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Democracia en México: ¿Polarización o participación?

Re-pensar a la democracia: ¿para qué sirve y por qué debemos protegerla?

Democracia en México: ¿Polarización o participación?
¿Para qué sirve la democracia y por qué debemos cuidarla? Foto: Especial

En estos últimos días, una palabra parece no querer salir de mi mente. Últimamente se me aparece como personaje principal en eventos, en libros, en primeras planas y en conversaciones. 

Dicha palabra es un término muy especial, se trata de democracia, una palabra que, sin duda, tiene un rol preponderante en el discurso cuando se habla de política y de varios aspectos de la sociedad. 

Y la razón no es menor. La palabra democracia define, al menos en el papel, el sistema político en el que vivimos, y además se sostiene como un faro, como algo a lo que aspiramos llegar como sociedad, no sólo en términos políticos. 

Re-pensar en la democracia

Evidentemente, no es mi intención en este texto indagar sobre lo que la palabra democracia ha significado y significa hoy. Lo que pretendo es, más bien, y dado el papel protagónico que aquella palabra ocupa hoy, provocar reflexiones sobre la democracia en dos aspectos. 

Primero, en la posibilidad de replantearnos lo que entendemos los ciudadanos por participación democrática y, el segundo, la necesidad de auto-examinarnos en cuanto a nuestras acciones y palabras cotidianas para ver si aquellas contribuyen a construir o, por el contrario, erosionan la democracia en la sociedad en la que vivimos. 

En México la democracia es un término muy complejo Foto: Especial

Cómo funciona la democracia 

En cuanto al primer tema que me interesa poner en la mesa en este texto con respecto a la democracia, a saber, el de pensar más allá de lo que la palabra implica para las instituciones que ya tenemos, retomo la conversación que se tuvo hace poco con motivo de la presentación del libro del Doctor Felipe Curcó, profesor del Departamento de Ciencia Política del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), el cual se titula “Teoría del voto e ignorancia racional. (Un argumento contra las elecciones)”. Uno de los temas que se tocaron en dicho evento fue si es que la democracia como la conocemos hoy debe ocupar el lugar casi idealizado que ocupa, dado que ha generado resultados desafortunados en varios países en los últimos años. 

Puesto que la gente no vota siguiendo un esquema absolutamente racional, sino muchas veces llevada por emociones o asuntos tan triviales como si el candidato usa cierto tipo de atuendo, ¿podemos atribuirle a la democracia el valor que hoy tiene? Por supuesto surgió el argumento de que lo valioso de la democracia radica en su carácter procedimental, no en los resultados que genera, y se habló sobre el hecho de que la misma democracia tiene mecanismos de autocorrección. 

Democracia no sirve sin participación

Este punto es que dicha conversación me hizo pensar en textos como “We Decide! Theories and Cases of Participatory Democracy”, de Michael Menser, texto en el que el autor explora la idea y los mecanismos de la llamada democracia participativa, la cual tiene como objetivo la creación de prácticas e instituciones que hagan de los ciudadanos agentes más autónomos (“auto” y “nomos”), es decir, que tengan una mayor incidencia en las decisiones que se toman en comunidad y que les afectan.

Pensar en democracia participativa es pensar en maneras en las que los mismos ciudadanos puedan expandir las facultades que poseen en el diseño del entorno, tanto concreto como abstracto, que los rodea. Algunos beneficios de la democracia participativa son, según el autor, además de aquel incremento de agencia de los individuos, una reducción en la desigualdad y la generación de lazos solidarios

Aquello suena tremendamente idealista. Llevar a cabo procesos que involucren determinación colectiva, organizando espacios democráticos en los que los participantes tengan voz en los asuntos que les conciernen, y en los que las relaciones de poder sean horizontales, es un enorme reto en un contexto inseguro, desigual, y lleno de prejuicios como el nuestro. 

El futuro inmediato de la democracia

Probablemente sea demasiado radical pensar en llevar a la esfera de la realidad mexicana la teoría de la democracia participativa en su forma más pura, pero me parece que nuestra sociedad se beneficiaría enormemente de retomar algunas de sus características, como la firme determinación colectiva de optar por ser el cambio que queremos ver, llevándolo a la práctica hasta en nuestros círculos sociales más inmediatos, y en los niveles que nos sea posible. 

