Se dice que la inteligencia artificial revolucionará la educación, pero ¿qué sucede cuando la tecnología llega antes de que comprendamos realmente las necesidades de nuestros estudiantes? La IA no va a cambiar la educación por la misma razón por la que ninguna tecnología la ha transformado por sí sola.
Las conversaciones actuales sobre las nuevas tecnologías basadas en IA para revolucionar la educación cometen el error más común en el ámbito de la transformación digital: presentar una solución en busca de problemas.
Si queremos usar la IA para revolucionar la educación, conviene centrarnos en los grandes problemas de la educación en México o en Latinoamérica, entenderlos en profundidad y analizar qué herramientas, técnicas y procesos (tal vez con IA, reestructurando procesos, inventando nuevas pedagogías o todas las anteriores) podrían ayudarnos a lograr mejoras significativas en dichos problemas.
En una época de promesas infladas sobre la IA para “revolucionar la educación”, conviene mantener la cabeza fría y hacernos una pregunta: ¿Cuál es la cultura de aprendizaje que quisiéramos ver en los sistemas educativos, instituciones y organizaciones? ¿Cómo hacemos realidad esas culturas? Y ahora sí, ¿existe alguna tecnología que haría posible la operación diaria que dicha cultura implica?
Un espacio para aplicar estas ideas es la evaluación del aprendizaje. Explorar nuevas formas de evaluar el aprendizaje para que cada estudiante aprenda mejor, cada docente comprenda más las necesidades de sus estudiantes y las escuelas puedan monitorear con precisión el progreso de toda su matrícula nos permite poner los datos del aprendizaje al servicio de quienes forman parte del proceso educativo; en suma, usar datos para el aprendizaje en vez de datos sobre el aprendizaje.
Eso es un cambio cultural porque modifica ciertos valores detrás de la educación, desvía el foco de las calificaciones e incentiva el dominio profundo de competencias y la personalización educativa. Con herramientas de inteligencia artificial generativa, podríamos diseñar nuevas herramientas de evaluación que logren más que los exámenes tradicionales.
Lograrlo habilita la evaluación como un espacio de expresión para cada estudiante, que nos permita entender sus procesos de aprendizaje, sus necesidades particulares y ayudarle en donde está. Esto era imposible hace pocos años por las limitaciones de la escala: un docente con 30 estudiantes difícilmente podría revisar 30 piezas creativas cada semana y dar retroalimentación efectiva; por eso, es más sencillo recurrir a exámenes. Pero, en un mundo donde existen asistentes de IA, podemos replantear esa limitación.
Al final, la IA no va a revolucionar la educación. La educación se revolucionará cuando imaginemos y diseñemos culturas, sistemas y organizaciones de aprendizaje diferentes, y si somos audaces, podremos usar la IA para hacerlo realidad. Sólo necesitamos pasar más tiempo pensando en los problemas educativos y menos en esperar que la IA revolucione la educación.
POR EDUARDO HOPPENSTEDT ORELLANA
DIRECTOR DE EDUCACIÓN DIGITAL EN LOTTUS EDUCATION.
MAESTRÍA INNOVACIÓN, TECNOLOGÍA Y EDUCACIÓN, HARVARD GRADUATE SCHOOL OF EDUCATION
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