Cada año, un promedio de 20 millones de personas acuden a la Basílica de Guadalupe. Ubicada al norte de la Ciudad de México, es el segundo templo católico más visitado, solo superado por la Basílica de San Pedro, en Roma.
Aunque la más reciente basílica data de la década de los 70, la tradición religiosa relacionada con el cerro del Tepeyac y la antigua Villa de Guadalupe viene de muchos siglos atrás.
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De hecho, la escisión de la antigua Villa de Guadalupe del pueblo de Santa Isabel Tola, fundado sobre uno de los primeros asentamientos aztecas en el Valle de México, tiene mucho qué ver con la efervescencia religiosa de la zona.
Fe y pasión, pero también innovación e inventiva, son algunas de las características que rodean al que es considerado uno de los centros de peregrinaje religioso más importantes de todo el planeta.
Las apariciones del Tepeyac
Desde antes de la llegada de los europeos a Tenochtitlán, se sabe que en la zona había pequeños templos dedicados a Tonantzin, una deidad femenina precolombina considerada como la madre de los dioses.
Tras la caída de Tenochtitlán, la zona de Santa Isabel Tola comenzó a consolidarse como una villa de gran relevancia al norte de la incipiente ciudad. Y entonces sucedió el milagro de la aparición de la Virgen de Guadalupe al indígena Juan Diego Cuauhtlatoatzin.
La historia cuenta que este hombre, nativo del pueblo de Cuautitlán, fue bautizado por los franciscanos en 1524 y era tanto su fervor religioso que cada semana iba a escuchar misa en una pequeña capilla instalada en el cerro del Tepeyac, al pie de la que actualmente se conoce como la Sierra de Guadalupe.
Entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531, una advocación de la Virgen María se le apareció en cuatro ocasiones, pidiéndole que se le dedicara un templo justo en ese cerro. La milagrosa aparición de la imagen de la Virgen en el ayate que mostró a fray Juan de Zumárraga, quien validó las visiones, fue el detonante para la creación del templo mariano.
El milagro guadalupano
Poco a poco, el culto guadalupano enraizó entre los habitantes de la región, quienes acudían a la zona tanto para escuchar las misas católicas como para acudir a un pequeño manantial cercano, el que se creía tenía aguas milagrosas.
La primera construcción religiosa formal data de 1649, la cual se erigió sobre las ruinas de los templos edificados por fray Juan de Zumárraga por instrucciones de Juan Diego para el culto mariano.
Conocida actualmente como Capilla de Indios, fue la respuesta de la Colonia al creciente culto entre los habitantes de los pueblos originarios, entre quienes el fervor guadalupano había fructificado.
En su interior estuvo exhibido el ayate milagroso y también, años más tarde, el estandarte que empuñó Miguel Hidalgo y Costilla cuando, en Dolores Hidalgo, comenzó el movimiento independentista.
La primera casa de Guadalupe
A lo largo de los años, el culto guadalupano siguió creciendo y, en 1695, se puso la primera piedra para el Templo Expiatorio de Cristo Rey, también conocido como la primera Basílica de Guadalupe.
Proyectada por el arquitecto Pedro de Arrieta, responsable de algunos trazados del Centro Histórico, además del Palacio de la Inquisición, esta nueva iglesia es toda una joya del barroco, cuya figura está inspirada en una ciudadela nombrada en el apocalipsis.
Sus torres octogonales, rematadas con azulejos de talavera, y su hermosa portada, la convirtieron en una de las iglesias más hermosas de la capital. Años después, su altar principal fue renovado por el artista valenciano Manuel Tolsá, responsable del Palacio de Minería, añadiendo aún más valor estético a la edificación.
En 1921, durante la Guerra Cristera, una bomba fue lanzada justo en el altar, causando algunos daños al edificio. Sin embargo, el ayate de Juan Diego que estaba expuesto en el sitio no registró daño alguno.
Un templo prodigioso para todos
El hundimiento que sufre la ciudad provocó que la antigua Basílica de Guadalupe tuviera un declive negativo de hasta tres metros, por lo que se hizo necesario un plan contingente para tener un nuevo templo que pudiera recibir a los miles de fieles que eran convocados año con año.
Así, en 1974 inició la construcción de la nueva Basílica de Guadalupe, un edificio moderno proyectado por los arquitectos Pedro Ramírez Vázquez y José Luis Benlliure, quienes pensaron en todos los detalles para el nuevo centro de culto.
Su figura, que representa el manto con el que la Virgen María cubre a sus fieles, está forrada con hojas de cobre a las cuales el paso del tiempo ha aportado su color verde característico.
En sí misma, la construcción es un prodigio arquitectónico. Sus siete entradas permiten el acceso de los peregrinos sin necesidad de interrupción en los servicios religiosos, y la panóptica con la que fue diseñada permite observar con comodidad y detalle sin importar el sitio en el que estés.
La banda transportadora que pasa por debajo del altar donde se exhibe el ayate de Juan Diego, además de ser uno de los puntos más populares del recorrido, rompe con la idea de una iglesia estática.
El complejo, que se complementa con las iglesias del Pocito, el antiguo Colegio de Capuchinas y el panteón del Tepeyac, invita a pasar una jornada completa admirando todas esas obras hechas por la fe.