En su poema Los espejos, el escritor Jorge Luis Borges se pregunta “qué azar de la fortuna / hizo que yo temiera a los espejos”. El verso, tierno y lúcido cómo suele ser el argentino, no solo me ha acompañado en mi encomienda por dotar de un reflejo a mi departamento sino que, además, ha servido para reconocerme como cómplice de su ausencia.
Aparentemente, postergó la compra del espejo ideal no por miedo a equivocarme en las medidas o el estilo del mismo, sino por miedo a enfrentarme a ese rostro que, como dice Borges, “mira y es mirado”. Sea plano, cóncavo o convexo, el reto de dar con el espejo perfecto no reside en la nitidez de la imagen que duplica o en la estética del marco que lo adorna, sino en afrontar al individuo que aguarda del otro lado del reflejo.
En cada mueblería que visito, me pregunto: ¿cómo quiero verme replicado? Nada peor, por ejemplo, que un espejo pequeño para sentirse apachurrado o uno irregular para sentirse disperso. En ese cristal de profundidad ilusoria, el yo se desdobla en todos los sentidos y puede convertirse en nuestro mejor amigo durante la soledad o nuestro peor enemigo durante la autorreflexión y el auto desprecio. Quizá el temor no yace en dar pie a la vanidad, sino en comprar la obligación de enfrentarse con uno mismo todos los días y no estar satisfecho con el encuentro.
Hoy en día, a meses de haber comenzado semejante encomienda, lejos de encontrar un espejo para rellenar los huecos de mi hogar, me he encontrado perdido en un sinfín de reflejos. Desde un comienzo, la misión de encontrar el espejo perfecto está condenado al fracaso, no porque sea un adorno inalcanzable, sino porque, en el fondo, lo que buscamos en él es a nosotros mismos. En la encomienda, el espejo ideal no depende de la exactitud de sus medidas ni en lo favorable que resulte su imagen, sino en el grado de naufragio de aquel que mira ser mirado.
Por lo pronto, reconozco que, en el trayecto de dar con el espejo correcto, he ido vislumbrando esporádicamente, como dice Borges, a “ese otro yo de que habla el griego / y acecha desde siempre”.
POR TOMÁS LUJAMBIO
COLABORADOR
@TLUJAMBIOT
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