El Doctor Patán estuvo a nada de un ataque de pánico. De pronto, en la pantalla de su IPad, con el primer café del día, vio el rostro angelical de nuestro Presidente convertido en una mueca terrorífica. Esa expresión de amor profundo e inteligencia sobrehumana, esa ventana al alma de un hombre hecho para morder cachetes, saludar adultas mayores en Badiraguato y conducir los destinos de la patria como un auriga, había sido desterrada por lo que parecía un mal irreversible.
Temblé, con una sensación de orfandad que, por supuesto, en ese momento compartieron millones de mexicanos, se entiende que de los del pueblo bueno. El ojo del Padre de Pueblos se había cerrado de manera violenta, inflamadísimo, y al cerrarse se había llevado por delante la vida de la mitad derecha de la cara. Como si una película gore de las de los años 70 y 80 se hubiera adueñado del gobierno federal.
Consciente de que siempre es riesgoso evaluar a un paciente a distancia, el Doctor Patán puso de todas formas en funcionamiento ese talento para el diagnóstico que lo distingue. Mi primer impulso fue comunicarme con el médico militar que cuida a nuestro líder y proponerle: “Capitán —es un decir—, resulta evidente que no está subiendo sangre a ese cerebro. Probablemente colapsó el cateterismo.
¡Intervenga ya!”. Pero los síntomas eran confusos.
El doctor recordó también los efectos sobre el sistema nervioso del veneno de serpiente (“Lo mordió una nahuyaca”, me dije), y pensó asimismo en el daño neurológico que puede provocar una pelota de beisbol cuando impacta la cavidad orbital (“Una recta descontrolada de uno de esos peloteros profesionales que fildean y macanean con él, y se pierde el mayor tesoro de este país”). Entonces, llegó la paz. “Todavía tengo tutupiche”, dijo el Segundo Presidente Más Popular del Mundo con esa voz serena, musical, inconfundible, y otra alma, la mía, volvió al cuerpo.
“¡Ah, orzuelo!”, se dijo el Doctor. “Una perrilla, como la llamaba mi abuela. La patria está salvada”.
Señor Presidente: no nos dé esos calambrones. El tutupiche puede producirse por muchas razones, sobre todo en un hombre tan expuesto como usted. Un estornudo del compañero Noroña con un salivazo desafortunado, y ese nódulo no lo cura ni Alcocer.
Dicho lo anterior, si me permite el atrevimiento, le recomiendo reforzar en adelante los hábitos de higiene, y, con ello, evitarse esas incomodidades y ahorrarnos estos sustos. No es difícil. Más lavado de manos, y tal vez dejar las uñas al ras, o, en su defecto, aplicarse a la hora de limpiarlas. Vaya, que usar un cerillo o un palillo de dientes no basta, particularmente cuando uno se lleva los dedos a los ojos y más particularmente cuando uno se rascó alguna zona húmeda del cuerpo antes de hacerlo.
La prevención es clave, Presidente, y usted se debe a su pueblo.
POR JULIO PATÁN
COLABORADOR
@JULIOPATAN09
MAAZ