"Son muchos. Vienen a pie, vienen riendo [...] muchachos y muchachas estudiantes que van del brazo en la manifestación con la misma alegría con que hace apenas unos días iban a la feria..." Así recuerda Elena Poniatowska aquel 2 de octubre de 1968, en donde la historia del país cambiaría para siempre y miles de vidas serían silenciadas por la represión del gobierno. Sin embargo, en muchas narrativas, se ha minimizado el papel fundamental que jugaron las mujeres en este acontecimiento histórico.
No es sorpresa que las mujeres activistas del Movimiento Estudiantil sean percibidas simplemente como compañeras o figuras secundarias en esta lucha, pero la realidad es que ellas también fueron protagonistas, líderes y revolucionarias que rompieron con las normas impuestas por una sociedad patriarcal y autoritaria. Por ello, resulta necesario recuperar sus voces, sus historias y su legado, para resaltar que las mujeres del 68 no solo luchaban por mejores condiciones estudiantiles, sino que también peleaban por su liberación, por la equidad de género y por un futuro diferente.
En la década de 1960, México era un país profundamente machista y autoritario, por lo que la figura de la mujer estaba mayormente confinada al ámbito doméstico y su papel en la esfera pública era limitado. En ese contexto, ser mujer y, además, activista representaba un acto de doble resistencia: resistir contra un sistema represivo y patriarcal, y también contra el autoritarismo del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz.
¿Qué papel tuvieron las mujeres en el Movimiento Estudiantil de 1968?
Por otra parte, el movimiento del 68 en México, surgido como una respuesta a la represión gubernamental hacia las y los estudiantes, se convirtió rápidamente en un espacio de convergencia para distintas luchas sociales. En este ambiente de efervescencia política, las mujeres tuvieron que enfrentarse a desafíos dentro y fuera del movimiento, pues si bien compartían los ideales y demandas generales del movimiento (autonomía universitaria, respeto a los derechos humanos, libertad política), también cuestionaban el rol subordinado al que muchas veces eran relegadas por sus compañeros varones.
La historiadora y activista feminista Raquel Gutiérrez Aguilar ha señalado que las mujeres en el 68 no solo participaron como estudiantes, sino que fueron parte de una lucha más amplia por su derecho a existir en espacios públicos, por ser escuchadas y por romper con las cadenas de una sociedad machista. Es importante, entonces, hacer visibles sus voces, porque ellas no solo luchaban contra un gobierno represor, sino también contra una estructura patriarcal que se replicaba dentro del mismo movimiento.
Una de las figuras femeninas más emblemáticas del 68 fue Roberta "La Tita" Avendaño, quien tuvo un papel crucial en la lucha por la autonomía universitaria. Su liderazgo en el Consejo Nacional de Huelga (CNH), órgano que direccionó el movimiento, demostró que las mujeres no solo tenían la capacidad de organizarse, sino también de liderar.
Aunque fue una de las pocas mujeres que tuvo un papel visible en el CNH, esto no significa que fuese una excepción ya que su participación en realidad representaba la punta del iceberg de muchas otras mujeres que, a nivel de base, estaban organizando brigadas, participando en mítines, pintando mantas y haciendo trabajo político en las calles.
Un ejemplo de ello fueron las marchas que recorrieron las principales calles de la Ciudad de México, como aquella del 27 de agosto de 1968 en donde miles de mujeres marcharon codo a codo con sus compañeros varones. Estas marchas no eran solo un acto de protesta contra la represión del Estado, sino también un acto de subversión frente al machismo estructural, ya que las mujeres que participaban desafiaban la noción conservadora de lo que una "mujer decente" debía hacer o cómo debía comportarse. Al estar en las calles, al tomar la palabra en los mítines, al organizar y participar en las brigadas, ellas reclamaban su derecho a ser sujetos políticos.
Pero si bien esto era un avance en la lucha feminista de aquel momento, el machismo no desapareció del movimiento por arte de magia, por lo que las mujeres tuvieron que enfrentarse a actitudes paternalistas y a la invisibilización dentro de los propios comités estudiantiles.
Y la periodista y escritora Elena Poniatowska lo documentó a la perfección en su obra "La noche de Tlatelolco", contando cómo las mujeres, aunque eran fundamentales para las actividades de base, a menudo no eran tomadas en cuenta en las decisiones importantes o en la representación pública del movimiento y fue esta realidad de opresión dentro del movimiento la que las motivó a seguir luchando, sabiendo que la emancipación de los estudiantes no podía alcanzarse sin la emancipación de las mujeres.
Las brigadas: motor de organización y difusión hecho por mujeres
Uno de los campos que estuvo dominado por mujeres durante el Movimiento Estudiantil de 1968 fueron las brigadas para difundir información, movilizar a la sociedad y desafiar la censura del régimen. Es también ahí donde las mujeres jugaron un papel importante organizando mítines relámpago, repartiendo volantes, pintando consignas en las paredes y distribuyendo información a pesar de los riesgos.
