En el corazón de Coyoacán, primer ayuntamiento de la Nueva España fundado por Hernán Cortés, se yergue un palacete colonial que el conquistador mandó construir para vivir ahí con la malinche, en tanto se consolidaba la caída de la gran México Tenochtitlan.
Siglos más tarde, la también llamada casa colorada, por el pigmento que la caracteriza y que, a decir de algunos historiadores fue solicitud expresa de Malinalli, sería el hogar del matrimonio formado por dos grandes artistas, Arturo García Bustos y Rina Lazo, discípulos de Frida y Diego, respectivamente.
Era octubre de 2017, la maestra lazo recién había cumplido noventa y cuatro años y hacía escasos cuatro meses que su compañero de vida había partido hacia el eterno oriente. Me recibió en la habitación más luminosa de la casa de la Malinche, su estudio, que era un lugar inmenso, lleno de cuadros que flanqueaban un lienzo enorme, bocetado en su totalidad, pero con un avance de alrededor del 60%.
“Es Xibalba, el inframundo de los muertos”, me dijo la pintora con la eterna sonrisa que le caracterizaba, al tiempo que me ofrecía su mano. “Pronto lo terminaré y será exhibido en una universidad norteamericana”, agregó.
Fue una charla exquisita, pausada y gentil, en la que me mostró una visión profunda del devenir histórico de México. Nació en Guatemala, pero cuando le preguntaban sobre su nacionalidad afirmaba ser mesoamericana. A decir de la pintora, llegó a México a la edad en que hay que viajar, a los 18 años y en la mejor época de la historia para aprender el muralismo, se aproximaba 1946, año en el que Diego Rivera pintaría el que se convertiría en su mural más célebre.
Andrés Sánchez Flores, técnico de Rivera, la escogió para ayudar al maestro en el proyecto del hotel del Prado, por lo que la joven Rina participó en “Un paseo dominical en la alameda central”, desde el primer trazo de geometría hasta la última gota de pintura.
“Diego era un genio, un hombre verdaderamente sabio, conocía de todo, platicaba de todo, no solo de pintura”, decía la artista, de quien fue su maestro hasta 1957, año en que el gran Diego nació a la inmortalidad.
Orozco y Siqueiros fueron también sus maestros en la Esmeralda, institución que contribuiría a gestar el movimiento pictórico mexicano más importante de nuestra historia, del que recordaba que “nunca se da un gran movimiento si no viene de algo que lo empuja, que lo proyecta hacia adelante y en este caso fue la Revolución Mexicana y el nacionalismo que despertó con el descubrimiento del Popol Vuh y de las pinturas murales mayas como las de Bonanpak”.
Rina Lazo afirmaba que cuando Diego Rivera fue invitado a pintar un mural en el Rockefeller Center de Nueva York y el artista plasmó “El socialismo frente al capitalismo”, al magnate petrolero no le pareció que ese mural estuviera en el epicentro del capitalismo y mandó derrumbarlo, iniciando así una campaña en contra del muralismo mexicano que estaba influenciando a toda Latinoamérica, así, en 1960 se prohibió pintar en edificios coloniales y comenzó la decadencia de la pintura en México, sobre todo con el impulso de los llamados “nuevos valores”, que a decir de la maestra, copiaban a las grandes metrópolis con una visión de arte sin identidad.
Recordaba de manera especial el día en que conoció a Frida Kahlo. Diego Rivera la llevó a comer a la casa azul a bordo de una vieja camioneta que el mismísimo Henry Ford le había obsequiado. Encontraron a Frida en el fogón preparando la comida que degustaron en el jardín, “sobre una mesa de piedra, llena flores, tan bellas como las que Kahlo portaba en su cabeza”.
Frida y Diego intentaron convencerla de aprender a comer picante porque decían, era una forma de conocer la cultura mexicana y aunque Rina lo intentó sin éxito, afirmaba que de aquellos tiempos aprendió que “nos hace falta volver a sentirnos orgullosos de ser mexicanos, hemos perdido ese nacionalismo, se está perdiendo la identidad de los pueblos originarios, olvidamos que la base para sacar adelante al país es la educación y la cultura”.
A lo largo de su carrera participó en diversos proyectos destacados como el mural “Los cuatro elementos” en la Gran Logia Masónica del Valle de México, que David Alfaro Siqueiros elogió por la manera en que resolvió los complejos espacios del recinto.
Destaca también la invitación que le hiciera el célebre Arquitecto Pedro Ramírez Vázquez para hacer una réplica de las pinturas mayas de Bonampak para el Museo Nacional de Antropología. Recordaba haber pasado tres meses en medio de la selva, calcando el arte de los mayas que influenciaría su carrera y su vida.
“La pintura debe reflejar el espíritu y la forma de pensar de un pueblo, porque el arte sale del corazón, de las costumbres y de la vida, pero es necesario cultivarlo, sentirnos respetuosos y orgullosos de lo que tenemos” afirmaba con un brillo en los ojos que hacía surcar el universo.
Siendo niña había visitado, de la mano de su madre, una cueva que años más tarde sería identificada como el Actun Tunichil Muknal, la puerta a Xibalba, el inframundo de los mayas. Inspirada en aquellos días de su infancia, a muchas décadas de distancia, acercándose al centenario de vida, Rina Lazo concluyó el que sería su último mural.
La maestra Rina murió unos meses después de haber pintado “El inframundo de los mayas”, pero contrario a lo originalmente previsto, el mural no fue a parar a una universidad norteamericana, sino que fue donado por su hija, la arquitecta Rina García Lazo, al Palacio de Bellas Artes.
Hace una semana el mural fue develado en la exhibición permanente de la sala de murales, por lo que se inmortalizó a la gran Rina Lazo como la única mujer muralista en formar parte del recinto cultural más importante de México, o mejor dicho, como la primera mesoamericana en Bellas Artes.
Por: Marco Antonio Mendoza Bustamante
@MarcoMendoza_B
srgc