MUJERES, S.A.

Como niños

Hay algo del fin de diciembre que nos recuerda al niño que fuimos y que, si tenemos suerte, podemos oír dentro de nosotros de vez en cuando

Como niños
Claudia Luna / MUJERES, S.A. / Opinión El Heraldo de México Foto: El Heraldo de México

Se acaba el año y llegan las fiestas. Con las fiestas inexorablemente llega la nostalgia. Hay algo en estos días que nos conecta siempre con otros tiempos. Con lo que se ha ido, con lo que fue y, de manera muy especial, nos conecta con momentos indelebles de nuestra infancia. Hasta los adultos más fríos nos sorprendemos anclados en memorias de los abuelos o la cena de mamá o lo mucho que extrañamos algo o alguien de ese entonces. Conservamos muchas tradiciones que hemos repetido generación tras generación y lo hacemos en honor y conmemoración de quienes ya no están porque son parte de quienes somos. 

Hay algo del fin de diciembre que nos recuerda al niño que fuimos y que, si tenemos suerte, podemos oír dentro de nosotros de vez en cuando. Si tenemos suerte, de vez en cuando, volvemos a creer.

Casi todos pensamos en nuestra infancia como una época feliz, ligera, brillante. En vez de estacionarnos en en un sentimiento de remembranza triste ¿por qué no traemos algo del pasado para teñir con un poco de esa felicidad nuestra vida adulta? Para contestar esta pregunta, pensé en las dos personas más felices que conozco: mis sobrinas Regina (8) y Lucía (2) y hay ciertas lecciones que creo que podemos aprender.

Tal vez podemos ver a la infancia no sólo como una etapa de la vida sino como una forma de aproximarnos al mundo. Por ejemplo, cultivar la curiosidad. Enfrentarnos a los problemas ya no armados con ideas preconcebidas y prejuicios, sino inundados de curiosidad. Esa hambre de aprender más sobre todo lo que nos rodea, abre nuevos caminos de exploración que necesariamente provocan soluciones más creativas.

Emocionarnos con las cosas pequeñas, disfrutar de los momentitos de todos los días que son fuente inagotable de energía. Apreciar del ritual del primer café, de jugar con tu perro, de levantarte tempranito y sentir ese aire frío en la cara que sólo sucede antes de las 7.  Realmente gozar de las cosas de todos los días, por irrelevantes que parezcan en el gran esquema de las cosas. Volvernos a relacionar con el placer de una manera más viva. 

Entregarnos a nuestras tareas por completo. ¿Alguna vez te has fijado en el enfoque de los niños cuando están jugando? ¡La inmersión es absoluta! Encontrar más momentos de flow y absorción en lo que hacemos, hace que cualquier experiencia, ya sea de trabajo o de gozo, sea más luminosa.

Tomarnos menos en serio. Jugar más. Experimentarnos en escenarios menos predecibles, menos perfectos, por el puro placer de la flexibilidad. Soltar la necesidad constante de control, de perfección, de estar siempre a la altura para, de manera absolutamente natural, reírse de los errores, de las torpezas y de esos momentos en los que la vida, simplemente, no sigue el guión. Dejar de identificarnos con nuestras fallas, pero también con nuestros triunfos. Abrazar la belleza de lo espontáneo, lo simple y lo imperfecto. Soltar el exceso de seriedad no nos hace menos valiosos, nos hace más humanos, más libres.

Recuperar nuestra capacidad de sorprendernos. Vivir con un poco más de asombro. Desprendernos de la incredulidad y hacerle un espacio a lo extraordinario. Volver a pensar que ni la vida ni nosotros tenemos límites y que todo, absolutamente todo, es posible.

Y muy, muy importante: ¡hacer más travesuras! Darle un respiro al alma y romper, aunque sea por un instante, las reglas autoimpuestas, para darle espacio a la espontaneidad y la alegría pura. Una pequeña travesura -un chiste inesperado, una risa en el momento menos solemne, una aventura que nadie planeó-, tiene el poder de sacudirnos, de despertarnos del letargo de la rutina. Nos recuerda que, debajo de las formalidades, somos niños creativos, juguetones y llenos de vida. Porque en esas rebeldías habita la libertad de ser nosotros mismos, sin máscaras ni pretensiones. Hacer travesuras para recordar que la vida está hecha no solo para cumplir, sino también para reír a carcajadas y disfrutar el camino.

En estos días, cuando el olor de las galletas de vainilla y el vino especiado me sacuda con mil recuerdos, voy a tomar el riesgo de volver a creer. ¿Quién sabe? Tal vez la magia existe.

POR CLAUDIA LUNA
FUNDADORA THINK PINK MEXICO

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