¿Hasta qué punto se puede apelar al cinismo cuando se hace análisis político? Parecería una pregunta ociosa pero creo que a veces es el recurso más sano para no caer en el terreno de la ingenuidad cuando se tratar de encontrar una explicación a las decisiones y motivaciones de un animal político. Y digo tratar, porque tampoco se puede aspirar a más. Es imposible saber qué pasa por la cabeza de otras personas y tratar de averiguarlo me parece una tarea ociosa. Más aún si se trata de un político, son una especie que se cuece aparte.
Esta pequeña digresión viene a cuento porque el Parlamento Europeo celebrará sus elecciones del próximo 6 al 9 de junio. El twist de esta elección en la que los ciudadanos de la Unión Europea elegirán a los diputados de su parlamento multinacional, y a la nueva presidenta de la Comisión Europea, que no es otra cosa que el poder ejecutivo del bloque europeo, radica en una serie de actos y decisiones políticas algo controversiales por parte de la actual líder política de Europa.
El camino a la reelección para Ursula Von der Leyen, actual presidenta de la comisión, está casi pavimentado de no ser por unos pequeños, minúsculos detalles de carácter ético y moral, filosófico, ideológico y hasta existencial, que rodean a su campaña por un segundo periodo al frente del ejecutivo de la Unión Europea: el reciente coqueteo con partidos de ultraderecha. En concreto, Vox de España; Los Hermanos de Italia de Georgia Meloni y el polaco Ley y Justicia, todos ellos miembros del grupo Conservadores y Reformistas Europeos (ECR).
Las declaraciones favorables respecto a la idea de una posible alianza de la política del Partido Popular Europeo con estos partidos ultras, así como sus respectivos acercamientos, han encendido las alarmas de muchos eurodiputados que consideran que estas organizaciones políticas son, por principio, contrarias a los valores del proyecto europeo y ven con preocupación e incluso cierta sorpresa que Von der Leyen los contemple como comparsas para afianzarse un segundo mandato.
No es la primera vez que el parlamento europeo bajo la conducción de esta avezada política alemana se ve rodeado de polémicas. Tan solo en marzo de este año, un grupo de eurodiputados acusó a la Comisión Europea de financiar dictadores en África, en específico en Túnez, debido a una partida presupuestaria de 150 millones de euros destinados a combatir la migración y que supuestamente fueron a parar a manos del presidente de ese país.
La negativa de la Comisión para aclarar este asunto ha levantado sospechas en amplios grupos del parlamento europeo, bajo sospecha de que pueda existir algún tipo de acuerdo por debajo de la mesa que terminé financiando a dictadores en la región, agravando la compleja situación de derechos humanos y Estado de derecho que viven muchos países africanos y que Europa, en una estrategia para contener las olas migratorias que están haciendo mella en su tejido social, se dispuso a ayudar a combatir. Una historia ya muy contada: Europa al rescate.
Regresemos entonces al planteamiento inicial de este texto, porque sí, lo de Von der Leyen es preocupante, pero no se trata de una excepción en términos de los usos y costumbres de cualquier político medianamente ambicioso que recurre al viejo arte del pragmatismo en la política. Y aunque muchos eurodiputados se desgarren las vestiduras con el argumento de la traición a los valores de la Unión Europea, seamos francos, si algo caracteriza a la retórica de la política occidental es su profunda hipocresía. Tanto Europa como Estados Unidos han financiado desde hace décadas a una larga lista de dictadores y de regímenes autoritarios a lo largo y ancho del planeta según le convenga a sus intereses. Y al decir esto no estoy descubriendo el agua tibia, pero es inaudito que se tenga que recordar cada vez que un político hace una alianza “vergonzosa” para retener el poder.
Por ejemplo, el caso de Pedro Sánchez en España y su controvertido contubernio con los grupos independentistas de Cataluña es otra raya más al tigre de las profundas contradicciones inherentes no solo a la política española o europea, sino a la de cualquier sistema político en el mundo. Cabe mencionar, solo de pasada, que Von der Leyen se abstuvo de hacer buenas migas con la ultraderecha de su país. Bien valdría la pena preguntarse por qué.
Desde luego que tanto Vox como el partido de Meloni pueden representar una seria amenaza para los grandes aciertos sociales y de derechos que logró la Unión Europea, pero hacer como si esos partidos no existieran, o no representasen preocupaciones e inquietudes de muchos ciudadanos europeos y peor aún, suponer que el Partido Popular Europeo, de derecha, no acudirá a cuánto aliado crea necesario para ganar una elección, es por demás ingenuo. Vuelvo al ejemplo de Sánchez, pero en el otro lado del espectro ideológico.
Yo creo que el gran problema con los sectores de izquierda y progresistas de Occidente respecto al avance de la ultraderecha es que les robaron la narrativa: ahora los puritanos están en la izquierda y la derecha radical busca justicia social. Esta ironía ya se ha debatido en diversos espacios y por diferentes voces tanto en Europa como en Estados Unidos, y un poco menos en América Latina. Y si bien es cierto que no aplica de manera general para todas las izquierdas o las derechas, si es representativa de amplios sectores en ambos polos ideológicos.
En conclusión, cerrarle las puertas a Vox o Hermanos de Italia no me parece que sea la mejor estrategia para contener su avance entre el electorado. Si a los sectores progresistas de izquierda y algunos de derecha de Europa, sí, los hay, les preocupa de verdad la regresión autoritaria que representan esas organizaciones políticas, creo que les convendría hacerse una autoevaluación y reconocer en qué le han fallado al ciudadano y por qué diantres, después del horror que significó la Segunda Guerra Mundial, hoy en día hay tantos europeos seducidos por el fantasma del autoritarismo, muchos de ellos jóvenes.
POR JAVIER GARCÍA BEJOS
COLABORADOR
@JGARCIABEJOS
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