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Cuidado ambiental: Las 3 R's se convirtieron en 4

Mucho tiempo nos ha llevado encontrar soluciones viables a grandes problemas, olvidándonos de la más sencilla y perfecta herramienta que por naturaleza tenemos: la razón.

Cuidado ambiental: Las 3 R's se convirtieron en 4
Aprender la importancia de las 4 R's nos ayudará a mejorar el planeta Foto: Pexels

No es ningún secreto que la crisis ambiental que ahoga al planeta es completa  responsabilidad del hombre y de las múltiples actividades que ha desarrollado para conseguir el cómodo estilo de vida que lleva como especie, y aunque es cierto que desde hace unas cuantas décadas se ha buscado mitigar estos impactos, aún falta mucho camino por recorrer, empezando por lo más básico de todo: una homogeneidad en acciones. 

Uno de los principios más básicos y universales del movimiento ambientalista son las conocidas 3R: Reducir, Reciclar y Reutilizar; una tesis que por muchos años se ha inculcado como base de una ideología aún mayor: el cuidado terrestre a partir del control de nuestra producción - principal problema de la catástrofe natural -; sin embargo, si bien es un fundamento razonable, tuvo origen en una época menos evolucionada en la revolución ambientalista que ahora clama una urgente adaptación al actual progreso. 

El cuidado en el medio ambiente ha evolucionado
Foto: Pexels

Poco se ha hablado de la adición de una cuarta R, y aquellos contados que lo han hecho han propuesto diversas opciones que no acaban de concretarse en la seguridad de algo cierto: “recuperar”, “reemplazar”, “rechazar”, “reeducar”, entre otras; el cambio de los tiempos y la lenta pero creciente adopción de prácticas responsables por parte de las personas, debería orientar la idea de la candidata a un trasfondo intuitivo que, por naturaleza, poseemos: la tan característica y útil razón humana. 

Razonar permite al humano la medición de consecuencias y previsión del futuro según su actuar, reflexionar lo conduce a un proceso de evaluación de decisiones; ambas son lo que hacen al hombre un ser inteligente, con la perfecta capacidad de poner en perspectiva la resolución de un dilema; estas “herramientas” innatas que tenemos nos guían en el vivir, en determinar nuestro comportamiento ante las opciones, también innatas a la naturaleza de nuestro mundo, que se presentan en el día a día. 

Lo importante a establecer es que la obscena sobreproducción general que se tiene, es el mayor culpable de la crisis ambiental, sin embargo, culpar a la sobreproducción en sí misma sería el equivalente a acusar a un automóvil de arrollar a una persona y no al conductor, por ende, lo que debe tenerse en cuenta es que la industria existe gracias a la demanda, causada por el consumidor, en consecuencia, quienes deben regularse son el consumidor y el dirigente del mercado.

Tanto empresas como consumidores, somos responsables del cuidado al ambiente
Foto: Pexels

Y es que la responsabilidad cae en la parte racional de la ecuación, es decir, el humano; la industria, el mercado, son conceptos resultantes de un complejo proceso social, que a su vez tiene origen en el raciocinio del hombre: las especies animales y vegetales no tienen comercio porque no tienen la capacidad intelectual de crear un sistema como lo tenemos nosotros; así, más allá de buscar una solución que recupere, rechace o reemplace, debe atacarse el origen, o más bien, aquel con la capacidad de resolverlo: la razón. 

Es apremiante la modificación de los sistemas originales de resolución de este problema, aunque es imposible negar una evolución panegírica en las tecnologías y cadenas resolutivas, las bases deben ser las primeras en evolucionar para soportar el peso del progreso. 

A través de la reflexión que se obtiene usando la razón es como se llega a una verdadera solución: una buena introspección decide si tal compra es necesaria, si hay una mejor opción para tal dilema, si una comodidad es vital o artificial, si vale la pena o no el cambio y la lucha por solucionar los errores que han desembocado en la más grande tempestad en la historia de la humanidad, recordándonos que no hay tormenta etérea. 

Por: Maximiliano González, Lic. en Busines Intelligence, Universidad Panamericana. 


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