Columna Invitada

Henry Lane Wilson: el Embajador siniestro

El inminente cambio de mandato en Estados Unidos recuerda a nuestro gobierno que debe defender la soberanía nacional y el destino de todos los mexicanos

Henry Lane Wilson: el Embajador siniestro
Foto: El Heraldo de México

Henry Lane Wilson presentó credenciales diplomáticas el 5 de marzo de 1910 al presidente Porfirio Díaz como embajador de Estados Unidos en México; le tocó el inicio de la Revolución Mexicana y actuó de la manera más cobarde y traicionera que ningún embajador haya hecho antes, con la intención de defenestrar a  Francisco I. Madero, a quien le tenía un odio particular, desde luego, obedeciendo las instrucciones del presidente William Taft en su política intervencionista. Su actitud fue la de conspirar con el cuerpo diplomático y durante La Decena Trágica ser el intermediario para que el traidor Victoriano Huerta y Aureliano Blanquet se sumaran a los levantados Félix Díaz y Manuel Mondragón. Él fue sin duda el actor principal para que el 22 de febrero de 1913 fueran asesinados el presidente Francisco I. Madero y el vicepresidente José María Pino Suárez.

En ese tiempo hubo elecciones en los Estados Unidos y fue electo el presidente Woodrow Wilson, quien ordenó una investigación de los acontecimientos ocurridos en México sobre La Decena Trágica al periodista y diplomático William Bayard Hale, al conocer su informe quedó horrorizado por la acción cobarde del embajador. Wilson no sólo rompió relaciones con Huerta, sino, en un intento absurdo de cambiar las cosas, ordenó la invasión de Veracruz, supuestamente para promover la caída del usurpador. Sin embargo, Venustiano Carranza –como siempre— actuó patrioticamente y no aceptó este supuesto apoyo.

Viene al caso este asunto histórico por el cambio de gobierno que hoy se realiza en los Estados Unidos, y donde muy probablemente obtenga la presidencia Joe Biden.

Las relaciones con Estados Unidos han cambiado: las expediciones punitivas, las invasiones y la acción militar de nuestro vecino del norte, se han transformado en este nuevo mundo; y, hoy la influencia imperial se sustenta en la política crediticia y financiera, en los tratados comerciales, en la política migratoria y en las relaciones en asuntos de seguridad e inteligencia.

Frente a este nuevo panorama es probable que los demócratas insistan en la política salarial y ambiental que impulsaron en el T-MEC y, desde luego, en la relación que emana de la acción de sus organismos de inteligencia como la DEA y la CIA.

Es momento oportuno para que el presidente López Obrador ordene la revisión de la política de inteligencia, para evitar intervencionismos absurdos, como el que sucedió con el general Salvador Cienfuegos. Es tiempo de que nuestra relación no se base en la presión brutal de los aranceles, sino en una política de auténtica buena vecindad y de respeto reciproco; no más contención obligada y lamentable de los inmigrantes centroamericanos. Si bien es cierto que sigue existiendo la presión norteamericana, también lo es que México juega un papel fundamental en el desarrollo económico y comercial de ese país.

El pueblo de México espera de su gobierno y de su presidente una actitud inteligente, que reviva la honrosa tradición diplomática de México en el pasado, que se sustenta en los principios normativos ordenados en la fracción X del artículo 89 Constitucional: la autodeterminación de los pueblos; la no intervención; la solución pacífica de controversias; la proscripción de la amenaza o el uso de la fuerza en las relaciones internacionales; la igualdad jurídica de los Estados; la cooperación internacional para el desarrollo; el respeto, la protección y promoción de los derechos humanos y la lucha por la paz y la seguridad internacionales.

Defender nuestra soberanía y nuestro destino, es obligación patriótica de este gobierno.

Por Alfredo Ríos Camarena
Catedrático de la Facultad de Derecho de la UNAM

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