INVESTIGACIÓN ESPECIAL

La historia perdida del Rastro de Ferrería: vísceras, sangre y el ocaso de la gran despensa de carne en México

Sobre los terrenos de lo que hoy es la Arena Ciudad de México se alzó el megaproyecto de los 50. El Heraldo Digital recogió los testimonios de trabajadores que vivieron su auge y caída, para entender cómo cambió la urbe y el consumo de carne

NACIONAL

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Ferrería se inauguró el 6 de septiembre de 1955Créditos: FOTO: Especial

Es un viernes lluvioso al norte de la Ciudad de México y Alfonso Sotelo Peña regresa a su domicilio en las afueras del metro El Rosario, tras pasar ocho horas como chofer de aplicación. El hombre se sienta, abre un álbum de recuerdos y toma una fotografía donde levanta una res de 120 kilogramos al interior de un camión de carga.

“En Ferrería ganábamos del diario, no a la semana ni a la quincena. Durante mis primeros días lo único que hacía era checar la cantidad de carne que llevaba cada camión. Después me hice más experto, comencé a cargar, deshuesar y hacer fletes”, relata.

"El Ojitos", como también lo conocen, formó parte del "Rastro de Ferrería" en Azcapotzalco a mediados de los años 80, un trabajo que le permitió ganar dinero desde joven y laborar junto a su padre, Alfonso Sotelo Luque, con quien no solamente compartió nombre, sino también la pasión por el negocio de la carne. 

Vista aérea del "Rastro Ferrería" 1955 Foto: ICA México

“El Rastro y Frigorífico Ferrería” se alzaba sobre la avenida “Las Granjas”, donde hoy se encuentra el coloso de hierro conocido como Arena Ciudad de México. El propio Luis Miguel inauguró el recinto de espectáculos un 25 de febrero de 2012 y pisó bajo el escenario los restos de corrales, animales, sudor y trabajo de cientos de mexicanos.

El presidente Adolfo Ruiz Cortines nombró a este megaproyecto “la gran despensa del D.F.”, un inmueble creado con visiones modernistas y de desarrollo para la capital mexicana, sin imaginar que esto abriría paso al monstruo capitalista del mercado de la carne.

Así luce hoy el rastro junto a la Arena Ciudad de México Foto: Google Maps

La relación laboral del “Ojitos” con la carne inició hasta décadas después de la inauguración del rastro, el 6 de septiembre de 1955. Él tenía 18 años y la rutina en aquella época era clara: A Ferrería se llegaba a las 3 de la mañana, se cargaba el camión con reses marcadas por los compradores y se comenzaba a repartir en supermercados y carnicerías de todo el entonces Distrito Federal. La jornada no tenía una hora exacta para concluir y cada día se trasladaban alrededor de tres toneladas de carne. 

La escasez de carne: un problema agudo del D.F.

Durante los años 50, el centro de México enfrentaba un problema de escasez en productos cárnicos “por la insuficiencia del abasto y el aumento del consumo”, de acuerdo con el entonces jefe del Distrito Federal, Ernesto P. Uruchurtu. 

Para resolverlo, Ruiz Cortines apostó por invertir 50 millones de pesos en un rastro moderno que permitiera a la Ciudad de México “la previsión y provisión de los alimentos a la población (...) facilitando con ello el mejor abastecimiento de artículos esenciales”. 

Desde que comenzó en el rastro, “El Ojitos” nunca  tuvo miedo o repulsión a su trabajo, al contrario, era un lugar donde podía crecer laboralmente y aprender, pese al ambiente “pesado” que se vivía. 

Alfonso Sotelo Peña, ex trabajador del rastro
Foto: Cortesía

 

Dentro del rastro, recuerda, laboraban personas de toda la capital, principalmente de colonias en la periferia como la Morelos, Tepito, la Guerrero y Tacubaya. Incluso señala al Heraldo Digital que el rastro sirvió como un espacio de readaptación social, ya que algunos trabajadores eran personas que fueron privadas de su libertad en el Palacio Negro de Lecumberri y usaron el negocio de la carne como un nuevo comienzo en sus vidas. 

