Columna invitada

La caída de Trudeau: uno menos para las democracias liberales

Menciono sólo estos ejemplos porque desde un punto de vista geopolítico son los más relevantes para lo que quiero plantear a continuación

La caída de Trudeau: uno menos para las democracias liberales
Javier García Bejos / Colaborador / Opinión El Heraldo de México Foto: El Heraldo de México

Uno a uno, como fichas de dominó, los representantes de la democracia liberal en Occidente van cayendo. El último en sumarse a esta lista es Justin Trudeau, que después de casi una década abandona el cargo tras un año caótico, de parálisis parlamentaria, baja popularidad y con una oposición que domina las encuestas por 21 puntos con miras a los comicios generales de octubre. Eso se suma a la frustración social por, ya se sabe, el incremento en el costo de vida, la inflación, la inmigración descontrolada y ese largo etcétera de males que se repiten aquí y allá en los países desarrollados.

Justin Trudeau se hizo con el cargo de primer ministro en noviembre de 2015. ¿En qué estado se encontraban las democracias liberales europeas y anglosajonas cuando el canadiense llegó al poder, empapado de carisma, con un aura juvenil, moderna, fresca y progresista? En Estados Unidos, por ejemplo, Barack Obama se acercaba al final de su segundo mandato. En Francia gobernaba el socialista François Hollande, el primero desde Mitterrand; en Alemania, el liderazgo de Angela Merkel dominaba Europa tras la anexión de Crimea por parte de Rusia y con un Reino Unido que bajo el mando de Theresa May tomaba la decisión de abandonar el bloque europeo.

Menciono sólo estos ejemplos porque desde un punto de vista geopolítico son los más relevantes para lo que quiero plantear a continuación. Me parece que si queremos entender el auge que vive la deriva autoritaria en muchos países occidentales que habían abrazado la democracia liberal después de la Segunda Guerra Mundial, es necesario, diría crucial, que no nos obsesionemos con declaraciones o mensajes políticos estridentes y efectistas, ya sea en redes sociales o en medios, ni engancharnos con el pseudo dictador o líder populista que más nos genere antipatía ya que eso poco va a ayudar a entender por qué la gente los está votando.

Antes de continuar, me gustaría hacer un breve disclaimer: apoyo y creo en los valores de la democracia liberal y me preocupa que se estén debilitando, en todo el mundo, los instrumentos que la hacen posible, y justo por esa convicción en las virtudes del sistema democrático, liberal, plural y abierto, es que me parece urgente que quienes nos asumimos demócratas seamos capaces de hacer una profunda autocrítica y corregir. De lo contrario, la posibilidad de crear alternativas políticas menos reaccionarias y que respondan al malestar social será muy complicado.

La caída de Justin Trudeau, algo previsible desde hace algunos meses, es solo un síntoma más de muchas cosas que fallaron en el modelo político y económico de Occidente en las últimas décadas. Nos habíamos acostumbrado, y en esto también incluyo a América Latina, a una clase particular de políticos, que se expresaban de determinada manera, que preferían la contención a la estridencia y cuyo discurso, salvo algunas excepciones, era, mayoritariamente propio, políticamente correcto. Esta generación de liderazgos venía de una escuela política en la que se valoraban mucho las formas y la pulcritud de la retórica pública.

En cierto sentido, y esto es algo que se ha debatido mucho, a la democracia liberal le habría importado mucho enarbolar un discurso muy bien elaborado, propositivo, a veces progresista y diverso, a veces autocrítico. Pero a la luz de los hechos, a sus máximos representantes y propagandistas no les importaba tanto que esa retórica se correspondiera con la realidad. Me explico. Durante la presidencia de George Bush, la ocupación en Irak y Afganistán se justificó con el pretexto de la “libertad” y la defensa de la “democracia”. Si bien estos elementos ya habían sido utilizados con anterioridad por potencias europeas y anglosajonas, para el término de la era Bush hijo, su desgaste era mayúsculo.

Con Barack Obama pasó algo similar. Es indudable que su arribo a la Casa Blanca significó un enorme avance para la visibilidad política de los afroamericanos en un país tan golpeado por el racismo. Imposible olvidar los titulares de la prensa internacional después de la noche del 4 de noviembre de 2008. Así como también es imposible olvidar lo decepcionante que resultó para muchos su presidencia. El asesinato de personas con drones en Medio Oriente y la deportación masiva de migrantes, convivieron sin problema con su Nobel de la Paz y los dreamers.

En Europa, a Angela Merkel se le rindió culto y admiración de manera casi unánime por su indiscutible liderazgo al frente del bloque europeo. Sin embargo, hoy se cuestiona su legado y se plantea incluso su responsabilidad en la crisis económica que acecha a Alemania. Para ser justos, quizá ella salga mejor parada que los dos ejemplos que cité antes. El futuro lo dirá.

Emmanuel Macron, también en Francia, es un caso muy similar al de Trudeau. Su frescura y juventud que tanto gustó al votante francés ha quedado sepultada debido a sus consecutivos errores al frente del Elíseo.

A qué voy con esto. A que una generación de políticos y el modelo democrático y económico que representaban ya no parece ser viable. En términos más pedestres: de qué sirve tener a un líder que habla bien, que es guapo o guapa o bien vestido, o que sale bien en la foto, o que es políticamente correcto, si una vez que sale del reflector transgrede todas esas normas que dice religiosamente acatar. Trudeau es un claro ejemplo de ese doble discurso que tan caro le ha salido al modelo democrático liberal.

Lo que voy a decir a continuación puede sonar terrible pero hay que hacerse cargo de la realidad si queremos cambiar algo que no nos gusta: la gente está optando por liderazgos mucho más cínicos porque está cansada de los discursos y personajes bienintencionados que en el fondo cometen los mismos crímenes de siempre. Con esto no quiero insinuar ni de broma que aplaudo que la política sea un espectáculo vulgar y tolerante a la impunidad, pero algo de eso ha tenido siempre y si queremos defender a la democracia, es obvio que la historia que antes contábamos para venderla ya se agotó.

Y se agotó no porque los valores de la democracia en sí mismos no sean dignos de preservar, sino porque quienes los difundían lo hicieron de maneras tan hipócritas que fueron perdiendo validez: los mensajeros terminaron contaminando el mensaje.

Los vicios y fallos del binomio democracia-capitalismo han devenido en un malestar en el que a muchos las palabras democracia y libertad no les dicen nada cuando el límite de su chequera les delimita el ejercicio de cada una de ellas.

Es casi seguro que en las elecciones de Canadá en octubre de este año los conservadores se hagan con el triunfo. La tendencia política en Europa y en algunas otras partes del mundo está girando hacia la derecha, pero no hacía una derecha propositiva, conciliadora, abierta y plural. La renuncia de Trudeau llega tarde y si los demócratas en Occidente siguen pasmados por sus derrotas y en la inacción, el temor a la llegada de una nueva era fascista puede hacerse realidad. Ya lo hemos visto antes, en momentos de crisis e inestabilidad, las sociedades son mucho más vulnerables a ceder al autoritarismo a cambio de un poco de bonanza y bienestar.

Veremos si esa historia se repite.

POR JAVIER GARCÍA BEJOS 

PAL

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