PIENSA JOVEN

Depresión y ansiedad: La herida del absurdo y su exacerbado crecimiento en pandemia

Ahora que vivimos en un tiempo de tragedia y sufrimiento, se vuelve imprescindible, más que nunca, proporcionar una salida a uno de los problemas filosóficos de mayor importancia: juzgar si la vida vale o no la pena. En los párrafos que siguen, ofrezco una reflexión honesta sobre el mal de espíritu

ESTILO DE VIDA

·
pandemia por covid.Foto: FreepikCréditos: Foto: Freepik

La justificación de la relevancia de la próxima reflexión está dada por las circunstancias extraordinarias de nuestra situación actual. Es evidente que nuestro tiempo está primado por una crisis de salud y una decadencia económica a nivel mundial. Esta condición se vuelve aún más abrumadora si damos cuenta del lugar que nuestro país ocupa en el listado de defunciones a causa del coronavirus, y la forma en la que han incrementado los índices de depresión y ansiedad. Así, aunque no suponga un tema nuevo hablar del sentimiento del absurdo y del sinsentido, la cuestión resulta más cercana para muchos. Tengo la esperanza de que haya entre los lectores aquellos que puedan encontrar consuelo en mis palabras por haber pasado por reflexiones y pensamientos análogos.

Vivir, naturalmente, nunca ha sido fácil. Por más dramática que suene tal afirmación, no encuentro a ningún temerario que pueda o haya intentado refutarla satisfactoriamente. Las razones por las cuales decidimos continuar con los gestos que la existencia requiere son muchas y de distinta índole. Yo diría que la primera de ellas es la costumbre. En la repetición de los hábitos que constituyen nuestra cotidianidad, podemos encontrar momentos de una belleza simple que nos provocan los sentimientos más profundos de alegría o, incluso, amor: la dulzura del cielo, los diseños de árboles, la amabilidad de un extraño, la presencia de un ser querido. Estos sentimientos tienen consecuencias que, a veces, hasta el sujeto mismo que los halla ignora: iluminan nuestra percepción del mundo y la recubren de figuras que pasean consigo lo agradable.

Sin importar cuán hostil sea nuestro entorno en realidad, cuán insensata sea la agitación cotidiana, aquellos que logran sentir la alegría y el amor toman la costumbre como una razón profunda para vivir; tal vez, adjudicándole al porvenir una promesa, un objetivo. En esos casos, el absurdo de la condición humana, el hecho de que nacemos para morir, se mantiene escondido sombríamente en los rincones de nuestro entorno y nuestros actos; en estos casos, los sujetos logran escapar de otros grandes sentimientos: la angustia, el absurdo y el sinsentido.

Ahora bien, para aquellos que no hemos encontrado la fuerza para servirnos del artificio que supone recubrir el mundo de figuras agradables, que hemos descubierto el carácter irrisorio de la costumbre, podemos decir que carecemos de esa suerte. El absurdo nos cala los huesos y nos roe el espíritu; los decorados se derrumban. Levantarse, desayunar, cuatro horas de trabajo, comer, cuatro horas de trabajo, cenar, descansar; lunes, martes, miércoles, jueves y viernes, y los fines de semana poseen el mismo ritmo. La situación empeora si nos damos cuenta del confinamiento al que algunos nos hemos visto obligados tras la pandemia. Una persona nos habla vía Zoom, detrás de un dispositivo; no vemos más que una imagen suya, su mímica sin importancia, y nos preguntamos por qué vive.

El mayor horror proviene del lado matemático del suceso, de los índices de defunción que crecen exponencialmente, semana tras semana, día tras día. Ya nos advertía Camus (2020): “Ninguna moral ni esfuerzo son justificables ante las sangrientas matemáticas que ordenan nuestra condición” (p. 374). Bajo la iluminación de la angustia y el absurdo, las figuras de nuestro mortal destino se solidifican, la inutilidad y el sinsentido de nuestra vida aparece.

Estos también son sentimientos profundos, y pasean consigo su universo miserable, la ausencia de toda razón profunda de vivir, lo innecesario del sufrimiento. Parecería que, quienes hemos sentido esto, nos hemos vuelto cuerpos inertes, pues ya no comprendemos qué sentido tiene vivir. ¿Cómo comprenderlo si las figuras y los dibujos de alegría que previamente poníamos resultan ofuscadas por la hostil situación de muerte y dificultad que vivimos? Hay quienes recomendarán un escape en el sueño de la trascendencia, y dirán con esperanza: “se puede dejar algo, hacer algo por las generaciones venideras”. Sin embargo, quienes han sentido el absurdo sabrán que “un hombre sin esperanza y consciente de serlo ya no pertenece al porvenir” (Camus, Albert, 2020, p. 389).

Es aquí, donde parece que nada queda, donde reconocemos nuestra condición hostil que nos conduce a la miseria, que uno puede recuperarse pensándose héroe de su propia tragedia. La clarividencia que constituye nuestro tormento, puede consumar nuestra victoria. Es normal caer en la angustia y el sinsentido tras vivir el absurdo, y arrastrar las figuras sombrías que ese universo supone, pero también es normal que nos esforcemos por escapar. Nos queda aún nuestro espíritu impotente pero rebelde, lo que Camus llama la “victoria absurda”. Habrá que pensar nuestro mortal destino y la actual condición que exacerba sus consecuencias como los esfuerzos de un Dios trágico, con su característico gusto por los dolores inútiles. Ante aquel se encuentra el ser humano, con su semblante firme, que puede pensarse capaz de vivir a pesar del absurdo, convirtiendo sus acciones en un destino propio —unido bajo la mirada de su memoria y pronto sellado con su muerte—.

Nos resta el acto rebelde del deseo, de querer lo inalcanzable, que caracteriza al ser humano. Así, “cuál ciego que desea ver y sabe que la noche no tiene fin” (Camus, Albert, 2020, p. 468), nos levantamos y nos enfrentamos al mundo; el cuerpo de médicos y enfermeros se enfrenta ante los resabios del nuevo virus, las familias se enfrentan ante las pérdidas de sus seres queridos, los profesores y estudiantes se enfrentan al sometimiento virtual del nuevo sistema... “El esfuerzo mismo para alcanzar la cima basta para colmar un corazón de hombre” (Camus, Albert, 2020, p. 469). Deseamos lo que no poseemos, y ese deseo constante de rebeldía es el triunfo frente al absurdo.

mgm