Ecos de la Ciudad

El culto a nuestra señora de Guadalupe

La Virgen de Guadalupe es la aparición mariana de la iglesia católica de origen mexicano, cuya imagen tiene su principal centro de culto en la Basílica de Guadalupe

El culto a nuestra señora de Guadalupe
Humberto Morgan Colón / Ecos de la ciudad / Opinión El Heraldo de México Foto: Heraldo de México

Nuestra Señora de Guadalupe, conocida popularmente como la Virgen de Guadalupe, es la aparición mariana de la iglesia católica de origen mexicano, cuya imagen tiene su principal centro de culto en la Basílica de Guadalupe, ubicada en las faldas del cerro del Tepeyac, hoy alcaldía Gustavo A Madero.

Según la tradición católica, el cuerpo de documentos históricos aceptados por la iglesia y esencialmente la narración del Nican Mopohua (el texto más antiguo que relata las apariciones de la Virgen de Guadalupe), el milagro guadalupano ocurrió de la siguiente manera.

El santo Juan Diego Cuauhtlatoatzin nació en 1474 en Cuautitlán reino de Texcoco, perteneció a la etnia de los chichimecas. Su nombre en lengua materna significa águila que habla, o el que habla con un águila. Ya adulto y padre de familia, atraído por la doctrina de los curas franciscanos -llegados a México en 1524- recibido el bautismo y el nombre hispano de Juan Diego.

El sábado 9 de diciembre de 1531, mientras se dirigía a pie a Tlatelolco, en un lugar denominado Tepeyac, tuvo lugar la primera aparición de la Virgen María que se le presentó como “La perfecta siempre virgen santa María, madre del Dios verdadero”. La Virgen le encargó que en su nombre pidiese al obispo capitalino -el franciscano Juan de Zumárraga- la construcción de una iglesia en el lugar de la aparición. Como el obispo no le creyó, Cuauhtlatoatzin regreso a ver a la Virgen ese mismo día y ella le pidió que insistiese.

Al día siguiente, domingo 10, Cuauhtlatoatzin volvió a encontrar al prelado, quien lo examinó en la doctrina cristiana y le pidió pruebas objetivas en confirmación del prodigio. Ese mismo día tuvo lugar la tercera aparición en la cual la Virgen María pidió a Juan Diego que al día siguiente, lunes 11, fuera a verla para que le diera la señal que haría que le creyeran.

El día lunes 11 Cuauhtlatoatzin no fue al Tepeyac porque halló a su tío Juan Bernardino enfermo. Su tío, le pidió que al día siguiente fuera a Tlatelolco en busca de un confesor, pues estaba seguro de que iba a morir. Juan Diego obedeció y salió muy de mañana el día martes 12 de diciembre, pero recordando que la Virgen lo tenía citado y temeroso de que lo entretuviera y no lo dejara ir en busca del confesor, quiso evitar su encuentro y de esta forma, él en vez de tomar su camino habitual, subió por algunas veredas del cerro, pensando rodear el Tepeyac por la ladera que mira al oriente hasta llegar a donde ahora queda el frente de la Basílica y tomar ahí la ruta a Tlatelolco.

En su camino, la virgen le salió al encuentro y Juan Diego le explicó sobre la enfermedad de su tío, a lo que respondió la Virgen María:

“Oye y ten entendido, hijo mío, el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige; no se turbe tu corazón; no temas esa enfermedad ni otra alguna enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo? No te apene, ni te inquiete otra cosa; no te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá de ella. Está seguro de que ya sanó”.

Juan Diego convencido de lo que la Virgen le expresó, le pidió que le diera la señal y el mensaje para llevarlos al obispo. La Virgen entonces le indicó: Sube a la cumbre del cerro, corta las flores que allí encontraras y regresa.

No obstante la fría estación invernal y la aridez del lugar, Juan Diego encontró muchas flores, entre ellas, rosas de Castilla. Una vez recogidas las colocó en su tilma y las llevó a la Virgen, que le mandó presentarlas al obispo como prueba de veracidad.

Una vez ante el obispo, Juan Diego abrió la tilma y dejó caer las flores mientras que en el tejido apareció inexplicablemente impresa la imagen de la Virgen de Guadalupe, que desde aquel momento se convirtió en el corazón espiritual de la Iglesia en México.

Juan Diego no volvió a su casa sino hasta el día siguiente, pues el obispo lo detuvo un día más. Aquella mañana le dijo: Ve a mostrarnos dónde es la voluntad de la Señora del Cielo que se le erija su templo.

Juan Diego condujo a las personas que el obispo dispuso que lo acompañaran al lugar en que se había aparecido la Virgen y en el que debería erigirse el santuario y pidió permiso para irse, pero lo acompañaron a su casa. Al llegar, vieron que su tío estaba perfectamente sano.

Juan Diego explicó a su tío el motivo por el que él llegaba tan bien acompañado y le refirió las apariciones, además de que la Virgen le había dicho que él estaba curado. El tío al oír el relato de su sobrino manifestó que ciertamente la misma Señora lo había sanado, puesto que a él mismo se le había aparecido y añadió que le había dicho que dijera al obispo que era su voluntad que se le llamara “La Siempre Virgen Santa María de Guadalupe”.

Con el tiempo, Juan Diego, movido por una tierna y profunda devoción a la Madre de Dios, dejó a los suyos, la casa, los bienes y su tierra y, con el permiso del obispo, pasó a vivir en una pobre casa junto al templo de la Señora del Cielo. Su preocupación era la limpieza de la capilla y la acogida de los peregrinos que visitaban el pequeño oratorio, hoy transformado en basílica, símbolo elocuente de la devoción mariana de los mexicanos a la Virgen de Guadalupe.

Juan Diego Cuauhtlatoatzin, laico fiel a la gracia divina, gozó de tan alta estima entre sus contemporáneos que estos acostumbraban a decir a sus hijos: Que Dios os haga como Juan Diego.

Cuauhtlatoatzin murió en 1548, con fama de santidad. Su memoria, siempre unida al hecho de la aparición de la Virgen de Guadalupe, atravesó los siglos, alcanzando la entera América, Europa y Asia.

POR HUMBERTO MORGAN COLÓN

COLABORADOR

@HUMBERTO_MORGAN

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