Pocos ciudadanos podían comer carne más de una vez a la semana en los 50. De hecho, una persona promedio consumía 13 kilogramos de carne al año, de acuerdo con la Comisión Económica para América Latina (Cepal), quien señala que el consumo “era normalmente bajo y debía atribuirse al reducido nivel de ingresos por habitante, a las marcadas diferencias de ingresos percibidos y a la oferta notablemente restringida (inelástica) de la carne”. 

Desde entonces, la demanda no ha hecho más que incrementar en sintonía con una explosión poblacional que ascendió a más de 9 millones de personas en la Ciudad de México, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi). Esto mientras el consumo promedio al año alcanzó casi 70 kilos de carne (69.9) por persona en 2021, de acuerdo con el Consejo Mexicano de la Carne. 

En otras palabras, en un periodo de 66 años los mexicanos comieron 57 kilos más de productos cárnicos al año, cifras que engloban bovinos, porcinos, ovinos y caprinos. 

Lejos de lo que podría pensarse, la carne de res no es la más consumida en el país. Un estudio sobre la demanda en México, publicado en 2020 por la Universidad Autónoma del Carmen, señala que desde 1996 la carne de pollo es la más barata y consumida, gracias al incremento del ingreso per cápita y la inyección en infraestructura que sufrió su esquema de producción en esos años.

“El pollo es el sustituto de todas las carnes”, señala el artículo. La repercusión de la baja del precio ha sido tal que hoy en día esta carne blanca “tiene una relación más marcada con la carne de porcino y de bovino; es decir, si el precio de las carnes de porcino y de bovino aumentan, el consumo de pollo aumenta”, señala la investigación “Impacto de los cambios en el ingreso sobre la demanda de carnes en México”. 

Trabajadores lavando pollo en el rastro de Ferrería Foto: INAH

Por otro lado, la nutrióloga Mariana Félix señaló al Heraldo Digital que el incremento en el consumo de carne también tiene que ver con "la cultura de dieta" que ha puesto a la ingesta de proteína en el centro. "Hay una hipervigilancia a que en todos tus platos cubran esta ingesta diaria", señaló.

Destacó que aunque los estudios señalan al consumo de carne como un factor para el desarrollo de enfermedades, esto no significa que “consumiendo carne roja te va a dar cáncer. Consumir carne roja es un factor de riesgo como la edad o el sexo y no está muy establecido qué cantidad específica de carne” generaría esos problemas.  

Rastro de Ferrería: El gran centro de la CDMX

En Ferrería “los matanceros procuraban matar cuando no había nadie. La zona de matanza estaba al lado de los corrales y funcionaba con una cadena que iba bajando hacia las cámaras de conservación”, cuenta “El Ojitos”. 

La carne recién matada es muy aguada, por lo que en Ferrería se contrataban “enmantadores”, encargados de forrar la carne con mantas mojadas con sal antes de llevar el producto a los congeladores.

El propósito de eso era para que al otro día la carne apareciera bien formada, para que el tablajero dijera ‘me llevo esa, esa y esa’

Trabajadores del rastro en el proceso de destace Foto: INAH

Desde la madrugada llegaban camiones llenos de reses a los muelles del rastro, donde también dormían aquellos trabajadores que vivían en zonas muy lejanas y preferían quedarse por la noche en Ferrería para llegar a su jornada laboral.

A la 1 o 2 de la mañana comenzaba la venta; a las 6 salían los transportistas rumbo a supermercados y carnicerías; a las 12 cerraban la venta y a las 2 de la tarde terminaba el reparto de carne en la capital.

Ferrería fue el salvavidas de una ciudad en punto crítico donde se necesitaba de “un gran centro consumidor” que pudiera mantener en buen estado los productos que llegaban desde estados como Durango, Tabasco, Tamaulipas, Chiapas, Sonora, Chihuahua y Coahuila. 

Ventas y robos en Ferrería

-Silvano, dame 7 novillonas.

