La política estadounidense parece ahora moverse en la diferencia filosófica de lo posible y lo probable.
Mientras el presidente Donald Trump está a la defensiva en su intento de lograr la reelección, el demócrata Joe Biden parece confiado en ganar la votación del próximo 3 de noviembre.
Más allá de las encuestas que casi unánimemente anuncian la victoria de Biden, lo tangible es que a menos de una semana de la votación el mandatario todavía hace campaña en estados donde hace cuatro años ganó la elección.
En otras palabras, juega a la defensiva, al menos según los usos de estrategia política estadounidense, y eso es una señal de problemas, debido a su manejo de la pandemia de COVID-19. Eso es lo probable.
El hecho es que la ofensiva demócrata en estados republicanos va más allá del voto presidencial, y busca apoyar campañas congresionales en las que creen posible arrebatar asientos a los republicanos, especialmente en el Senado.
Eso refleja un grado de confianza, pero también de necesidad.
Para los demócratas no sólo se trata de ganar la votación, sino de hacerlo de manera convincente, de forma que los esperados conflictos post-electorales amenazados por Trump se vean cuestionados de entrada, sin importar cuántos juicios sean promovidos por sus rivales o incluso la presencia de grupos derechistas armados.
Trump ha jugado con la posibilidad de desconocer los resultados de la elección y aún de convocar a sus partidarios, en especial aquellos integrados en milicias o grupos con acceso a armas, a defender su permanencia en la Casa Blanca. Y aunque no parece probable que algo así ocurra, sí está en lo posible.
El resultado es que la combinación de una personalidad irritante y una ineficiencia demostrable lleva a que estados hoy republicanos sean vistos como lugares donde una victoria demócrata es posible, así se refiera sólo a conquistar sitios en el Congreso. Pero eso a veces es suficiente.
El martes pasado, Biden hizo campaña en Georgia, donde un candidato presidencial demócrata no gana desde 1992, pero donde su partido avizora la posibilidad de triunfar en campañas por los dos escaños senatoriales en juego (uno vacante por enfermedad) y en curules de la Cámara baja.
Y por supuesto, sus 16 votos electorales.
Texas no ha votado a favor de un candidato presidencial demócrata desde 1976, cuando Jimmy Carter ganó la Casa Blanca. Esta vez, los demócratas –la campaña de Biden y sus aliados– invirtieron 27 millones de dólares los últimos 10 días para publicidad y esperan una visita de Kamala Harris, la candidata demócrata a la vicepresidencia.
La intención es de al menos sentar bases para apoderarse de sus 38 votos electorales en un futuro próximo.
Los demócratas parecen prudentemente optimistas, sobre todo al recordar que hace cuatro años parecían ir rumbo a una victoria que se esfumó en los últimos dos días.
Pero esta vez, si un triunfo de Trump parece posible, su derrota se ve como más probable.
POR JOSÉ CARREÑO FIGUERAS
JOSE.CARRENO@ELHERALDODEMEXICO.COM
@CARRENOJOSE1