En buena medida, la estética de los cuerpos perfectos que solemos asociar con los atletas que participan en los Juegos Olímpicos, que este año se celebran en la capital francesa, tienen dos padres: los antiguos griegos y una cineasta alemana.
Leni Riefenstahl fue su nombre y numerosos críticos y estudiosos del cine la consideran la mejor directora de cine de la historia, tanto por su pasión como por sus aportaciones técnicas al Séptimo Arte.
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Y no les falta razón. Suya es la invención del sistema de cámaras móvil que conocemos como travelling, ciertas sincronías de edición entre audio e imagen, el manejo de ángulos picados y contrapicados, incluso la concepción artística del cine contemporáneo.
A pesar de ser considerada un genio en toda regla, hubo una decisión que la marcó de por vida e hizo que, aunque se reconozca su talento, no suela ser nombrada con mucha frecuencia. Ella fue la “cineasta de Hitler”.
El triunfo de la voluntad
Helene Riefenstahl nació en Berlín en 1902. Hija de un importante empresario, nunca padeció estrecheces económicas, por más que su mamá insistiera en que estudiara algo para ganarse la vida.
Pero a la pequeña Helene, Leni, lo que le gustaba era el arte. Durante su adolescencia, practicó la danza, pero una fuerte lesión de rodilla la apartó de los escenarios… aunque no por mucho tiempo.
Decidida como pocas, encontró en la actuación y el modelaje el vehículo para seguir vigente en el arte, que era lo que siempre había deseado. Su belleza le permitió protagonizar algunas películas de temática bucólica, tradicionalmente alemanas.
Su debut en la silla de director se dio con La luz azul, en 1932. Este largometraje, ubicado en la campiña alemana, llamó la atención de un político en ascenso: su nombre era Adolf Hitler.
Leni quedó cautivada por la retórica de Hitler y, de la mano del siniestro Goebbels, logró entrar en el primer círculo nazi y convertirse en la cineasta oficial del Führer. Y si su cortometraje La victoria de la fe dotó de toda una iconografía al movimiento, El triunfo de la voluntad, un documental hecho con todo el peso de la industria fílmica germana, fue decisivo en el ascenso del Tercer Reich.
Más allá de la ideología, se trata de una obra maestra del cine. Filmado durante el congreso del Partido Nazi en Nuremberg, Riefenstahl prácticamente lo dirigió todo: decidió el emplazamiento del escenario, la iluminación, cuando marchaban y cuando callaban, pero sobre todo le dio a Adolf Hitler esa aura que conquistó a millones de alemanes que luego morirían en la guerra.
La alegría de las Olimpiadas
Los Juegos Olímpicos de Berlín 1936 pasaron a la historia como uno de los más oscuros intentos de un régimen malvado para convencer al mundo de que tenía razón. La superioridad de la raza aria era el tema que quería exaltar Hitler, y tenía a la mejor artesana para lograrlo.
Aunque se inspiró en las esculturas griegas y romanas para su ideal estético, los monumentos de Riefenstahl se movían: volaban como guiados por las valkirias y, si nadaban, lo hacían con una gracia sobrenatural.
Muchos de los iconos de belleza que dominaron el cine occidental nacieron en el laboratorio ideológico de la cineasta berlinesa, quien no reparó en gastos ni en invenciones para llevar los Juegos Olímpicos más allá de las canchas y hacerlos un poco lo que son ahora: un espectáculo disfrutable por todo el mundo, sin importar si gustan o no del deporte.
Con los recursos ilimitados del Tercer Reich, Leni dejó volar su imaginación. Si en El triunfo de la voluntad había hecho crecer al Führer, en Olimpia se movió con los atletas, nadó con ellos, voló con ellos.
Aunque tuvo que ceder ante esa fuerza de la naturaleza llamada Jesse Owens, el atleta afroamericano que avergonzó a los deportistas nazis frente al mismísimo Hitler, Riefenstahl supo transformar el sudor en una ópera inmortal.
Muy probablemente ella sabía que estaba alcanzando la cima de su poder y como la estrella que era, supo llevar sus películas a donde no escatimaron galardones para ella. Así se puede decir que tocó el cielo.
El ocaso de los dioses
Con la caída del régimen nazi, la buena fortuna de Leni Riefenstahl también comenzó a difuminarse. Sus principales patrocinadores estaban muertos o en la cárcel, y su obra, tan bella, era mirada desde el horror que provocó el régimen nazi.
Fue encarcelada durante ocho años, también fue sometida a cuatro procesos de desnazificación, los cuales terminaron con la misma conclusión: aunque lo negaba públicamente, la cineasta sí comulgaba con algunos postulados nazis.
Nunca logró retomar su carrera cinematográfica pero, como lo había hecho años antes con la danza, se reinventó con la fotografía. Viajó a África para convivir con las tribus locales, tratando de encontrar esa misma belleza clásica.
Cuando tenía más de 70 años, se aventuró a hacer uno de los libros de fotografía submarina más hermosos de la historia, y años más adelante, repitió su hazaña, pero desde el cielo.
Leni siempre dijo que no se dio cuenta de lo que pasaba con los nazis, que lo único que ella hacía era cine. Y esa verdad, su verdad, se la llevó a la tumba cuando, en 2003, murió víctima de cáncer. Tenía 101 años de edad.