Lo anterior me lleva al segundo punto que me interesa abordar en este texto. Dado que el replanteamiento de las prácticas democráticas que conocemos hoy parece una tarea de largo aliento, considero que podemos comenzar por observar actitudes y discursos que hacemos y emitimos con frecuencia para advertir que nuestra sociedad todavía tiene mucho que lograr en términos democráticos.

Polarización, enemigo de la democracia

Específicamente, creo que deja mucho que desear la capacidad de diálogo y debate que hoy se tienen, tanto en los espacios privados, como en los más mediáticos. Hoy se habla de polarización, pero siempre atribuyéndole la culpa a alguien más, sin que muchas veces se reconozca la responsabilidad que se tiene cuando se descalifican de antemano las palabras del otro o de la otra porque piensa diferente. 

Emitir críticas sobre el estado de polarización de la sociedad implica un riguroso autoexamen para asegurarse de no estar cayendo justamente en aquello que se critica: la desestimación de antemano del que piensa diferente, sin promover un espacio para escuchar y debatir, así como para estar ciertos de no contar con prejuicios que provoquen la automática caracterización de quién se estima “no pertenece al bando del que yo soy parte”. 

Claro, con esto no pretendo decir que una retórica que pretende dividir todo el tiempo, y que se emite desde el gobierno, carece de importancia en la adopción de actitudes polarizantes en la sociedad. Sin duda, es un factor de enorme relevancia. Sin embargo, el hecho es que hoy dicha retórica existe y, por tanto, las preguntas que creo que nos deberíamos hacer son ¿qué podemos hacer nosotros ante ese discurso? ¿Lo compramos y descalificamos al otro siempre que parezca que no opina lo mismo que yo? O mejor hacemos lo posible para, desde el diálogo y la observancia de los datos, recuperar uno de los principios más básicos de una sociedad democrática, a saber, la posibilidad de expresar opiniones que puedan debatirse con base en los hechos, y que no se queden en la esfera de los argumentos ad hominem.

¿Qué tanto peso tienen las instituciones en la democracia?

Si bien es cierto que es de enorme importancia el cuidado de las instituciones y prácticas que posibilitan el funcionamiento de la democracia a gran escala en el país, creo que entre tanto debate sobre lo público, vale la pena también cuestionar lo privado, lo que nos compete de manera más cercana, más inmediata, en las conversaciones que tenemos todos los días, y que afecta también la democracia en México. 

Creo que la pregunta de cierre sería: ¿qué opciones tenemos para crear una sociedad más democrática desde nuestras acciones más cotidianas? Como mencionó Anne Applebaum, autora del célebre libro “El ocaso de la democracia”, en un conversatorio en el que estuvo presente hace poco en el ITAM: hace unos años la democracia era como agua del grifo, es decir, la dábamos por hecho. Ahora nos estamos dando cuenta de que más bien es agua en un pozo, hay que ir por ella, tomarla, hacerla nuestra y llevarla a casa en cubetas sobre los hombros. 

La democracia se construye todos los días

Me parece que el indagar en los dos aspectos que propongo en este texto enriquecería la visión de la vida democrática, sobre todo en un momento en que como ciudadanos nos estamos dando cuenta de que la lucha por conseguirla y consolidarla no acaba con la edificación de instituciones, sino que es una lucha constante, que no cesa, porque la democracia no sólo se instituye en un momento, sino que se vive, se nutre y se construye todos los días. 

En tiempos en que, a su vez, la palabra democracia parece ir acompañada de un signo de interrogación por los resultados que en ocasiones genera, creo que, como planteo en este texto, a los ciudadanos nos toca, por un lado, imaginar formas nuevas de participar en la vida pública y, por el otro, hacer una crítica auto-examinación para estar seguros de no estar incurriendo precisamente en las prácticas que más criticamos, y de estar alimentando y no erosionando los principios democráticos de la sociedad con nuestras acciones y palabras.

A partir de dichas reflexiones, toca luego actuar, involucrarse, participar, exigir. Las formas las iremos descubriendo, pero si nos quedamos en el mismo discurso, poca esperanza se puede tener de que las cosas cambien.

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