La primera crisis del sexenio apareció antes de los seis meses. No la provocó el gobierno de Claudia Sheinbaum, pero sí le toca sortearla. No la generó la presidenta, pero se la encontró como parte del legado de su antecesor.
Durante la administración pasada se enlutó a México como nunca. Más de 200 mil asesinados dan cuenta de la magnitud del horror. También decenas de miles de familias que buscan a casi 60 mil personas que desaparecieron: un mexicano, en promedio, cada hora del lopezobradorato.
Teuchitlán cayó como balde de agua fría a un gobierno que se encuentra aún en los cuernos de la luna en términos de popularidad. La presidente tiene altísimos índices de aprobación, que rondan (hasta las últimas mediciones) el 80%.
Las crisis nunca avisan, pero ésta fue largamente anunciada. No es nueva. Es visible hace años, y alcanzó su punto más álgido en el sexenio pasado. Nunca como entonces desaparecieron tantos mexicanos. No solo fue eso: el desprecio e insulto de AMLO hacia los colectivos de búsqueda de personas y las madres dejaron además de violencia y crimen, agravio y dolor. Palacio Nacional siempre estuvo cerrado para quienes con sus manos, palas y picos van clavando hoyos para tratar de localizar a sus seres queridos. Para ellos, no hubo consideración ni abrazos.
La crisis, pues, llevaba tiempo llamando a la puerta. Apareció en Teuchitlán, pero pudo asomarse en cualquier otro estado de un país convertido en fosa común. El dolor que cargan los colectivos y madres es mucho. Por eso, la actual coyuntura, pese al drama que envuelve, puede convertirse en oportunidad para Sheinbaum y su gobierno.
Si antes hubo desprecio, ahora podría haber mano tendida. Si con AMLO se atacó, podría haber consideración. Si antes se les dejó a su suerte, ahora sería deseable el acompañamiento.
La primera reacción de la 4T no fue buena. Prácticamente nadie salió a hacer frente a los reclamos. Dejaron sola a la presidenta; sin pararrayos. Los principales liderazgos morenistas brillaron por su ausencia. Sheinbaum tomó el tema y presentó una nueva estrategia, que en los hechos es un contraste ante el desastre heredado por López Obrador en cuanto a la crisis por desaparecidos. De hecho, esbozó críticas ante fallas y omisiones. Luego apareció la FGR para seguir un guión que ya hemos escuchado en otros casos: es culpa de instancias locales. ¿Seis meses después del primer hallazgo en el rancho Izaguirre, de Teuchitlán, y solo sabemos que hay omisiones de la Fiscalía de Jalisco?
El control de daños tampoco ha sido bueno. Se acusa una campaña de bots en redes y de los medios de comunicación, en lugar de enfocarse en el fondo. La FGR invitó a los colectivos y madres a ingresar ayer al rancho -13 días después del segundo hallazgo-, y resultó peor: numerosas voces de quienes estuvieron ahí relatan un “tour”, “un museo”, en el que no se les permitió adentrarse; “un circo”, “una puesta en escena”; “nos sentimos insultados”, estallaron frente al desdén e indolencia de autoridades que parecían más preocupadas queriendo legitimar su actuar.
Los colectivos y madres no se callan. No tienen ya nada que perder. Lo más valioso ya lo han perdido: sus seres queridos.
La presidenta transita su primera crisis, y tiene oportunidad inmejorable para marcar una línea que la separe en forma y fondo con su antecesor. Las crisis, en política, son oportunidades.
POR MANUEL LÓPEZ SAN MARTÍN
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