Gabriela Sifuentes Castilla nació, creció y estudió en la Ciudad de México; para buscarse un mejor futuro emigró a Estados Unidos, allá la aguardaba su hermana Rocío. Viajó con su pequeña hija de 7 años tomada de la mano, sus sueños y la esperanza que la mantendrían fuerte como una mujer migrante.
Se estableció en Salt Lake City, estado de Utah, de esos territorios que México perdió ante la Unión Americana. Llegó para empoderar a la comunidad latina, que según reporta la oficina del censo de 2020, ocupa el 15.1 por ciento de la población total de dicha entidad.
A través de “La Picosita”, una estación de radio local, contaba la historia de México para que los paisanos supieran más y también sintieran la nostalgia de estar lejos de su tierra. Gaby era amante del rock y una inquieta por excelencia, su cuenta de TikTok tiene más de 18 mil seguidores y ahí continuaba con su tarea de hacer comunidad.
Estudió en la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM); le gustaba bailar, las fiestas, las noches de karaoke con su hermana, tenía una organización impecable y sí, su hija era todo para ella, la razón por la que ahorraba cada dólar que tenía y por la que emigró al norte, no había nada en el mundo que Gaby no estuviera dispuesta a hacer por Julieta.
En los medios la conocían como Gaby Ramos, porque en su afán de empoderar a las mujeres quiso hacer un homenaje a su abuela paterna y llevar su apellido.
“En sus redes sociales siempre estaba posteando consejos, invitando al debate, tenía un programa que se llama Guerra de sexos, que decía de qué piensan los hombres, qué piensan las mujeres y qué piensan los de en medio”, recuerda Rocío, su hermana.
El feminicidio de una latina
Era sábado 16 de octubre de 2021, Gaby fue invitada a una fiesta, una latina, de esas en las que no faltan los “shots” y tampoco la música para el baile. Se la pasó bien, sonrió y sacó sus mejores pasos en la pista. Regresó a casa donde la esperaban su hermana, su hija y una sobrina de 18 años que en ese momento estaba de vacaciones con ellas.
Por alrededor de ocho meses había mantenido una relación con Manuel Burciaga Perea, mexicano originario de Chihuahua, Chihuahua. No lograron mantenerse como pareja porque a ella no terminaba de gustarle su forma de ser. Ese 16 de octubre él estaba en la misma fiesta.
De acuerdo a lo que le contaron los testigos a Rocío, él se puso furioso cuando en la “típica rueda de la fiesta mexicana”, Gaby comenzó a jalar gente al centro para bailar, una de esas personas fue un jovencito de 18 años. Manuel colérico salió del lugar, tiempo después lo hizo la psicóloga de 38 años acompañada de un amigo que la llevó a su hogar.
Cuando llegó, su ex la esperaba afuera de la casa a bordo de su camioneta, Rocío estaba acostada cuando escuchó la discusión, de inmediato se levantó e instó al hombre a que se fuera, ya era la madrugada del domingo 17 de octubre; no quiso, seguía gritando y reclamando.
A empujones entró hasta la habitación de Gaby para buscar entre sus alhajas un anillo de compromiso que él le había dado y que ella nunca usó porque no quería casarse. Rocío recuerda que su hermana intentó regresarlo, pero él le pidió que lo tuviera y lo usará hasta que cambiara, pero eso no pasó.
En el 911 no ayudan a los mexicanos
Mientras sucedía la discusión, Rocío llamó al famoso servicio de emergencias 911 para pedir la intervención policiaca, la operadora le pidió todos los datos del domicilio y la situación que se presentaba; sin embargo, la ayuda no llegó pronta y expedita como se presume en las películas de Hollywood, de hecho jamás apareció.
Manuel se retiró del lugar y las hermanas pensaron que por esa noche ya se habían librado de él, con el sueño interrumpido se sentaron en la sala para platicar y planear sueños. Gaby contaba las ganas que tenía de ingresar a la universidad y tomar cursos que le permitieran seguir construyendo su futuro profesional.
