Sin aún atestiguar el surgimiento de las redes sociales, Susan Sontag ya argumentaba en su libro Sobre la fotografía que las máquinas modernas de producción de imágenes muestran una gran “eficacia para suministrarnos conocimientos disociados de la experiencia”.
Hoy en día, a 47 años de semejante afirmación, deslizamos el dedo por la pantalla con la esperanza de encontrarnos con el contenido que logre asegurarnos que el tiempo gastado frente a ella sí termina por valer la pena.
Lo cierto es que, como profetizó Sontag, seguimos el curso virtual no porque busquemos una experiencia, sino porque la pantalla nos permite consumirla sin necesidad de acercarnos a ella.
Sumergidos en la proliferación infinita de contenido tan característica de las redes sociales, descansamos bajo la falsa esperanza de que la siguiente imagen contenga la respuesta, el antídoto o la fórmula perfecta a la alienación que la misma plataforma ha provocado.
Sin embargo, aunque las imágenes en el mundo digital vienen a nosotros desde todas direcciones, estas no conducen a ninguna experiencia, ni resguardan la solución prometida. Se trata, al fin y al cabo, de imágenes desechables puestas ahí para mero consumo.
Por ello, ante una realidad en la que las imágenes desechables son la norma de nuestro consumo, resulta más pertinente que nunca acercarse a la obra de artistas como Flor Garduño para recuperar el valor estético y catártico que puede tener una fotografía.
A diferencia de las imágenes digitales, cuyo propósito es inventar una necesidad a satisfacer de forma inmediata y pasiva, las fotografías de Garduño expuestas en Senderos de vida invitan a la reflexión del espectador a través de dislocamientos del paisaje cotidiano, la iconografía religiosa latinoamericana y la naturaleza rural, entre otros elementos.
La exposición, expuesta en Bellas Artes hasta junio del 2024, recopila una amplia selección de la obra de Garduño (tanto publicada como inédita) que llega a nuestra mirada no con la falsa promesa de ofrecer respuestas, sino con la intención de proponer preguntas estimulantes.
Es decir, cada una de las seis secciones que componen la exposición de Garduño coloca al espectador en la frontera entre realidad y ficción, entre signo y significado. Sus fotografías, además de exhibir una mirada singular, logran reinventar la relación entre la imagen y las palabras que la titulan, así como la conexión entre el cuerpo humano y la naturaleza.
En su trabajo, la fotógrafa mexicana reconoce que, además de congelar la realidad, la fotografía tiene la capacidad de transformarla en algo que rebasa sus coordenadas.
Al fin y al cabo, lo que cada una de las fotografías de Garduño ofrece no es simplemente una representación del mundo, sino una auténtica experiencia del mismo. Lo único que resta es dejar el celular en casa, tomar el metro y acercarnos a ella.
POR TOMÁS LUJAMBIO
EEZ