 

-¿Para cuándo me las pagas?

 

-Para dentro de ocho días.

 

-Bueno, pues, llévatelas

 

Así hacían los tratos directos entre ganadero-introductor e introductor-carnicero por los novillos, novillonas y vacas que se vendía de entre 7,000 y  10,000 pesos, según el peso del animal. El gobierno de México se encargó de gestionar el uso del rastro, matadero y frigoríficos hasta que las matanzas llegaron a su fin por decreto oficial.

Las cámaras eran un gran negocio para el gobierno. Eran cámaras tremendamente grandes, podíamos caminar de orilla a orilla del rastro en una de ellas

El estibador Teodoro Pérez Castillo trabajó durante más de 20 años en Ferrería. La labor de "El Pestañitas", como lo conocían en el rastro, consistía en ingresar a las cámaras de refrigeración, cargar canales de res y de cerdo, montar la carne en los rieles y canalizarla al área de distribución donde se encontraban los camiones de reparto. 

Teodoro Castillo, estibador del rastro Foto: Cortesía

Pérez Castillo, de 84 años de edad, cargaba al día alrededor de 50 reses de 150 kilogramos. Con su equipo del rastro, integrado por tres estibadores y un chofer, circulaban por zonas como La Villa, Tepito, San Cosme, Tacubaya, Los Reyes La Paz, entre otros.  

"El Pestañitas" se sincera y menciona que el trabajo en el rastro no cualquiera lo hacía. Diariamente convivían con el dolor y actividades que ponían en riesgo su integridad como lesiones, cortadas, caídas, fracturas y hasta simplemente ser asaltados y que les robaran toda la mercancía de los camiones. 

La gente que  robaba nos esperaba en las carnicerías, se hacían pasar por clientes o trataban de pasar desapercibidos con que andaban en muletas. Yo pienso que estas personas debieron ser del mismo gremio o hasta mismos carniceros.

No había descuentos ni repercusiones por la carne robada, pues esa mercancía pertenecía a Industrial de Abastos, la empresa que gestionaba el rastro. Sin embargo, los trabajadores eran los que se encargaban de levantar una denuncia con las autoridades y enfrentar la desconfianza, ya que en ocasiones, narra "El Pestañitas", se creía que ellos mismos se autorobaban. 

"Esto no va a durar para siempre"

La caída del Gran Rastro de Ferrería comenzó como un rumor traído por los vendedores de carne que advertían: “esto no va a durar para siempre”. Al mismo tiempo que las quejas de nuevos habitantes por el olor de las matanzas se hacían más presentes con el crecimiento de la Ciudad de México. 

En los años 80, las condiciones económicas, políticas y sociales permitieron que los supermercados se expandieran por todo el país. Durante ese periodo, el precio de la carne de bovino fue inestable “y los productores nacionales no invirtieron en la importación de carne”. Las cadenas aprovecharon esa oportunidad para fomentar la importación de carne de bovino a un precio inferior al nacional. 

La Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco) asegura que el proceso de urbanización fue parte vital del “boom” de estos centros comerciales. Mientras el especialista Bruce W. Traill en “The Rapid Rise of Supermarkets”, señala a la feminización del mercado laboral como parte fundamental del éxito de estas cadenas mercantiles. 

Las mujeres ingresaron al mercado laboral Foto: Especial

Las mujeres en esos años mantenían con intensidad el rol de alimentación familiar, lo que las hacía visitar uno por uno lugares como carnicerías, verdulerías, mercados, entre otros centros comerciales; sin embargo, al entrar con más fuerza al espacio laboral, el tiempo para hacer esas actividades se redujo y se volvió más cómodo conseguir la canasta básica en un solo lugar: el supermercado.

En aquel entonces ya llegaba al país carne congelada, pero las personas todavía querían carne de res recién matada. “Como que la gente tenía esa idea de que la carne refrigerada no estaba buena”, detalla Sotelo antes de hablar sobre el declive del rastro.

