La reciente imposición de aranceles por parte de Estados Unidos a las importaciones de acero provenientes de México representa un nuevo desafío en la relación comercial entre ambos países. Con el gobierno de la Presidenta Dra. Claudia Sheinbaum Pardo, nuestro país ha demostrado gran capacidad para responder con firmeza y determinación a las presiones externas, y este caso no debería ser la excepción. El acero, al igual que otros recursos estratégicos, es parte esencial de la fortaleza productiva de la nación, y defenderlo implica salvaguardar el presente y el futuro de miles de familias mexicanas.
De acuerdo con estimaciones recientes, México produce alrededor de 20 millones de toneladas de acero anualmente. Este volumen, altamente competitivo en calidad y costo, se orienta en buena medida hacia el mercado estadounidense. Cerca de 4.5 millones de toneladas terminan su trayecto al otro lado de la frontera, generando ingresos que se traducen en divisas, empleo e inversión en infraestructura. Sin embargo, al imponer aranceles, Estados Unidos busca encarecer nuestros productos y poner en aprietos a la industria siderúrgica mexicana, cuya competitividad y márgenes de ganancia podrían verse reducidos.
La industria del acero en México no solo destaca por su capacidad de producción, sino también por su importancia en la generación de cadenas de valor y empleos indirectos. Toda una red de transportistas, transformadores y prestadores de servicios depende del flujo constante de esta materia prima para sostener sus actividades. Un golpe a la exportación de acero repercute, por ende, en numerosas regiones del país que han hallado en esta industria uno de sus principales motores económicos.
Para entender la trascendencia de proteger nuestros recursos productivos, podemos trazar una analogía con otro bien fundamental para la soberanía y la identidad nacional: el maíz. México es cuna de este cereal, base de nuestra cultura gastronómica y parte esencial de la dieta cotidiana de millones de personas.
Actualmente, el debate sobre la regulación del maíz transgénico también se ha intensificado, pues existen intereses que buscan liberar aún más la comercialización de semillas modificadas, mientras que las autoridades mexicanas trabajan por salvaguardar la diversidad genética y la seguridad alimentaria. Si nos mantenemos firmes en la defensa de nuestro maíz nativo, con mayor razón debemos preservar la industria del acero, que al igual que el grano, simboliza la capacidad de nuestro país para erigirse como potencia productiva.
La soberanía, en este contexto, consiste en impedir que factores externos dicten el rumbo de nuestro desarrollo industrial y alimentario. México no puede darse el lujo de ceder espacios estratégicos, pues con cada retroceso se compromete la fortaleza económica y la estabilidad de la población. Si bien mantener una buena relación comercial con Estados Unidos es deseable, resulta inaceptable asumir una postura de sumisión ante medidas que atentan contra la competitividad y la dignidad de nuestra industria nacional.
Una de las soluciones más viables para enfrentar las consecuencias de estos aranceles radica en la diversificación de mercados y en la búsqueda de acuerdos con otras regiones del mundo, como Europa, Asia o América Latina. En la medida en que el acero mexicano encuentre nuevos destinos, se reducirá la dependencia de un solo comprador.
Paralelamente, es indispensable invertir en innovación tecnológica, lograr procesos de producción más eficientes y generar cadenas productivas de mayor valor agregado. De esta forma, el acero podrá ser transformado principalmente en territorio nacional, impulsando un mercado interno sólido que respalde a nuestras empresas e incremente la calidad de los empleos.
México ha superado retos históricos gracias a la unidad y la visión de sus ciudadanos, quienes saben que la defensa de la patria no se limita a lo bélico, sino que abarca la soberanía económica, la protección de nuestra identidad y la garantía de un futuro próspero para las nuevas generaciones.
Hoy, el desafío de los aranceles al acero requiere la misma determinación con la que hemos defendido nuestro maíz: una determinación cimentada en la fortaleza de la nación, en el trabajo cotidiano y en la convicción de que nada ni nadie puede doblegar la voluntad de un país que sabe lo que vale y lucha por conservar lo que es suyo. Al final del día, solo unidos y firmes podremos convertir esta coyuntura en una oportunidad para reforzar nuestra economía, robustecer nuestra industria y proyectar a México con mayor fuerza en el escenario global.
POR RICARDO PERALTA
COLABORADOR
@RICAR_PERALTA
MAAZ