La pandemia arrebató la salud del jefe de su familia; el padre no ha podido trabajar desde que se contagió de coronavirus, —debido a complicaciones resultó con daño pulmonar— así que madre e hija se han convertido obligadamente en el sostén del hogar. Ahora dan continuidad a la labor artesanal.
La familia es originaria de Michoacán, son indígenas purépechas, arribaron a Guadalajara hace 20 años en busca de mejores condiciones de vida.
Pertenecen a la tercera y cuarta generación de bordadoras de punto de cruz. Sin embargo, con la emergencia sanitaria se vinieron abajo las ventas de blusas con bordados típicos.
“Bordamos punto de cruz, ya son cuatro generaciones. Todos somos de Michoacán, también hacemos ollas de barro que se llaman ‘Cocuchas’. Cuando entró la pandemia, sí nos fue muy mal. En todo el año no hemos vendido ni una blusa. Ahora también vendemos dulces afuera de la casa para comer”, lamenta Rosa.
Su madre, Evelia, mira a detalle, tratando de entender, ya que habla poco español, su lenguaje es el purépecha.
“Mi papá se enfermó de COVID. Se la pasa en casa. Nos dijeron que tiene dañados los pulmones y ocupamos oxígeno para él, pero no tenemos (dinero). Fue muy sorpresiva la enfermedad, nadie se la esperaba”, añadió Rosa.
Ellas solían vender sus prendas bordadas en negocios de ropa en Guadalajara, pero con el confinamiento varios cerraron.
“En los locales que vendía, cerraron. En Andrés Terán (negocios de venta de ropa) nos pagan muy barato el trabajo, nos pagan 450 por cada blusa cuando en realidad valen más de mil pesos. Cuando el bordado es muy detallado, yo lo vendo en 800 pesos y los vestidos en 3 mil porque trae mucho bordado y todo es a mano”, explicó Rosa.
Aman bordar, pero reconocen que por la pandemia ya ni siquiera tienen dinero para comprar su material, que consiguen directamente en Michoacán.
Por lo pronto, abandonaron su pasión por la venta de dulces en la puerta de su casa.
Por Adriana Luna/Corresponsal
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