En 1954, François Truffaut escribió lo que se reconocería años después como el primer manifiesto de la Nouvelle Vague. El escrito, titulado Una cierta tendencia del cine francés, establecía las bases de un movimiento artístico dispuesto a renovar el lenguaje cinematográfico partiendo de un descontento general con el mecanicismo de Hollywood. Entre sus aportaciones más notables destaca el interés de estos cineastas por desterritorializar la disciplina misma: desmontar la cámara de la puesta en escena y llevarla entre las manos a la vida cotidiana.
En aquel primer manifiesto, Truffaut argumenta que la escuela cinematográfica predominante de aquel entonces estaba “más preocupada en aislar a los seres en un mundo cerrado y tapiado por fórmulas” que en retratar el mundo tal cómo es. Asimismo, tanto él como sus contemporáneos abogaban por que la obra fílmica fuera resultado directo de la poética particular del autor y no de la productora que la financiaba. Sorprendentemente, la crítica no pierde vigencia. Hoy en día, la mayoría de las películas replican una estética sistematizada por estudios que priorizan la estilización superficial sobre la estimulación cognitiva y sentimental.
A 70 años de aquel primer manifiesto, el cine de autor continúa siendo superado por un lenguaje cinematográfico mecanizado por grandes productoras que monetizan la pantalla con historias recicladas del pasado, secuelas innecesarias y locaciones artificiales habilitadas por efectos especiales. Es más, el automatismo cinematográfico ha llegado a tal punto que incluso los temas se han homogeneizado. Películas sobre universos paralelos, misiones espaciales o superhéroes se replican sin cansancio y no se distinguen en casi nada de sus predecesoras.
Pero, ¿cómo conciliar esta tendencia? ¿Qué productora se atrevería a invertir en creatividad cuando hay una fórmula preestablecida disponible que asegura ganancias inmediatas? El mismo Truffaut reconoció que no existe una “coexistencia pacífica entre la tradición de la calidad y el cine de autor”. Para hacer frente al estatismo cinematográfico, los autores del momento deberán de encontrar nuevas formas de hacer cine y nuevas maneras de reinventarlo. De no ser así, la tendencia fílmica que diagnosticó Truffaut seguirá predominando y la creatividad cinematográfica no encontrará refugio en ningún lente, ningún negativo y ninguna pantalla disponible.
POR TOMÁS LUJAMBIO
EEZ