Pasaron 15 minutos y mientras las hermanas charlaban, él regresó y comenzó de nuevo a tocar la puerta con insistencia, se le rogó retirarse, se le invitó a calmarse y a resolverlo horas más tarde cuando la luz del Sol brillara y los ánimos estuvieran más apagados, pero no escuchó, Rocío llamó de nuevo al 911, pero Gaby abrió la puerta, Manuel dio un paso atrás y sacó una pistola, “no, no, no espérate” fueron sus últimas palabras. De inmediato se escucharon cinco o seis tiros, uno de ellos fue directamente a su ojo izquierdo… “iba directo a matarla”.
El llanto y los gritos de Rocío eran tan fuertes que los vecinos llegaron hasta el lugar, nadie daba crédito de lo que estaba pasando y no se lograba entender por qué no se atendió el llamado a emergencias, por qué no había policías cuidando la casa de las mexicanas.
El vecindario en el que Gaby vivía no es latino, de hecho gran porcentaje de los que ahí viven son anglosajones. En una ocasión, una vecina llamó al 911 para pedir auxilio ya que escuchaba ruidos raros en su jardín, la policía llegó inmediatamente; se trataba de un perro merodeando.
Mientras el cuerpo yacía en el suelo y Rocío estaba en estado de shock, Manuel tuvo el tiempo suficiente para huir, porque los agentes llegaron mucho después de cometido el asesinato, una vez en la escena del crimen aplicaron sus protocolos, pero poco había que hacer; ya no había aliento en Gaby.
Nombre, descripción física, placas de circulación y todos los datos que fueron requeridos por los oficiales se entregaron, pero no se logró capturar al asesino; la nación más poderosa del mundo no pudo hacer un rastreo a través de cámaras de videovigilancia y detener al sujeto, que se presume huyó a territorio mexicano por carretera conduciendo más de 18 horas hasta llegar a la frontera.
No hay feminicidios en EUA
El delito de feminicidio no existe en Estados Unidos, el de Gaby se catalogó como asesinato por violencia doméstica. Según información de la National Coalition Against Domestic Violence, NCADV por sus siglas en inglés, una de cada dos mujeres que son asesinadas han sido víctimas de sus parejas íntimas.
Además, en un “día típico” la línea de teléfono de violencia doméstica recibe más de 20 mil llamadas en todo el territorio. Las cifras dictan que una de cada 10 mujeres en aquella nación han sido violadas por su pareja, una de cada cuatro mujeres sufren violencia física grave y una de cada siete han sufrido alguna agresión física.
La NCADV registra que la mayoría de los asesinatos contra mujeres por violencia doméstica son cometidos con armas de fuego y la facilidad con la que se consiguen en la Unión Americana aumentan el número de casos.
¿Cómo hallar a un asesino?
Nadie sabe dónde está Manuel, se cree que libre en México y sin delito que lo persiga; es decir, puede estar caminando por la calle, tener un trabajo formal, ir a un restaurante, al cine, incluso viajar como si no le hubiese arrebatado a tiros la vida a una mujer.
No hay certezas, de hecho podría estar en Estados Unidos en la cara de las autoridades que arman una carpeta de investigación que será enviada vía diplomática a México para buscar la colaboración binacional, con un proceso largo y tedioso que al único que beneficia es al feminicida, que al momento en territorio nacional nadie busca.
La palabra racismo es una constante en el relato de Rocío que ve como la justicia no le ayuda, que debe lidiar con el hecho de que para la policía de Salt Lake City fue más importante descubrir a un perro haciendo ruidos en la casa de una ciudadana blanca y sajona; que el brutal feminicidio de una latina, de su hermana.
Ante la discriminación, disfrazada de incompetencia, a la familia no le queda más que esperar y pedir la difusión del caso entre “los paisanos” en Estados Unidos y los mexicanos, porque en el caso de Gaby sigue acumulándose en montones de papel de la oficina del Marshall.
Por: Paola Sánchez Castro
Edición: María José Serrano Carbajal
Diseño: Ana Navarro e Ingrid Almaraz