Primer acto: Después de que varios lo intentaran, Nicéphore Niépce, un inventor francés super picudo logra fijar una imagen en 1824, a la que denominó heliografía. Su proeza de imprimir la primera fotografía de la historia con sustancias químicas y la luz del sol es el primer gran momento del imprescindible click actual. Muere trágicamente en la pobreza y por muchos años en el olvido.
Segundo acto: Louis Daguerre con una mente de tiburón, no solo perfecciona la técnica, además se aprovecha de los aprietos económicos de la familia Niépce para quedar solo en el camino y presentar formalmente ante la Academia de Ciencias de Francia, en 1839, su invento ahora con el nombre de Daguerrotipo. La fama, la fortuna y el negocio fotográfico lo acompañan hasta el final de sus días.
Tercer acto: Hippolyte Bayard, reclama la paternidad de la fotografía con una creativa protesta fechada en 1940 con su Autorretrato de un hombre ahogado. Casi que la primera selfie de la historia y anotada al reverso con algo como: “Este cadáver que ven ustedes es el del Señor Bayard, inventor del procedimiento que acaban ustedes de presenciar […] Esto le ha supuesto un gran honor, pero no le ha rendido ni un céntimo. El gobierno, que dio demasiado al Señor Daguerre, declaró que nada podía hacer por el Señor Bayard y el desdichado decidió ahogarse […]”
La historia de la fotografía, como la de tantos objetos que hoy disfrutamos, es un compendio de pruebas, errores y personajes que fueron tejiendo un novelón que poco podemos resumir en unas líneas, pero que hoy recordamos tras la celebración de la capital parisina por la conmemoración de los 200 años de la primera fotografía que le debemos al gran Niépce. Otro año que nos aleja de las antiguas técnicas químicas y nos acerca a tecnologías cada vez más poderosas, siempre por el gusto de seguir conservando pedacitos de tiempo.
POR CYNTHIA MILEVA
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