En su segundo mandato, Donald Trump traerá más inestabilidad al mundo. En Medio Oriente, buscará desaparecer la cuestión nacional palestina.
En agosto pasado, declaraba que, si ganaba las elecciones, Israel recibiría toda la ayuda necesaria para poner fin a la guerra a Gaza, luego de lo cual (suponemos) aplicará su fórmula mágica: más firmas de acuerdos de paz, pensados para todo menos para restituir a personas o reivindicar su memoria.
Su entorno le anima en esa dirección, empezando por David M. Friedman, exembajador de Estados Unidos en Israel, quien llama abiertamente a anexar Cisjordania y desplazar a los palestinos al desierto de Negev. También está su yerno, Jared Kushner, quien promociona el potencial de la costa de Gaza para el turismo inmobiliario.
Al ser los negocios, la ambición principal de estas figuras y su jefe, es posible que Washington busque mantener estable el frente iraní, para no complicar los tratos con sus aliados árabes del Golfo. En el frente sirio-libanés, muy probablemente Trump apoyará a Netanyahu en la supervisión en aire, mar y tierra sobre Líbano, dará luz verde a la estrategia de Tel-Aviv de atacar todos los puntos de cruce legales e ilegales entre Líbano y Siria, y presionará a Beirut para que firme algún acuerdo con Tel-Aviv.
El resultado de las elecciones en Estados Unidos se inserta en dos procesos que se retroalimentan: la gestación de un nuevo orden mundial y la reconfiguración del poder regional en Medio Oriente.
Como plantea el politólogo Zachary Lockman, con sus acciones Israel ha contribuido a mantener y restablecer la hegemonía estadounidense.
Podría decirse, en efecto, que las considerables pérdidas que ha infligido Israel a Hamás y Hezbolá le hicieron a Joe Biden la tarea de debilitar a Irán.
Desde una perspectiva menos cómoda para Washington, el papel que ahora desempeñan los colonos dentro del ejército israelí apunta a un proceso más amplio desintegración de los vínculos entre el Estado y la sociedad en Israel; su traducción seguirá recalibrando los cálculos de diversos gobiernos.
En la victoria de Trump se expresaron la reticencia de Kamala Harris y buena parte del establishment demócrata ante cualquier posibilidad de presionar a Israel.
Para ellos, como para diversos funcionarios tanto como líderes de opinión en Estados Unidos y otros países (México incluido), es perfectamente coherente expresar cierta “empatía” con el sufrimiento de los palestinos mientras consideran que la existencia de un Estado étnico en pleno siglo XXI es algo normal, no una aberración.
Todos seguirán hablando de Israel y relacionándose con los grupos pro-israelíes en busca de algún tipo de estatus. Quizá a ellos, como al próximo gobierno estadounidense, ese reporte sugiere algunas ganancias materiales.
En cambio, difícilmente tendrán prestigio y seguridad frente a lo que está por venir.
POR MARTA TAWIL
INVESTIGADORA DEL COLMEX
PAL