Donde quiera que estés, querida María, hoy celebramos tu vida gracias a la generosidad de la Universidad Autónoma de Nuevo León, tu alma máter, donde te reconocen con orgullo como una de las primeras mujeres abogadas en estas tierras del norte mexicano. Celebramos tu vida, María de Jesús de la Fuente Casas, María O’ Higgins, en virtud también de ese entrañable vínculo que el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura estableció contigo durante más de 25 años, y que se expresó en el trabajo y el cariño de Maricela Pérez y Verónica Arenas, de Eduardo Espinosa del Cenidiap, de Mariana Murguía, coordinadora Nacional de Artes Visuales del INBAL y el mío propio.
Más allá de la institucionalidad, por afinidad histórica, estética y política, la presencia de Alberto Híjar fue fundamental para atestiguar que una parte importante del patrimonio que resguardaste, tuyo y de Pablo O’Higgins, tu compañero de vida y de trabajo artístico, quedó resguardado como parte del acervo artístico del pueblo de México.
María, te escribo esta carta para honrar las últimas palabras que nos regalamos poco antes de tu partida, cuando me dijiste: “Lo único que lamento, es no haber podido conversar mucho más contigo”. En realidad, María, la conversación sigue y habrá de ser permanente, porque tu impronta es profunda. Porque la memoria, María querida, se nutre más de la emoción y del afecto, que de cualquier otra cosa. Y esos dos sentires tienen raíces tan profundas, como las que ha de sostener ese limón que sembramos para completar el ciclo de vida de Laica, tu pequeña guardiana fiel e inteligente. Guardo la esperanza de que ella haya sido tu xólotl, y que con gentileza y amor te haya guiado hacia ese lugar donde el tiempo es eterno, y en donde tarde o temprano nos habremos de encontrar. Mientras tanto, celebramos tu vida llena de energía heredada de tus padres, comprometidos y libres; rodeada de la amistad que cultivaste con Leopoldo Méndez, con Gerardo Cantú, con José Gaos, Nicolás Guillén o Martha Chapa.
Tu palabra floreció como enredadera de ese jardín tuyo que diseñaste con Pablo, donde las hojas crecieron cobijadas bajo los diversos significados de dos palabras muy presentes en tu vida: justicia y dignidad. Justicia para los que menos tienen, premisa que alimentaste en tiempos en donde la mirada de los derechos humanos estaba lejos de llegar; dignidad, como esa condición que alimentó tu vida de mujer adelantada, pionera en la defensa de los derechos de las mujeres. Creaste la primera Defensoría de Oficio para Mujeres en materia civil en el país, antes de que se reconociera el derecho de las mujeres a votar. Tu voz en los tribunales, te pinta como una firme activista.
Desde muy joven, cuando las mujeres no tenían ese espacio, tuviste la fuerza para crear y fortalecer instituciones jurídicas y sociales en pro de la justicia y de la población excluida. Fuiste incansable negociadora. Y no descansaste, María, hasta lograr, en 1947, la fundación de la Escuela de Trabajo Social en Monterrey, hoy Facultad de Trabajo Social y Desarrollo Humano.
Como promotora cultural y maestra, impulsaste escuelas para la primera infancia, escuelas de arte al aire libre para niñas y niños, jardines del arte. Por eso hay tanta gente que te reconoce y te quiere, por eso, junto con la UANL, te haremos también un reconocimiento en el Palacio de Bellas Artes, este 7 de marzo.
Compartiste y diste continuidad a una vocación de justicia por ese profundo amor que le tuviste a México, y quienes desde abajo, con sus manos y sus cuerpos, en sus dilemas, memorias e historias, construyeron este México, que se forjó a fuerza de revolución.
Compartiste con Pablo O’Higgins tu sensibilidad y afinidad artísticas; por supuesto, también la vida. Cuidaste de su memoria y de su legado, hasta que llegó el momento de partir. Te encargaste de que su obra estuviera en Chapingo, en la Facultad de Arquitectura de la UNAM, en la Universidad Autónoma de Nuevo León y, por supuesto, en el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura. Con tu análisis y trabajo colaborativo fue posible que el INBAL adquiriera 114 grabados, más los óleos de Pablo, Autorretrato (1954) y Retrato de María (1962), obras que harán posible que ambos estén juntos en el Museo Nacional de Arte, como fue tu voluntad.
Gracias, María, por la donación que hiciste al Museo Mural Diego Rivera de 14 bocetos de siete piezas muralísticas realizados entre 1934 y 1964: La lucha de los obreros contra los monopolios (1934), Expropiación petrolera (1939), Lucha contra la discriminación racial y la unidad obrera (1945), La maternidad y la asistencia social (1946), Dios del fuego/Lucha del pueblo tarasco (1964), Boda indígena en San Lorenzo (1964) y Paisaje tarahumara (1964). Sé que te daría gusto saber que, también en marzo, estas piezas se exhibirán para conmemorar los 100 años del Muralismo Mexicano.
Querida María, tu nombre y el de Pablo O’Higgins están escritos en la historia artística y cultural de México, junto al de Diego Rivera, Jean Charlot, José Clemente Orozco y Juan O’Gorman, como pioneros del muralismo en México en el siglo XX. Serán parte de la narrativa de un México dibujado desde sus entrañas, sin folcklorismos, a través de escenas de la vida cotidiana de gente sencilla que reconstruyó la grandeza de México. Esos dibujos expresan el compromiso de un pueblo diverso, festivo, contradictorio, pero amoroso con su país.
Querida María, siempre te reconociste norteña, regia, dueña de un lenguaje directo y firme. Como buena hija del trigo que tanto amaste, uno de los cultivos más antiguos, transitaste el siglo, permitiendo que la memoria se convirtiera en un enorme pozo de donde extraer agua fresca para el camino. Prometo regar con esa memoria el pequeño maguey que me regalaste, nieto de otro que en su momento te dio a ti Lola Olmedo. Ahí también está sembrado un corazón agradecido.
Quedan pendientes muchas otras tareas de investigación y documentación, querida María. Ya habremos de hacerlas. Lo que sí te quedo a deber es un viaje a tu querido Rayones, lugar que te vió nacer y donde yacen tus raíces y tus amores, donde están tus padres y Pablo O’Hi-
ggins. Estoy segura de que ahí, en esos rincones por donde encaminaste tus sueños, florecerá una enorme gratitud.
Hasta siempre, María.
PAL