio, pro reo;in dubio, pro vita para así afirmar con valentía que la racionalidad del Derecho exige al menos la vigencia del principio precautorio.
El 3 de octubre, para mí, tampoco se olvidará. El poder está llamado a legitimarse en el servicio a la verdad. Y la verdad, es que toda persona, sin importar su situación económica, su preferencia política, su coherencia moral o su grado de desarrollo, posee dignidad y merece respeto.
POR RODRIGO GUERRA
PROFESOR-INVESTIGADOR DEL CENTRO DE INVESTIGACIÓN SOCIAL AVANZADA (CISAV)
RODRIGOGUERRA@MAC.COM
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