Cuando Jorge Ruvalcaba era niño (Guadalajara, 1991) jamás imaginó que dedicaría su vida a la ópera. Es tapatío y lleva a Chihuahua en el corazón, donde se crió. “En secundaria tomé un taller de guitarra y mi mamá vio que me gustaba y que se me facilitaba la música, me sugirió entrar al coro de la iglesia. Además de ganar experiencia con mi instrumento, aprendí a cantar.

Años después, antes de decidirme por estudiar una ingeniería, presenté el examen para ingresar al Instituto de Bellas Artes de la Universidad Autónoma de Chihuahua, fui aceptado, al principio me dije que sólo probaría un año, nunca me fui”, contó.
Al inicio de sus estudios conoció a muchas personas que le decían que no cantaba y que no tenía el temple y la resistencia para esta carrera. “Mis padres me enseñaron a creer en mí, a trabajar por mis sueños y a desafiar el ‘no’. Así que me aferré y llegué a la Escuela Superior de Música de la Ciudad de México y, posteriormente, al Conservatorio de Música de San Francisco”, explicó.

Anne Orthen
En México, señaló barítono, uno de los mayores retos es la falta de escuelas de música y la escasez de oportunidades para adquirir experiencia en los escenarios.
“A veces me preguntan qué nos dan los maestros mexicanos, porque llegamos con preparación vocal y nuestras voces son de las más bellas, pero consideran que no contamos con experiencia escénica y teatral, que no somos disciplinados y que dominamos pocos idiomas”, comentó.

Eduardo González
Pese a los prejuicios, Ruvalcaba fue miembro del International Opera Studio de la Ópera Estatal de Stuttgart, en Alemania. Hoy es miembro del Teatro Aachen, en Alemania.
Por Azaneth Cruz
EEZ