Cúpula

Viaje a la tierra de Kafka

Hay travesías que se hacen con grandes acompañantes, para ir a mundos insondables

Viaje a la tierra de Kafka
Viaje a la tierra de Kafka, relato Foto: El Heraldo de México

Dicen que cada viaje es una huida, una forma de renuncia, un alto para darle la vuelta a la página, para encontrarle un sentido a los puntos suspensivos, para descifrarse a uno mismo entre soliloquios. Será que todos los escritores sufren de lo mismo: las ganas de ser otra persona, el deseo de encarnar en otra alma; la voluntad de vivir y de experimentarlo todo aunque sea a través de sus personajes.

 Resulta difícil de creer, pero esta vez los protagonistas de siempre no quisieron ser parte de la historia, por lo que ahí estaban el mexicano, el colombiano y el argentino viajando en un tren que los llevaba de la Ciudad de la Luz a la tierra de Kafka cargando sus miedos como equipaje, uno de ellos, sabiendo que lo que iba a decir era un lugar común, quiso abrir la conversación de forma casual.

 El argentino.—En el tren se disfruta mucho más el paisaje.

 El colombiano.—Así es, uno se siente parte de una novela.

 El mexicano.—O de una obra de teatro, cada vez que me subo a un tren no puedo evitar recordar aquella escena de Ionesco entre el Sr. y la Sra. Martin.

 El colombiano.—¿Los desconocidos que se encuentran y descubren que duermen en la misma cama? Es una joya. Yo recuerdo aquella gran frase de uno de mis escritores argentinos favoritos: “La vida había sido eso, trenes que se iban llevándose y trayéndose a la gente mientras uno se quedaba en la esquina con los pies mojados”.

 El mexicano.—¿Cortázar?

 El colombiano.—Cortázar.

 El mexicano.—Debo confesarles que, en el fondo, lo que tengo es miedo a volar.

 El colombiano.—A mí tampoco me gustan los aviones.

 El argentino.—Si vos sufres algún vuelo con turbulencia, no hay vuelta atrás, uno empieza a sentir pánico cada vez que tiene que abordar un avión.

 El mexicano.—Además, en el tren me siento con los pies en la tierra, puedo escuchar perfectamente a los Beatles y no se me tapan los oídos.

 El colombiano.—Ni siquiera el espectáculo de pasear entre nubes es motivación suficiente para subirme en ese intento de pájaro.

 El argentino.—La verdad es que no podíamos llegar a Praga en avión, a Kafka no le hubiera gustado.

 El mexicano.—Se dan cuenta que somos como uno de esos chistes interminables que están de moda, de esos que usan como humor los prejuicios: estaban viajando en un tren un colombiano, un argentino y un mexicano.

 El colombiano.—Solamente nos falta el gringo.

 El argentino.—¿A quién hubieran invitado? Yo a Capote.

 El mexicano.—Pensé que ibas a decir Poe. Yo a Faulkner, sin duda.

 El colombiano.—Faulkner.

 El argentino.—¿Creen que Faulkner los hubiera invitado a ustedes?

 El mexicano.—Los mexicanos no necesitamos invitación.

 El colombiano.—Exactamente, son unos gorrones.

 El mexicano.—Oye, no te pases, bien sabes que sin mexicanos

no hay fiesta.

 El argentino.—Es verdad, siempre llevan el tequila.

 En ese momento el tren se detuvo, había un hombre esperándolos con un letrero que decía: ¡Bienvenidos a Praga, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Julio Cortázar!

PAL

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