La caída del Gran Rastro de Ferrería

Ganado en el rastro de Ferraría Foto: INAH

Un día dijeron: ‘Ya no hay matanza’”, relata “El Ojitos” sobre el cierre de Ferrería desde el rústico sillón naranja donde mira las fotos de su trabajo como cargador del rastro.

Aunque en Ferrería no se ha dejado de vender carne, su presencia se vio debilitada con la aparición de un campus de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), otro campus de la Universidad TecMilenio, la construcción de la Arena Ciudad de México, la Alameda Norte, Unidades Habitacionales y el crecimiento exponencial de la capital que dejó al rastro con un solo edificio y a la sombra de lo que llegó a ser alguna vez. 

Ahorita si vas,  sigue. Pero ya nada que ver con lo que era Ferrería y lo que nosotros conocimos. No, dices, esto ya está muerto

Teodoro Pérez Castillo se une a las voces que recuerdan la grandeza de Ferrería y lo que representó para miles de familias que vivieron de la carne por más de 50 años. Él asegura que el rastro era más que un centro de compra y venta de carne, era un lugar de convivencia, donde hacía amigos de toda la capital, donde aprendía de los trabajadores mayores y hasta planeaba estrategias de seguridad para los asaltos de aquella época. 

Si Ferrería no se hubiera cerrado, muchos de mis compañeros seguirían vivos. Cuando el rastro los liquidó en el año de 1993, algunos compañeros tiempo después fallecieron, algunos de enfermedad y otros de tristeza porque se acabó la chamba. Llegar a Ferrería era felicidad. Aunque te hubieran liquidado, no hay como estar siempre activo, dice "El Pestañitas"

Su familia, integrada por su esposa y 10 hijos, fueron un apoyo fundamental para que Teodoro no se "agüitara" y le diera siempre para adelante.

"El Pestañitas" fue liquidado sin previo aviso Foto: Cortesía

Después de ser liquidado del rastro, se refugió en el oficio de pintor y mantenimiento de hogares. Además, la música también es un hobbie que lo mantiene activo, ya que se dedica a bailar danzón, cumbia y salsa en recintos como el Jardín Hidalgo en Azcapotzalco y el Kiosko Morisco en Santa María la Ribera. 

No podía echarme para atrás, tenía que sacar a mis hijos adelante. Sí, te duele dejar tu pasión, lo que te gusta, pero no podía dejar que mi familia se quedara en el desamparo. Hoy sigo raspando la suela, la música me mantiene vigente y me brinda buena salud. Mientras vivamos los trabajadores. Ferrería siempre vivirá

En la década de los 80, la Industrial de Abastos llevó a cabo una serie de cambios enfocados en ya no introducir al ganado de forma directa al rastro y hacer una gran reducción de la matanza de animales. 

Los problemas que enfrentó en sus últimos años de gloria estuvieron relacionados con el dinero. No contaba con los recursos propios suficientes para mantenerse y acudía al Departamento del Distrito Federal en busca de apoyo.

El rastro de Ferrería fue el gran centro distribuidos de la CDMX FOTO: INAH

De acuerdo con el libro "Azcapotzalco, una historia y sus conflictos", de Héctor Núñez, Ferrería en el año de 1977 tuvo un ingreso total de 1,130 millones de pesos, de los cuales 550 millones fueron para sus operaciones. Un año después, en 1978, si bien los ingresos propios incrementaron a 1,371 millones (probablemente por el aumento en las tarifas de los servicios que desarrollaba la empresa), estos no alcanzaban para cubrir el gasto corriente de 1,478 millones. 

Durante sus últimos años, Industrial de Abastos contaba con 1,004 obreros y 250 empleados de confianza. Entre las tres  principales causas del declive de Ferrería estuvieron la falta de presupuesto gubernamental para mantener las instalaciones, la transformación que se vivió en una zona inicialmente despoblada y la desaparición de Industrial de Abastos durante el periodo del expresidente Carlos Salinas de Gortari, de 1988 a 1994. 

*La historia de "El Pestañitas", boxeador, rastrero y maestro de baile, se publicará la próxima semana.

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