De acuerdo al INE, los debates presidenciales de este proceso electoral han tenido un promedio de 13 millones de espectadores cada uno, lo que constituye un récord histórico, equivale al 10 por ciento de la población… y no tendrá la menor incidencia en nuestro comportamiento como electores.
Si los sintonizamos es por una mezcla de sentido cívico –lo que habla bien de nosotros–, morbo –lo que es explicable: chismear es humano– y, sobre todo, voluntad de ver confirmados nuestros prejuicios y preferencias –lo que indica el pobre estado del ecosistema político de México en tiempos de la hiperpolarización.
Nadie buscará un proyecto de nación, una visión de Estado, una idea de mundo o siquiera unas políticas públicas aisladas o unos esbozos de iniciativa de Ley en un debate presidencial mexicano. Y qué bueno porque, como dijo el mecánico (nacional, con perdón de Alcoriza), nomás no hay la pieza.
A lo largo de los tres encuentros organizados por el Instituto Nacional Electoral, los candidatos presidenciales han empleado los turnos asignados en los rígidos formatos aceptados por sus partidos para monologar autoloas en modo idéntico a como lo hacen en una historia de Instagram o un spot, o bien atacar a alguno de sus adversarios –uno sólo en todos los casos: Gálvez solo a Sheinbaum; Sheinbaum y Álvarez Máynez sólo a Gálvez– en el tono más estridente posible. Uno de los tres se salió de ese guión en uno de los encuentros –en el segundo debate, y sólo en ése, las intervenciones de Álvarez Máynez fueron las del adulto razonable y razonante que debería ocupar la Presidencia– pero acaso sea comprensible que no haya perseverado por esa ruta en el siguiente: pareciera que articular un programa de gobierno y un sistema de valores no es muy redituable, dado que casi todas las encuestas dieron por ganadora de ese encuentro a Sheinbaum –su desempeño fue mediocre pero, qué caray, es la puntera– y casi todas las mesas de análisis y columnas a Gálvez –acaso por ser la más agresiva.
El tercero fue incluso peor: Sheinbaum mejoró sus formas pero mantuvo idéntico su muy superficial y autocomplaciente fondo, Álvarez Máynez procuró ayudarla golpeando por sistema a su opositora y a los partidos que representa; Gálvez tuvo un gran desempeño, sí, pero en la plancha del Zócalo –es una criatura de la plaza–, no ahí.
El lunes, mientras veía los memes y leía las columnas que lamentaban el bajísimo nivel de la discusión, me asaltó una idea acaso perniciosa: quizás en un mundo en que el reel de un minuto es la forma más eficaz de la comunicación, los debates –esos nietos de la Ilustración e hijos de la televisión– hayan quedado obsoletos, sean reliquias del siglo XX.
Ojalá encontremos un soporte que obligue a los políticos a contrastar y aún a discutir ideas. Les urge. Y a nosotros más.
POR NICOLÁS ALVARADO
COLABORADOR
IG Y THREADS: @NICOLASALVARADOLECTOR
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