Los trabajos de salvamento arqueológico del Tren Maya, efectuados por la Secretaría de Cultura, a través del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), han proporcionado la oportunidad para conocer e investigar más sobre el sureste mexicano. Durante las excavaciones se han revelado vestigios, pertenecientes a la antigua civilización maya, toda vez que el circuito pasa por la zona cultural más grande de Mesoamérica donde, a la fecha, se ubican sitios arqueológicos como Palenque, Chichén Itzá y Calakmul, entre otros.
Recientemente, en los trabajos de análisis de materiales del Tramo 1 (Palenque-Escárcega) se examinó un conjunto de objetos recuperados en la excavación de la Estructura 05197, localizada en Boca del Cerro, en Tabasco, cerca de la Zona Arqueológica de Panhalé. Llamó la atención un conjunto de elementos metálicos, con buen estado de conservación, contenidos en un entierro. De acuerdo con los arqueólogos, podría tratarse de cascabeles funerarios, utilizados como ajuar en algún colgante de pechera o como parte de un instrumento sonoro de muñequera. Los objetos miden alrededor de 2.3 x 0.9 cm, y fueron elaborados con alguna aleación de cobre –mediante la antigua técnica de manufactura llamada cera perdida–, poseen una coloración verde, marrón y rojiza, con ciertos tonos más bajos que otros.
Algunos cascabeles conservan su argolla y cuentan con grabados con decoración espiral del tipo falsa filigrana. Cada uno tiene forma distinta, pero destaca un ejemplar que tiene una silueta antropomorfa con la boca abierta, nariz achatada, anteojeras rectangulares y un tocado de dos niveles con tres círculos pequeños divididos por una línea. En las hendiduras de dicho cascabel pudimos recuperar fibras textiles envejecidas, las cuales servirán para realizar análisis posteriores. Cabe mencionar que algunos ejemplares aún conservan su timbre, una pequeña esfera que se usa al interior para producir distintos tonos acústicos.
El buen estado de conservación de estos objetos se explica por su técnica de manufactura y por sus materiales, así como el medio ambiente. Según el laboratorio de especialistas en conservación y restauración, los deterioros presentes corresponden a transformaciones químicas y físicas, ocasionadas por factores como el contexto de enterramiento y el ambiente en el que estaban inmersos.
Los trabajos de exploración y registro en este yacimiento arqueológico aún dejan muchas interrogantes. Los arqueólogos encontraron diversas etapas constructivas hechas sobre nivelaciones en el terreno natural, lo que apunta a que fue un lugar frecuentado, en varias épocas, por distintos grupos de poblaciones mayas. Esto se explica por la ubicación privilegiada de Boca del Cerro en los márgenes del río Usumacinta, importante vía fluvial de comunicación y comercio. También se recuperaron alrededor de 30 entierros y miles de restos cerámicos. Hasta ahora, este ha sido uno de los sitios más difíciles de comprender, pero a su vez, un pilar más para entender la historia cultural de la península mexicana.
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