COLUMNA INVITADA

Múltiples lecciones

Las elecciones como la que se acaba de vivir en Estados Unidos deberían ser racionales

OPINIÓN

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Pedro Angel Palou/ Colaborador/ Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

¿Qué es la política sino la posibilidad de elegir entre propuestas factibles para mejorar la situación económica, social y vital? Nunca debiera ser elegir entre “el menor de los males” o, aún peor, ideologizarse tan fanáticamente que polarice de tal forma a los electores y fraccione incluso familias que empiezan a dividir a malos y buenos, a enemigos e incluso a demonizar a los otros que no piensan como ellos.  Cuando la política se vuelve creencia cuasi religiosa no hay argumentación que valga.

Las elecciones como la que se acaba de vivir en Estados Unidos deberían ser racionales. Ningún candidato o partido va a “salvar” a la humanidad o al país y todo mesianismo es igualmente peligroso. Tendemos a pensar a lo político embebido de carácter moral. El ejemplo más claro en el México reciente es proponer una “Guía Ética” (traducción nada nueva de la Cartilla Moral de Alfonso Reyes). El único “paraíso” es un municipio de Tabasco, no la vida en la tierra. A nuestros representantes populares en el congreso y a nuestros ejecutivos -lo mismo un alcalde, un gobernador que el presidente- les corresponde gestionar lo social intentando que la mayoría se beneficie con sus políticas públicas. Por eso los electores norteamericanos votaron a favor de Biden, porque además de devolver cierta decencia a la Casa Blanca, planteaba gobernar para las mayorías, que en este país son un conjunto de minorías (los afroamericanos, los latinos, los asiáticos, las mujeres, las personas LGTBQ). Al menos en los primeros nombramientos parece responder a esa diversidad que lo llevó a ganar.

Norberto Bobbio, el gran pensador desde el liberalismo, estudió como en la Italia de Mussolini el matrimonio imposible entre moral y política generó el fascismo. El Duce afirmaba que combatiría la corrupción de la misma manera en que Trump dijo que “secaría el pantano” de Washington. El discurso funciona siempre y es el pivote de todos los populismos. La mafia en el poder, el pantano, la vieja clase política, afirma este tipo de líder, solo se puede combatir con alguien que viene de fuera, con alguien que no pertenece al “estado profundo”, al “sistema” que solo se reproduce metastásicamente.

El día que Donald Trump en 2015 bajó la escalera de su torre en Manhattan y arremetió contra los mexicanos utilizó además el otro elemento fundamental del populismo: el miedo. Una clase olvidada por décadas por el Partido Demócrata salió a votar por el magnate “ajeno” a la política, olvidando su propia corrupción, su misoginia, sus crímenes sexuales. Los votantes afirmaban que Trump era honesto y “decía las cosas como son”. No podían ver que lo que él y su ideólogo de entonces, Steve Bannon, hacían era precisamente construir una realidad paralela, producir miedo y anunciarse como los salvadores, como el Mesías que haría a America Grande Nuevamente (plagiando, por cierto, un eslogan de Reagan). Ese mismo miedo siguió vivo en la elección de 2020. Había que evitar a toda costa que los “comunistas” Biden y Harris llegaran al poder. Muchos fanáticos siguen creyendo que eso ocurrirá con un presidente y una vicepresidenta que en realidad son de centro. El mito cala hondo siempre en el populismo. La falsa moral del trumpismo hace agua, pero más de 70 millones de electores deciden no verlo.

Por eso denostar al oponente, alterar la pacifica transición de poder sigue siendo su táctica. En democracia lo fundamental es asumir que, aunque los otros piensen distinto a mí y a mi partido son esencialmente decentes y tienen intenciones de mejorar la vida de la mayoría de la población. Esa creencia es la que lleva al elector a la urna y es la que produce transiciones democráticas que hacen avanzar, así sea poco, la vida cotidiana de los ciudadanos. Es la base de la república y es el juego que se acepta al convertirse en candidato. Las elecciones pueden no favorecerme y si lo hacen tengo la obligación de gobernar para todos, incluso para quienes no creen en mi proyecto político ni me han apoyado.

En México, antes de las elecciones de 2021 estamos en una situación similar, con profunda antipatía por los adversarios políticos, animados por el rencor y la desconfianza en el otro. No valoramos el diálogo, sin el cual no existe República. No escuchamos a los otros, no aceptamos la crítica del contrincante político. Es una pena. Necesitamos discutir nuestros mínimos comunes y atrevernos a debatir.

 

POR PEDRO ÁNGEL PALOU
COLABORADOR
@PEDROPALOU