Recientemente, celebramos el Día de la Mujer Emprendedora, un día que debería inspirar reflexión profunda y acción concreta. Sin embargo, al analizar la realidad, surge una pregunta incómoda: ¿cuántas mujeres en posiciones de liderazgo realmente están tendiendo la mano a otras que recién comienzan y a las que se encuentra a mitad del camino? No podemos seguir alentando un discurso de empoderamiento si ese mensaje no se traduce en redes de apoyo abiertas y accesibles. Las palabras motivadoras y las felicitaciones públicas en redes sociales no son suficientes para construir un ecosistema que permita el crecimiento colectivo de mujeres empresarias.
Para muchas emprendedoras en etapa inicial, el acceso a estos círculos de apoyo se convierte en un camino cuesta arriba. Hoy, la mayoría de las redes empresariales y de mentoría femeninas imponen cuotas de acceso elevadas o funcionan como clubes selectos donde, más que aportar al bien común, se perpetúan las barreras de exclusividad. La ironía de esta situación es evidente: creamos espacios supuestamente “feministas” y “solidarios”, pero olvidamos que el apoyo real no debería depender del estatus económico, del título de una universidad privada o del tiempo que llevamos en el sector. Apoyar a otras mujeres no debe ser un acto altruista sino una responsabilidad compartida.
La empresaria promedio en México no es la CEO de una multinacional con recursos ilimitados; es la mujer que, con escasos fondos, y tal vez sin red de contactos, se atreve a construir su negocio desde cero. ¿Cuál es el mensaje que le damos cuando le exigimos cuotas altas para acceder a asesorías, mentorías o eventos que, en teoría, deberían ayudarla? Lo que logramos es limitar su crecimiento y bloquear el acceso a herramientas que podrían marcar una diferencia real en su desarrollo. Muchas de estas redes terminan fortaleciendo a quienes ya tienen un pie en la cima y no a aquellas que aún se encuentran subiendo.
Las historias de éxito de las mujeres en la cima deben ser contadas y celebradas, por supuesto que sí, tienen un mérito y merecen un reconocimiento. Pero celebrar es solo una parte del proceso; la otra, que es crucial, implica la responsabilidad de mirar hacia abajo y extender la mano. Madeleine Albright, la primera mujer en ocupar el cargo de Secretaria de Estado de Estados Unidos, advirtió una vez que “existe un lugar especial en el infierno para las mujeres que no ayudan a otras mujeres”. La frase no solo es impactante, sino también reveladora de una realidad en la que la competencia interna y la exclusividad se han convertido en un obstáculo más para el crecimiento del género.
Entonces, ¿cómo se construye una verdadera red de apoyo entre mujeres emprendedoras? Primero, necesitamos derribar las barreras económicas y culturales que impiden el acceso a estos espacios. Crear grupos abiertos, inclusivos y comprometidos con el crecimiento de cada una de sus integrantes debe ser la prioridad. Esto significa replantear las cuotas y los beneficios pensando en estructuras flexibles que puedan adaptarse a las distintas realidades de las emprendedoras, entendiendo que no todas pueden pagar cantidades elevadas por una mentoría o un evento de networking.
No todas las redes se construyen en un ambiente de exclusividad cercado por murallas, también existen organizaciones que han entendido bien que el verdadero poder del emprendimiento femenino radica en la sororidad genuina y en el impacto colectivo. Destacan de entre el resto porque abren sus puertas a emprendedoras por igual, sin importar el tamaño del negocio o el nivel de experiencia de las integrantes, y lo hacen con acciones reales más que con discursos y filosofías.
Claramente, es posible construir espacios inclusivos que fomenten el crecimiento conjunto, ofreciendo mentorías, capacitaciones, recursos, oportunidades e incluso financiamiento, a ecosistemas de mujeres que apoyan y elevan a otras fortaleciendo sus negocios sin sentirse excluidas por cualquier criterio. Queda mucho por hacer pero estos proyectos están abriendo el camino y demostrando cómo una red de apoyo bien estructurada puede ser la base para un cambio real con un principio fundamental: cuando una mujer avanza, su éxito se convierte en un catalizador para el avance de muchas más.
Es por eso que las mujeres que ya han alcanzado el éxito tienen una responsabilidad mayor en la creación de estos espacios. Más que dar discursos de empoderamiento y ostentar puestos honorarios en alguna organización, necesitamos su acción concreta. Que estas mujeres de éxito innegable no solo hablen desde el escenario, sino que bajen, interactúen, escuchen las historias de quienes están empezando y compartan su red, sus experiencias y sus aprendizajes que les han permitido crecer. El poder real radica en la capacidad de inspirar con hechos, en el impacto tangible que cada mujer puede ejercer en la vida de otra. Porque cuando una de nosotras avanza, todas avanzamos juntas. La competencia debe ser contra el mercado, no entre nosotras.
Otra cuestión fundamental es cuestionar el concepto de éxito y redirigirlo hacia una visión de éxito colectivo. En el ecosistema actual, muchas veces se premia a quienes logran objetivos individuales y se convierten en “ejemplos” a seguir, pero rara vez se recompensa a quienes se comprometen a elevar a sus compañeras. Necesitamos repensar el éxito y valorarlo también como el acto de impulsar a otras en el camino. Un cambio de perspectiva que fomente el orgullo por los logros pero también por el impacto positivo que nuestras acciones generan en el colectivo, porque eso también es un triunfo importante.
La formación de redes de mentoría, talleres de formación gratuita o eventos inclusivos puede ser la clave para un cambio real. Como mujeres emprendedoras, nos corresponde impulsar esta transformación y derribar los muros de exclusividad que no nos permiten avanzar juntas. Dejar de lado el ego y la competencia interna para crear un entorno donde se celebra el éxito de todas.
El Día de la Mujer Emprendedora debe ser un recordatorio de que aún hay mucho por hacer, y de que no hay excusa para no involucrarnos en esta causa. Más que en celebraciones, nuestro enfoque debe estar en crear oportunidades y fomentar un ecosistema de sororidad auténtica y efectiva. No importa cuán grande o pequeño sea el negocio de una mujer; el valor de sus ideas, la valentía de sus sueños y su esfuerzo constante debe ser el pasaporte para integrarse en nuestras redes.
Quizás es tiempo de repensar el papel de cada una de nosotras en esta historia porque más allá de los logros individuales, el verdadero impacto de nuestro éxito debería medirse en cuántas mujeres más hemos ayudado a llegar hasta aquí. De cada una depende que, al recordar las palabras de Madeleine Albright, sepamos que estamos construyendo algo mucho más grande que nuestras propias empresas. La grandeza de un verdadero ecosistema emprendedor se verá en el día en que las redes de apoyo sean tan inclusivas que, en lugar de hablar de éxitos aislados, hablemos de un éxito colectivo.
Si queremos un futuro donde las mujeres lleguen a la cima, se mantengan y se sostengan unas a otras, necesitamos empezar ahora. Al final del día, cuando una mujer crece y se expande, lleva consigo las semillas de cambio para que otras también puedan florecer.
Estrella Vázquez es consultora especializada en la gestión de talento y capital humano, fundadora y directora general de Time2Grow, una alianza de servicios integrales conformada por las empresas mexicanas: Factor RH, Time2Business (T2B) y Skills2Work (S2W).