Es importante destacar que las brigadistas no solo enfrentanban la represión del Estado, sino que también rompían con el estereotipo de la mujer dócil y apolítica, por ello su participación en estos espacios era un acto de resistencia frente a una sociedad que las intentaba silenciar. Mujeres como Ana Ignacia Rodríguez, "La Nacha", han narrado cómo organizarse en las brigadas significaba desafiar tanto a las fuerzas del orden como a las expectativas sociales de la época ya que el simple hecho de que las mujeres tomaran las calles ya era visto como una provocación por los sectores más conservadores.
Las brigadas también fueron un espacio donde las mujeres comenzaron a articular demandas propias, pues mientras algunos líderes estudiantiles hombres aún no comprendían del todo la importancia de las reivindicaciones feministas, las mujeres que participaban en el movimiento entendían que la lucha por la libertad y la justicia no podía desentenderse de la cuestión de género. En este sentido, las brigadas fueron un germen de lo que, años más tarde, se consolidaría como el feminismo mexicano contemporáneo.
El costo de ser mujer activista en el 68: una doble represión
No es sorpresa que el cada 2 de octubre, sangren nuevamente las heridas de una sociedad que fue testigo de la represión más brutal por parte del gobierno de Díaz Ordaz, en donde la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco se tiñó de sangre dejando a cientos de muertos, heridos y desaparecidos, muchos de los cuales eran estudiantes que habían sido parte activa del movimiento. Entre las víctimas de esa fatídica noche había numerosas mujeres, quienes, al igual que sus compañeros varones, fueron asesinadas o desaparecidas por las fuerzas del Estado.
Y es que la violencia no discriminaba por género, pero ser mujer activista conllevaba un tipo de represión específica, ya que varias activistas que fueron detenidas durante el movimiento sufrieron no solo golpes y torturas físicas, sino también agresiones sexuales por parte de los cuerpos de seguridad. El uso de la violencia sexual como forma de castigo y control hacia las mujeres disidentes es un patrón que, tristemente, se ha repetido en distintas épocas y contextos de lucha social en México.
Es así como el testimonio de las mujeres que sobrevivieron a la represión es un recordatorio del costo que implica desafiar al poder en una sociedad profundamente patriarcal, pues las mujeres que participaban en el movimiento no solo desafiaban al régimen, sino que también rompían con los roles tradicionales de género, lo que las convertía en un blanco particular de la represión.
Por ello, la noche de Tlatelolco también marcó el fin simbólico de un ciclo de lucha estudiantil, pero no el fin de la resistencia ya que muchas de las mujeres que sobrevivieron a la masacre y la represión continuaron participando en la vida política del país, algunas desde el feminismo, otras desde la izquierda, otras desde el activismo social. Ellas entendieron que la lucha por la justicia y la libertad no terminaba con el cese de las marchas, sino que debía continuar en todos los frentes de la vida social y política.
La invisibilización histórica de las mujeres y la memoria recuperada poco a poco
Otro de los aspectos más dolorosos del relato histórico sobre el 68 es la invisibilización de las mujeres en los recuentos oficiales y en muchas de las narrativas públicas sobre el movimiento. A menudo, el protagonismo se ha centrado en figuras masculinas, dejando de lado a las mujeres que fueron parte activa del movimiento y esta invisibilización no es casual, ya que responde a una lógica patriarcal que ha intentado borrar las contribuciones de las mujeres en la historia política de México.
Sin embargo, en las últimas décadas, gracias al trabajo de historiadoras, activistas y académicas feministas, se ha comenzado a recuperar la memoria de estas mujeres. Investigaciones como las de Ana Lau Jaiven, Marcela Lagarde y otros nombres fundamentales del feminismo mexicano han rescatado las voces y las historias de las mujeres del 68.
Este esfuerzo no es solo una labor de justicia histórica, sino también una forma de cuestionar las narrativas hegemónicas que han intentado reducir a las mujeres a roles secundarios en la historia política del país. De esta forma, se puede afirmar que el legado de las mujeres que participaron en el Movimiento Estudiantil de 1968 es crucial tanto para la lucha estudiantil como para el desarrollo del feminismo en el país.
Pues estas mujeres no solo participaron activamente en la búsqueda de la libertad política y la autonomía universitaria, sino que también rompieron con las normas de género tradicionales, abriendo el camino para las futuras luchas feministas. Su participación representó una ruptura con la opresión patriarcal y se convirtió en un preludio de los movimientos feministas que seguirían en las décadas posteriores y gracias a su resistencia y capacidad de organización, el feminismo mexicano actual se nutre de su ejemplo, inspirando a nuevas generaciones de mujeres a continuar la lucha por la igualdad, la justicia y la libertad.
A más de 50 años del 68, su legado sigue vivo en las actuales luchas feministas que enfrentan la violencia machista, la discriminación y la desigualdad de género. En un país donde la violencia feminicida es una realidad diaria, la historia de estas mujeres activistas se convierte en un símbolo de resistencia y esperanza; su ejemplo nos recuerda que el cambio no llega pidiendo permiso, sino tomando acción y desafiando tanto a los sistemas autoritarios como al patriarcado, que aún intenta silenciar las voces de las mujeres.
Hoy, el legado de las mujeres del 68 vive en cada marcha feminista, en cada consigna, en cada acto de resistencia. Su lucha no ha terminado, pero gracias a ellas, seguimos avanzando.
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