Para Manuel Ávila Camacho se presentaba difícil la sucesión presidencial al final de la Segunda Guerra Mundial. Dentro del sistema militaba Ezequiel Padilla, Secretario de Relaciones Exteriores, vinculado estrechamente al Imperio norteamericano; Javier Rojo Gómez, Jefe del Departamento del Distrito Federal, apoyado por las fuerzas de la izquierda institucional; recientemente había muerto su hermano, Maximino Ávila Camacho que también soñó con la silla presidencial, apoyado por la élite de los caciques; y, finalmente, el Secretario de Gobernación, el licenciado Miguel Alemán Valdés, político hábil de enorme simpatía personal.
Éste último fue el candidato del nuevo partido, que se convirtió del PRM al Partido Revolucionario Institucional, hasta hoy existente.
El Presidente Miguel Alemán vislumbró el avance formidable de un capitalismo keynesiano que surge en la Posguerra y que permite un crecimiento de la economía mundial de extraordinarios efectos; aprovechó la circunstancia nacional e internacional y le dio un avance formidable al progreso nacional con la construcción de presas, carreteras y obras de infraestructura, que permitieron el crecimiento de la nueva burguesía nacional.
Quienes tuvimos el privilegio de conocerlo encontramos en él a un hombre abierto, carismático y generoso, sobre todo con su alma mater, la UNAM, pues construyó –para bien de nuestras generaciones— el hermosísimo conjunto de la Ciudad Universitaria.
El país avanzó y creció, aun cuando los objetivos sociales de la Revolución fueron disminuidos sensiblemente; uno de sus éxitos fue su amistosa relación con los Estados Unidos, que ha sido y será fundamental en estos próximos años en que ha terminado la pausa de un fascismo xenofóbico que encabezó Donald Trump.
No obstante, la derrota de Trump no es como muchos la piensan, pues sus últimos pataleos –que provocaron los actos antidemocráticos y brutales en El Capitolio hace unos días— no representan sino una nueva amenaza y un peligro permanente sobre el mundo entero. En efecto, Trump tenía perfectamente calculado que ya no podía ganar la elección, que no podía forzar las estructuras constitucionales, pero sí iniciar una larga lucha, apoyado en mayorías ignorantes y supremacistas.
Por eso, el futuro del Presidente electo Joe Biden y de la democracia norteamericana no está resuelto, y esto tendrá consecuencias de gran calado en la política mexicana.
El problema para nosotros se presentará como una dura prueba a nuestra insipiente democracia en las elecciones de 2024, pues, nuestro país se encuentra profundamente polarizado y dividido. Por ello, continuar con esta absurda confrontación interna no nos augura nada bueno.
Es necesario que los principales cuadros políticos e ideológicos del país reflexionen con serenidad y patriotismo, hacia ese futuro incierto, que hoy se nos presenta como una amenaza que no acabamos de comprender. Requerimos con urgencia cambios fundamentales que no permitan que México sea el país de las ocurrencias y los caprichos.
El gobierno de Miguel Alemán marca un tiempo más de un México, que pudo construir un futuro visionario para su desarrollo y progreso.
POR ALFREDO RÍOS CAMARENA
CATEDRÁTICO DE LA FACULTAD DE DERECHO DE LA UNAM